Ser invitado
P. Fernando Pascual
26-8-2022
Unos amigos salen de paseo. No
nos han invitado. Sentimos algo de pena. ¿Por qué no pensaron en nosotros?
Otros amigos organizan una
visita al museo. En seguida nos llaman para pedir que nos unamos al grupo. ¿Por
qué nos invitaron?
Ser invitado significa que
alguien piensa en mí, que desea que esté a su lado en una tarde de descanso o
de estudio, de fiesta o de cine.
Es cierto que algunos son
invitados porque tienen dinero y se espera que paguen la cena, o el viaje, o
las entradas al cine.
Pero muchas otras veces
alguien me invita simplemente porque me aprecia como amigo, porque desea mi
compañía, porque quiere ofrecerme su afecto.
Si ser invitado causa paz,
incluso da seguridad al ver que otros piensan en mí, puedo darme cuenta de que
otros esperan que les invite, aunque solo sea a tomar un helado juntos.
En cierto modo, el hecho de
invitar y ser invitado se aplica a nuestras relaciones con Dios. ¿No nos
explicó Jesucristo que el Reino de los cielos es como un banquete al que todos
hemos sido invitados (cf. Mt 22,1-14).
Dios siente alegría cuando ve
que, como hijos, aceptamos su invitación, cuando vamos a la fiesta, cuando nos
sentimos felices en su casa.
En cambio, Dios se siente
triste cuando ve que preferimos nuestros pequeños asuntos y dejamos a un lado
el inmenso amor que nos ofrece al invitarnos al gran banquete del Reino de los
cielos.
Este día puedo recibir una
invitación que me alegre, que me haga sentir apreciado, que sirva para renovar
una amistad.
Sobre todo, puedo escuchar a
Dios que, sin obligarme, me invita a abrir la puerta y a dejarle entrar en lo
más íntimo de mi alma para estar simplemente juntos, como amigos...