Criticar y luego tener que
hablar con alguien
P. Fernando Pascual
19-11-2022
Ocurre más veces de las que
imaginamos. Un grupo de amigos o colegas critica con dureza a un familiar, a un
compañero de trabajo, o a un conocido.
“Es una persona egoísta. Nunca
cumple sus promesas. Nadie debería fiarse de ella. Además, es inconstante como
una veleta y caprichosa como si fuera adolescente”.
La lista de críticas varía
mucho según los casos y las situaciones. En esas críticas se despelleja a
alguien considerado casi como despreciable.
Más tarde, incluso ese mismo
día, uno de los “tertulianos” se encuentra con la persona criticada. Se cruzan
los saludos. Inicia una pequeña o larga conversación.
Quien antes era un volcán de
críticas, tiene que fingir cortesía, respeto, incluso amabilidad. Pero
internamente, al tratar con quien antes había sido criticado, experimenta la
sensación del hipócrita.
En su corazón, tal vez se diga
a sí mismo: “Antes te critiqué sin misericordia, y ahora finjo que te respeto.
No sé cómo tengo tanta desfachatez...”
Si miramos a la otra parte, la
persona que ha sido objeto de críticas puede, un día, recibir el aviso de que
aquella persona que lo había tratado con amabilidad, hace no mucho tiempo
lanzaba críticas despiadadas contra ella.
No resulta fácil volver a
tratar a alguien que, según nos han dicho, nos ha criticado duramente. Incluso
podemos sentir pena al ver su fingimiento, cuando sabemos que, en el fondo de
su corazón, nos desprecia...
Para evitar este tipo de
situaciones, un poco de prudencia y de respeto nos llevaría a frenar críticas
que no llevan a nada positivo y que luego enrarecen las relaciones entre
quienes critican y quienes son criticados.
Pero no basta solo con evitar
este tipo de situaciones. Hay que ir más a fondo, porque en muchas críticas hay
falta de verdad, y en otras muchas hay falta de misericordia.
El Evangelio es claro: “No
juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y
seréis perdonados” (Lc 6,37).
En la Carta de Santiago, hay
palabras firmes contra la murmuración y las críticas. “No habléis mal unos de
otros, hermanos. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal
de la Ley y juzga a la Ley; y si juzgas a la Ley, ya no eres un cumplidor de la
Ley, sino un juez. Uno solo es el legislador y juez, que puede salvar o perder.
En cambio tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?” (St
4,11‑12).
El Papa Francisco ha
denunciado en diversas ocasiones ese “terrorismo” de las palabras con las que
destruimos la fama de nuestros hermanos, a veces con una crueldad cínica que
sorprende por proceder de almas que han recibido una formación cristiana.
El mundo está lleno de
críticas, murmuraciones, chismes, desprecios. Frente al enorme mal que producen
palabras que matan la fama de nuestro prójimo, necesitamos poner un freno firme
a nuestra lengua.
Sobre todo, necesitamos una
auténtica conversión de los corazones, para que de nuestro interior no salga un
fango de críticas perversas, sino palabras llenas de afecto, respeto y amor
auténtico.