Caer y levantarse
P. Fernando Pascual
19-3-2024
Caemos con frecuencia: por
egoísmo, por miedo, por deseos malsanos de placer, por superficialidad, por
avaricia, por envidia, por ira, por pereza.
Cada pecado es una caída. La
herida queda. El corazón empieza a sentir pena. Hubiera sido tan fácil evitar
aquella falta...
Pero no podemos quedarnos ahí,
en la derrota. Hay que asumir la propia responsabilidad, reconocer el propio
pecado, y levantarse.
Necesitamos, para ello,
humildad: nos cuesta confesar la propia culpa, aceptar que fuimos torpes,
imprudentes, maliciosos.
Necesitamos, sobre todo, la
ayuda de la gracia: esa cercanía de Dios que ilumina nuestra mente para
reconocer el pecado y que mueve la voluntad para pedir perdón.
Con esa gracia, que viene del
Corazón de Cristo, podemos volver a empezar. Seguramente habrá que reparar
daños, pedir perdón a quienes hayamos ofendido y, sobre todo, confiar en la
misericordia.
Tal vez una voz susurra en
nuestro interior que volveremos a caer, que seguiremos siendo frágiles, que la
lucha no alcanzará victorias decisivas.
Esa voz no nos desanimará si
confiamos en Dios, que nunca se cansa de perdonar, y si aprendemos a poner
medios concretos para apartarnos de las ocasiones próximas de pecado.
La caída no cierra las puertas
del amor misericordioso de Dios, si sabemos mirarle, con pena por haberle
ofendido, y con una inmensa confianza en su misericordia.
Caer y levantarse: así
transcurre nuestra vida, con un deseo inmenso de romper con el pecado y, sobre
todo, con la alegría de esa inmensa experiencia de un Dios que es Padre
misericordioso y cercano...