Bautismo del Señor.
¿Por qué quiso Jesús ser bautizado?
(Dinámica catequética escrita por José Portillo Pérez).
Nota: Con la intención de que el contenido de esta meditación sea más ameno
para los participantes de los grupos de Catequesis y de Liturgia, os recomiendo que
la misma sea leída por varios compañeross en vuestros encuentros.
Narrador. El país de Israel fue conquistado por los romanos el año sesenta y tres
antes de Cristo. Dado que el Profeta Daniel vaticinó en la profecía que lleva su
nombre el tiempo en que iba a nacer el Mesías, en cada ocasión que aparecía un
nuevo predicador en Palestina, anunciando algún tipo de liberación, -
independientemente de que dicha mejoría de vida fuese política, religiosa o
económica-, mucha gente le seguía. Entre tales predicadores había gente que
deseaba beneficiar a sus seguidores, y gente que sólo estaba interesada en
enriquecerse, a costa de la fe de sus adeptos.
San Juan el Bautista fue uno de los predicadores que llevó a cabo la misión que le
fue encomendada por Dios. El mensaje del hijo del sacerdote Zacarías estaba
relacionado con el acercamiento de quienes se arrepintieran de sus pecados y
recibieran su bautismo a Dios. El citado predicador recibió su formación religiosa
entre los esenios, los cuales constituían una secta contemplativa que vivían lejos
del mundo, con tal de evitar el hecho de pecar, y muchos de los tales vivían el
celibato, ofreciéndole dicho estado de vida a Dios como sacrificio, para pedirle a
Yahveh que ello contribuyera a la pronta aparición del Salvador de Israel en
Palestina.
Dado que los judíos eran creyentes en Dios, ¿qué significado podía tener para
ellos la conversión proclamada por el Bautista? El citado mensajero de Dios
fundamentaba la necesidad del acercamiento de los hombres a Dios en dos pilares,
que sostenían la vida de fe de sus oyentes, los cuales eran la fe, y la obediencia a
Dios, la cual no podía ser imperfecta, dado que significaba renunciar a evitar el
hecho de aceptar como buenos los pensamientos pecaminosos, y hacer lo
humanamente posible para no llevar a cabo todas las obras contrarias a la voluntad
divina.
Fueron muchos los israelitas que aceptaron el mensaje que Juan les predicó, y,
en prueba de ello, fueron bautizados, y se comprometieron a ajustar su vida al
cumplimiento de la voluntad divina, pues, según el Bautista, ello era el distintivo de
la fe que predicaba, y, por consiguiente, de ello dependían la aceptación por Dios
de sus nuevos seguidores, y la posterior salvación de los creyentes.
Antes de ser bautizados, los creyentes le confesaban a Juan todas las malas
acciones que habían llevado a cabo durante su vida, y hacían el firme propósito de
no volver a llevar a cabo dichos actos, por consiguiente, cuando los tales eran
bautizados, después de salir de las aguas del río Jordán, tenían un gran deseo de
abrazar la vida de los verdaderos creyentes, pues, si ello tenía la consecuencia de
aceptar la gran responsabilidad de adaptarse al cumplimiento de la voluntad de
Dios, les era fructífero, si pensaban en la recompensa que les aguardaba, cuando
llegara el día de Yahveh, un día en que el Todopoderoso juzgaría a la humanidad, y
recompensaría, con la vida eterna, y, la plenitud de la felicidad, a quienes le
hubiesen manifestado su fe, por medio de sus obras y oraciones.
¿Cómo podría influir San Juan el Bautista con su predicación en una tierra
colonizada por los romanos caracterizada por las divisiones religiosas que
separaban a sus habitantes? De la misma forma que actualmente los católicos nos
dividimos en conservadores y progres, ritualistas y pastoralistas, los
contemporáneos de nuestro Señor, también estaban divididos.
