La soberbia de nuestro tiempo
P. Fernando Pascual
28-2-2023
Hay quienes piensan que
vivimos en un tiempo de madurez, de triunfo de la ciencia y de la técnica, de
un alto nivel académico.
Entre quienes piensan lo
anterior, algunos añaden observaciones críticas hacia etapas del pasado, vistas
como oscuras, inmaduras, supersticiosas, iletradas.
Con frecuencia, quienes se
consideran hombres de nuestro tiempo miran con desdén a los que vivían en un
mundo como el medieval, acusados de pensar y actuar bajo el dominio del error y
la incultura.
Este modo de pensar es típico
de quienes han sucumbido en un tipo de soberbia intelectual, con la que suponen
que el hoy ha superado lo de ayer, que la cultura contemporánea ha triunfado
sobre la “barbarie” del pasado.
Esa soberbia puede llegar a un
complejo de autosuficiencia y a una presunción de rectitud moral, en la que ya
no haría falta mejoras en los comportamientos. Quien es de nuestro tiempo no
necesita ni salvación por parte de Dios ni humildad para reconocer defectos que
ya no tendría.
Cuando se llega a ese nivel de
soberbia, resulta muy difícil abrir los ojos ante los propios pecados,
precisamente porque domina esa forma de mal que promueve una especie de autoabsolución y un engrandecimiento de uno mismo, unido al
desprecio por quienes no llegan a vivir según la “mentalidad moderna”.
Superar este obstáculo sería
posible con la ayuda de un poco de sentido común, y con un primer paso hacia la
humildad, la cual permitiría identificar muchos males que oscurecen el mundo en
el que vivimos, y que necesitan ser curados con urgencia.
Basta simplemente con enumerar
el alto número de abortos, de divorcios, de casos de corrupción, de
infidelidades, de calumnias, de mentiras, para que “nuestro tiempo” empiece a
ser visto como una época en la que sombras oscuras y soberbias absurdas dañan a
millones de seres humanos.
Nuestro mundo moderno, como
cualquier otra época del pasado, necesita una dosis urgente de humildad. Solo
con ella podremos mirarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros defectos y
pecados, y sentir la necesidad de un perdón y de una ayuda que solo puede venir
de Dios.
Entonces nuestro tiempo, como
otros tiempos, dejará de lado actitudes dañinas de soberbia. Así, muchos
corazones, desde la verdad, podrán hacer suyas estas palabras sencillas y
grandiosas: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” (Lc 18,13).