Descalificaciones o argumentos
P. Fernando Pascual
25-11-2023
Una estrategia para imponer
los propios puntos de vista o proyectos de dominio consiste en descalificar a
los oponentes y evitar cualquier confrontación de argumentos con los mismos.
Como botón de muestra, entre
los muchos que podrían aducirse, se puede recordar la intensa actuación
propagandista de los bolcheviques de Lenin para imponerse en un golpe de Estado
que aplastó poco a poco a sus oponentes.
Bastó con etiquetar a los “adversarios”
como enemigos de la revolución, reaccionarios, aliados de los burgueses, y otra
serie de descalificaciones según la oportunidad, para arrinconar a quienes
buscaban ofrecer otras ideas y proyectos para la convulsa situación que vivía
Rusia en 1917.
La estrategia usada por los
comunistas de Lenin estaba presente también entre los defensores del fascismo,
del nazismo, y de otras ideologías a lo largo de la historia. Mao, en China,
abusó de la misma hasta provocar movimientos masivos de odio como el desencadenado
por la así llamada “Revolución cultural”.
Por desgracia, esa estrategia
se da en otros niveles, también en los países que se autodenominan
democráticos. Hay líderes políticos que descalifican a los oponentes al
acusarlos de corruptos, de oportunistas, de anclados en el pasado, de enemigos
del progreso.
A través de acusaciones que
varían según la oportunidad y la ideología de los acusadores, se evita lo que
realmente urge en temas fundamentales para la vida de las personas y para las
decisiones de los parlamentos y gobiernos: afrontar los argumentos.
Frente a quienes etiquetan y
descalifican a los otros, necesitamos una reacción que denuncie la pésima
estrategia del abuso de las descalificaciones, y que promueva las condiciones
adecuadas para el diálogo y un sano debate público.
No se trata, desde luego, de
descalificar al descalificador... Se trata de hacerle ver que al afrontar cada
asunto lo único que vale la pena es ver qué dicen unos, qué responden los
otros, y buscar sinceramente aquello que esté más cerca de la verdad.
Porque solo si dejamos a un
lado las descalificaciones y vamos a los argumentos, seremos capaces de
entablar diálogos abiertos hacia lo único que puede beneficiar a las personas y
a las sociedades: ver cada asunto con aquellas perspectivas que nos permitan
conocer cómo están realmente las cosas.