Historias en la estación de
metro
P. Fernando Pascual
31-8-2023
Entran y salen cientos de
personas. Uno va al médico. Otro al trabajo. Algunos turistas consultan el mapa
para ver en qué estación tienen que bajarse.
En la estación de metro se entremezclan
miles de historias, proyectos, sueños, temores.
Muchos miran a su celular.
Otros leen algún libro. No faltan quienes tienen un aire pensativo, o
simplemente dejan la mente descansar unos momentos.
Tal vez hay miradas que se
cruzan, de modo rápido: no parece correcto entrar en la vida de quien está
delante.
Quizá dos o tres personas se
saludan: trabajan en el mismo lugar, o han sido compañeros de escuela, o
participan en un mismo grupo de turistas.
Todo ocurre con rapidez. Los
vagones siguen trayectos fijos, abren y cierran las puertas, mientras la gente
entra y sale en un desorden ordenado que funciona.
Los que han estado juntos por
unos minutos, se separan para ir a recorrer nuevas rutas que les
lleven a sus destinos.
En la estación de metro la
vida aparece en una de sus facetas misteriosas y fascinantes: la de la
convivencia de quienes tienen una misma humanidad y diferencias que los hacen
únicos.
En cierto sentido, así es toda
la historia de los humanos en este planeta, donde nacemos, vivimos, luchamos,
reímos, lloramos, con miles de encuentros que se pierden entre los olvidos del
pasado.
Existe, sin embargo, una meta
que a todos nos espera, y que a veces olvidamos, mientras subimos y bajamos del
tren que nos lleva a la siguiente estación.
Esa meta, común a todos, se
abre con las puertas de la muerte. Allá encontraremos, como un inicio
insospechado, a un Dios que nos lleva a todos, semejantes o diversos, en lo más
íntimo de su corazón de Padre...