Convertirse y reparar
P. Fernando Pascual
8-2-2023
La experiencia de la
conversión implica el arrepentimiento por los propios pecados, por aquellas
ofensas que hayamos cometido contra Dios y contra los demás.
Por otro, incluye un deseo
sincero por reparar, por emprender acciones que permitan, en la medida de lo
posible, curar los daños que hayamos causado.
El pasado, lo sabemos, no
puede ser anulado. Pero siempre podemos buscar en qué manera “compensarlo”, de
modo que el mal cometido quede, en parte, superado.
Así, si he faltado a la
verdad, buscaré promoverla, al hacer manifiesta mi mentira y al ofrecer a
quienes haya engañado una información correcta y justa.
Si he faltado al amor con
gestos de egoísmo, buscaré dejar a un lado mis intereses y veré cómo ayudar a
otros, sobre todo a los más cercanos.
Si he ofendido a alguien con
insultos y desprecios, tendré fuerzas para pedir perdón y, sobre todo, para
dejar que mi corazón aprenda a amarle en Cristo.
La lista de reparaciones es
larga. Lo importante es que cada una de ellas nazca desde la experiencia del
perdón que recibimos de Dios, y madure el deseo de aliviar a los que hayan
sufrido por nuestra culpa.
Por eso, cuando Dios ilumina
nuestras almas para que tengamos valor a la hora de confesar el propio pecado,
también nos invita a una generosidad que nos empuje a reparar por nuestras
culpas.
El mundo está lleno de
sufrimientos por las consecuencias de los pecados que cometemos continuamente.
Esos sufrimientos encuentran un camino concreto de alivio cada vez que un
pecador se arrepiente, pide perdón en el sacramento de la penitencia, e
incluye, en su propósito de enmienda, un deseo sincero y generoso de reparar
por sus pecados.