Huir de la ignorancia
P. Fernando Pascual
18-1-2023
En diversos Diálogos, Platón
presenta la ignorancia como uno de los mayores males que puede dañar al ser
humano; por ejemplo, en el Sofista (229c), y en el Timeo (86bc).
Por su parte, Aristóteles
indicó, en su famosa Metafísica, que la filosofía buscaba, entre otras
cosas, huir de la ignorancia.
Santo Tomás recogió esta idea
y llegó a decir que evitar la ignorancia sería uno de los contenidos de la ley
natural (cf. Suma de teología I-II, q. 94, a. 2).
Estos autores, como tantos
otros a lo largo de los siglos, han defendido seriamente que los seres humanos
debemos huir de la ignorancia, vista como algo dañino.
¿Por qué sería dañina la
ignorancia? Porque nos impide conocer la realidad, porque oscurece la claridad
necesaria para tomar buenas decisiones, porque desorienta nuestra mente por
caminos erróneos.
Para huir de la ignorancia,
contamos con diversas ayudas. Tenemos la experiencia, que nos lleva a “toparnos”
con los hechos, los cuales destruyen prejuicios y errores.
Tenemos, además,
investigaciones científicas bien llevadas, que permiten acceder a datos y
explicaciones que nos acercan a una mejor comprensión del mundo en el que
vivimos.
Tenemos, no podemos olvidarlo,
a la filosofía. Es cierto que los filósofos han ofrecido afirmaciones
contradictorias y, en no pocas ocasiones, se han equivocado. Pero un buen
filósofo ofrece métodos y contenidos que ayudan a encontrar lo que sea esencial
en la vida humana.
Todos podemos huir de la
ignorancia. Basta con tener una mente abierta, que reconoce no haber alcanzado
muchas verdades. Una mente, además, humilde, que no tiene miedo a decir que no
sabe lo que no sabe, o que incluso reconoce que estaba equivocada en esto o en
lo otro.
Con esa mente abierta, y con
un esfuerzo sincero por evaluar bien cualquier afirmación (dato, noticia,
comentario) que llegue a mi mente, podré apartarme cada día un poco de la
ignorancia, y avanzar hacia verdades que me permitan progresar en ese
maravilloso camino de la aventura humana.