Algoritmos y libertad humana
P. Fernando Pascual
26-8-2022
A lo largo de la historia ha
habido pensadores que han negado la existencia de la libertad humana. Unos,
porque defendían que todo estaba decidido por el destino o por los dioses.
Otros, porque decían que dependemos de las estrellas. Otros, porque la realidad
(incluyendo a los seres humanos) solo se explicaría con los movimientos de los
átomos.
Encontramos una propuesta
relativamente reciente que reduce todas las actividades (humanas y de otros
seres vivos) a algoritmos, al ADN, a las neuronas, a las hormonas, y a otros
componentes de nuestros cuerpos.
Según esta propuesta, todo lo
que pensamos y lo que luego llevamos a la práctica, procedería de un complejo
sistema de algoritmos, que regularían el funcionamiento de las diversas partes
del cuerpo humano, sobre todo del cerebro.
Así, cuando hacemos la
sencilla operación de entrar en la cocina y tomarnos un refresco, estamos
simplemente siguiendo una serie de “órdenes” de esos algoritmos, que controlan
nuestros deseos y decisiones concretas, los modos en los que abrimos la
botella, el tipo de vaso que tenemos en la mano, incluso la velocidad con la
cual ingerimos el líquido “escogido”.
Esta propuesta, como otras
propuestas determinísticas, niega que exista una libertad humana, y considera
que todos los comportamientos estarían bajo el control de esos algoritmos. En
otras palabras, actuaríamos como lo hacen los sistemas informáticos que son
objeto de una creciente atención y que han suscitado un interesante debate
sobre la así llamada “inteligencia artificial”.
Precisamente ese debate sobre
la inteligencia artificial ha llevado a algunos a afirmar que las máquinas
podrán (en algunos ámbitos, ya lo estarían haciendo, como sostienen ciertos autores)
pensar y “decidir” mejor que los humanos en numerosas tareas que implican
coordinar un gran número de datos, algo que nuestros pobres circuitos
cerebrales no serían capaces de acometer.
Una conclusión de este tipo de
teorías lleva a considerar como errónea cualquier creencia sobre una
inteligencia espiritual, sobre un alma racional e inmortal, sobre unas
capacidades humanas que nos hagan distintos de lo material. Quienes admitan
este tipo de creencias estarían en el error y, con el tiempo, serían “superados”
por los progresos de la ciencia de los algoritmos y de la inteligencia
artificial.
Sin embargo, tal conclusión
incurre en una extraña paradoja. Afirmar que todo depende de algoritmos, y
luego decir que sería errónea la creencia en la espiritualidad humana que
tienen millones de seres humanos, es algo contradictorio, porque decir que una
afirmación sea errónea y otra válida no tiene sentido si se sostiene que todo
lo que afirmamos depende de algoritmos, estaría determinado.
En otras palabras, quienes
afirman que pensamos y escogemos sin inteligencia racional y sin libertad
porque creen que todo lo que hagamos es el resultado determinístico de
algoritmos a los que no podemos escapar, tendrán que reconocer que su misma
afirmación es el resultado de esos algoritmos, como también lo sería la
afirmación de quienes digan lo contrario.
Si todo es algoritmo, decir
que mi algoritmo es mejor que el tuyo no tiene sentido. Al máximo, podemos
decir que tenemos algoritmos diferentes que llevan a resultados diferentes,
pero nada permitiría declarar que unos resultados sean “mejores” y otros “peores”;
que unos sean “verdaderos” y otros “falsos”.
Solo tiene sentido hablar de
mejor y peor, de verdad y falsedad, cuando existe algo que va más allá de los
algoritmos, de las neuronas, de los flujos hormonales. Porque hablar de verdad
y falsedad solo es posible cuando se reconoce una dimensión espiritual que
haría del ser humano algo constitutivamente superior a los algoritmos...