La bienquerencia
P. Fernando Pascual
4-12-2022
La palabra bienquerencia es
poco usada, pero existe. Indica cariño, afecto, buena voluntad que dirigimos
hacia otros.
El mundo nos ha acostumbrado a
escuchar y ver numerosas señales de malquerencia, de odio, de insultos, de
críticas, de murmuraciones, de ataques de unos contra otros.
La malquerencia no solo ocurre
en medios de comunicación, sino que invade las redes sociales, los diálogos
entre familiares, amigos y compañeros de trabajo. Incluso entra, como un mal
terrible, en las parroquias y entre los religiosos.
Frente a tanta malquerencia,
que hiere no solo a los criticados, sino que desvela actitudes negativas de
odio, envidia, rencor, en quienes la promueven, hace falta una profunda
purificación de los corazones, para pasar a otro modo de pensar.
Ello implica, por un lado, no
dejarnos arrastrar por los miles de mensajes de críticas que giran de boca en
boca o por el inmenso mundo de Internet.
Por otro lado, lleva a
promover una mirada distinta, llena de respeto, incluso de caridad, hacia
todos, los cercanos y los lejanos, los que vemos como ejemplares y los que
tienen defectos y caídas.
Promover esa mirada no
significa cerrar los ojos ante males objetivos, ante acciones deshonestas, ante
actitudes claramente dañinas.
De lo que se trata es de
reconocer que errores y pecados no son lo único que hay en los demás, sino que
en cada uno existe un germen de bien, porque ha sido creado por Dios, y porque
ese Dios lo ama a él tanto como a mí.
Entonces cambia nuestra
actitud interior, hasta llegar a ese paso tan difícil, pero no imposible, que
nos enseña el Evangelio.
El texto es largo, pero vale
la pena tenerlo presente en su riqueza, porque recoge las palabras del Maestro.
“Amad a vuestros enemigos,
haced el bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los
que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y
al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y
al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los
hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito
tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les
aman. Si hacéis el bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis?
¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes
esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los
pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos;
haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será
grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los
perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no
seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis
perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante
pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis
se os medirá” (Lc 6,27‑38).
El mundo necesita descubrir
que la bienquerencia es posible, que el mal se vence con el bien (nos lo enseñó
san Pablo), que el odio no beneficia, y que solo el amor reconstruye familias y
sociedades desde la justicia.
Se lo pedimos a Dios, que
transformará nuestros corazones si nos abrimos a su mensaje. Entonces
llegaremos a ser, en medio del mundo, testimonios vivos de una manera de pensar
y de vivir que surge desde el amor y lleva a amar sin medida.