Decisiones y ley natural
P. Fernando Pascual
9-12-2022
Antes de tomar una decisión
sobre temas importantes, pero también sobre asuntos cotidianos, podemos
afrontar la pregunta: ¿cuál sería la mejor entre las decisiones posibles?
La pregunta encontrará una
respuesta insuficiente si solo nos fijamos en nuestra satisfacción egoísta, si
solo buscamos ganancias a costa de otros.
En cambio, la pregunta se
orientará hacia respuestas correctas si buscamos aquello que corresponda a
nuestro verdadero bien, que incluye el bien de los demás.
Como ayuda a responder a esa
pregunta, diversas tradiciones de la humanidad han elaborado propuestas que
podemos encuadrar bajo la expresión “ley moral natural” (o, en forma breve, “ley
natural”).
¿Qué sería la ley natural? Un
conjunto de criterios que aparecen ante un análisis serio y bien orientado
sobre nuestro modo de ser y sobre aquellas decisiones que ayuden a un pleno
desarrollo humano.
A lo largo de la historia, se
han elaborado diversas propuestas de lo que sería la ley natural, sea porque
existen diversas teorías sobre lo que sea la naturaleza humana, sea porque
algunos condicionamientos culturales impedían reconocer lo que realmente
correspondería a nuestro pleno bien humano.
Para evaluar adecuadamente las
diferentes propuestas sobre lo que sería o no sería ley natural se necesita una
reflexión antropológica bien elaborada, que sea capaz de explicar no solo
nuestras experiencias subjetivas, sino lo que sea propio de nuestra humanidad,
lo cual vale en el pasado como en nuestros días.
Santo Tomás de Aquino ofreció
diversas indicaciones sobre elementos esenciales de la ley natural. La primera,
la más general, es el famoso criterio “hay que hacer el bien y hay que evitar
el mal”. No es algo descontado, porque la historia y el presente nos hablan de
muchas decisiones orientadas a actos malos, “justificados” con la excusa de que
luego conseguirían beneficios.
La segunda indicación consiste
en reconocer tres dimensiones de nuestra condición humana que permiten
identificar criterios para buenas decisiones éticas.
Veamos estas tres dimensiones.
La primera se refiere a aquello que nos caracteriza como sustancia (es decir,
como existentes concretos), y exige llevar a cabo aquellas decisiones que
busquen nuestra propia conservación.
La segunda surge desde nuestra
semejanza con los vivientes dotados de sensibilidad (los animales), y nos pide
orientar correctamente los comportamientos que se refieren a la esfera sexual
(ordenada a la procreación) y a la educación de los hijos.
La tercera dimensión se fija
en lo específico del ser humano, su racionalidad, y fundamenta nuestras
acciones a la hora de relacionarnos con Dios y con los demás (individual y
socialmente); se incluye aquí la tarea de conocer la verdad (cf. Suma de
teología, I-II, q. 94, a. 2).
Existen, desde luego, muchos
otros ámbitos de decisiones que no encuentran pistas claras en estas
indicaciones generales sobre la ley natural. Por ello se hace necesario un
análisis atento en tantas áreas de nuestra vida, que van desde el pago de
impuestos hasta el modo justo (y sano) de organizar las vacaciones.
La vida humana se construye a
partir de cientos de decisiones. Serán buenas, es decir, capaces de ayudarnos a
vivir en plenitud como seres humanos, si sabemos descubrir y llevar a la
práctica lo que aprendemos de la ley natural, como ayuda para responder a esa
pregunta clave: ¿cuál sería la mejor decisión que debo adoptar en este momento
de mi vida?