Normas y vida ética
P. Fernando Pascual
18-1-2023
En todos los pueblos existen
normas que establecen qué comportamientos son considerados buenos y qué
comportamientos son declarados malos.
Así, algunos pueblos condenan
el uso de bebidas alcohólicas, mientras que otros las permiten, sin
restricciones o con algunos límites.
Otros pueblos establecen que
la mentira es siempre algo malo, mientras que en algunas culturas se permite
mentir a los “extraños”.
Como parece obvio, existen
normas que son erróneas, porque declaran como bueno lo que es malo, o incluso
porque permiten acciones claramente injustas. Los castigos que se aplicaban a
los esclavos en otros tiempos son un claro ejemplo de esto.
En este tema, resulta
importante esclarecer qué sentido tienen las normas y qué valores o bienes
buscan promover, para luego distinguir entre normas buenas y normas malas.
Porque el sentido auténtico de
toda normativa válida consiste en ayudar a las personas y a los grupos a
alcanzar aquellas metas buenas que hacen más hermosa y digna la vida humana.
A la luz de este criterio,
podemos luego enjuiciar cada norma concreta con esta sencilla pregunta: ¿ayuda
y promueve una vida auténticamente ética?
Normas sobre la higiene, sobre
los acuerdos comerciales, sobre la seguridad de los edificios, sobre el
comportamiento en el tráfico, tienen valor en tanto en cuanto promuevan la
salud, la confianza en el mercado, y otros aspectos importantes de nuestra
existencia.
Incluso las normas que parecen
tener una vigencia privada buscan promover el bien. Por ejemplo, cuando
reflexionamos sobre qué “reglas” autoimponernos respecto de la hora de
levantarnos y acostarnos diariamente, sobre la dieta que seguiremos, o sobre
las lecturas a realizar en los próximos meses.
Las normas tienen valor y
merecen ser elaboradas, explicadas y seguidas solo si promueven una vida ética.
Luego, al aplicarlas a las situaciones concretas, será oportuno hacerlo con una
sana flexibilidad (como enseña la “norma” del principio de equidad o epiqueya),
pero también con la adecuada exigencia para que cada norma sirva como ayuda
para avanzar, poco a poco, hacia nuestra plenitud como personas y como miembros
de la sociedad.