El partido o la conciencia
P. Fernando Pascual
1-5-2023
En muchos sistemas
democráticos, los parlamentarios son elegidos porque han aceptado entrar en las
listas de un partido político.
Ello implica que cada
parlamentario, en cierto modo, debe responder a los votantes que eligieron ese
partido concreto al que pertenece o, al menos, al cual ha sido invitado.
Surgen, sin embargo, problemas
no pequeños cuando un parlamentario llega a la conclusión de que ciertas leyes
propuestas por su partido irían contra la justicia y provocarían daños para el
bien común.
Ante situaciones de este tipo,
inicia una lucha en la propia conciencia: ¿mantenerse fiel al partido, o romper
la “disciplina de voto” y enfrentarse al partido para rechazar una ley
considerada como negativa?
Es fuerte la presión del
partido para que cada parlamentario vote según lo que decidan sus dirigentes.
Pero también es importante reconocer que, por encima de partidos y de
presiones, existen principios fundamentales que siempre han de ser respetados.
Por eso, cuando se presenta
una ley promovida por el propio partido que llevará a enfrentamientos sociales
injustificados, que desprotegerá los derechos de los más desfavorecidos,
incluso que permitirá acciones tan dañinas como el aborto o la eutanasia, un
parlamentario tiene que armarse de valor para contradecir a los compañeros de
su grupo parlamentario.
No es fácil hacerlo, sobre
todo cuando hay normativas que, bajo la idea de “disciplina de partido”,
coaccionan a todos los parlamentarios a someterse a lo que se les mande “desde
arriba”.
Pero en la vida política hay
algo mucho más importante que la disciplina de partido: la fidelidad a la
propia conciencia cuando ésta marca claramente que ciertas normativas y leyes
van en contra del bien auténtico de la gente.
Cuando un parlamentario se
encuentre ante la pregunta “¿el partido o la conciencia?”, podrá responder
correctamente si tiene claro el sentido auténtico de cualquier sistema
político: promover el bien de todos los miembros de la sociedad, desde medidas
y leyes que se basen en la verdad y la justicia.
Si su respuesta se orienta al
bien verdadero, será un valiente “no” a una ley injusta, aun a riesgo de ser
castigado por su partido. Quizá ello implique “perder” el propio puesto en el
parlamento, pero será mucho más lo que gane desde la propia honestidad y desde
el amor a la justicia.