Los fariseos eran semejantes a quienes les hacen imposible a quienes les
predican el hecho de que tengan fe o les amargan la vida a los tales, haciéndoles
creer que la profesión de fe es una carga insoportable, a pesar de que ellos, -
aunque aparentaban lo contrario-, tenían una fe que en nuestros días podríamos
denominar como "light". Estos fariseos creían en la inmortalidad del alma y en la
existencia de los ángeles, lo cual hacía que estuvieran en permanente confrontación
con los saduceos, los cuales no creían en la existencia del alma humana, ni en los
citados ministros de Dios.
Los esenios vivían aislados, y estaban sometidos al cumplimiento de unas normas
de vida extremadamente difíciles de soportar, pues, con tal de evitar la ocasión de
pecar, tenían prohibido el contacto con quienes no formaban parte de su rama
religiosa.
Dado que San Juan el Bautista predicaba una conversión, que, para ser aceptada,
exigía el cuidado de los ancianos, enfermos, pobres y viudas, la predicación del
citado Precursor del Mesías, le hacía no ser bien visto por quienes sólo pensaban en
enriquecerse, obviando las carencias de los más marginados del país.
La gente humilde y sencilla, que siempre está inevitablemente en medio de
quienes intentan manipularla para lograr sus intereses, padecía los efectos de la
dominación romana, y se dejaba llevar por las novedades que surgían en el terreno
religioso/político/revolucionario. Una prueba de ello fue Judas el Galileo, quien,
durante parte de la infancia de Nuestro Señor, consiguió reunir a un buen número
de sus hermanos de raza, con quienes intentó liberar a su país del yugo romano, y
halló la muerte en su intento de independizar a su tierra.
San Juan el Bautista, en cierta ocasión, les dijo a un grupo de fariseos:
San Juan el Bautista: -Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a cometer el
grave error de creer que no seréis castigados por Dios por causa de vuestra
hipocresía? No creáis que vuestra salvación depende del hecho de hacer que
vuestros adeptos vean el cumplimiento de la Ley de Dios como una carga y de
pensar en la maldad de vuestros prójimos para no pensar en la vuestra. Si queréis
vivir como verdaderos creyentes en Dios, os es necesario dar frutos dignos de la
conversión a Yahveh, que debe caracterizar vuestra vida.
No creáis que podéis escudaros en el hecho de que sois hijos de Abraham para
que Dios os perdone vuestros pecados, pues el Todopoderoso puede darle hijos al
primero de los Patriarcas de Israel de estas piedras. Debéis saber que el Señor ha
puesto su hacha a la raíz de los árboles para cortar y quemar a todos aquellos que
son infructíferos. Recordad que en vuestras manos está la posibilidad de ser
aceptos o rechazados por Dios.
Os es necesario preparaos a recibir al Mensajero divino que se manifestará muy
pronto entre vosotros. El Enviado de Dios es superior a mí, pues, de hecho, si me
comparo con El, ni siquiera soy digno de llevarle las sandalias. Sólo El es quien
puede bautizaros con un bautismo que no es simbólico como el que yo os
administro, pues tiene el poder de bautizaros con los dones y virtudes del Espíritu
Santo, y con el fuego de la conversión, que purificará vuestras almas, eliminando
vuestra humana imperfección. Recordad que el Enviado de Dios santificará a
quienes le acojan sinceramente, y quemará a quienes le rechacen con fuego
inextinguible.
Narrador. La gente le preguntaba al Bautista:
Hombre de entre el público. -Maestro, ¿qué debemos hacer para no ser
condenados el día del inminente Juicio de Yahveh?
Narrador. El Bautista les decía a sus oyentes:
San Juan el Bautista. -Quien de entre vosotros tenga suficiente ropa, que la
comparta con quienes no tienen con que vestirse; quienes de entre vosotros tengan
comida, que hagan lo mismo con quienes pasan hambre. Recordad que la mayor
riqueza de quienes creen en Dios no está relacionada con los bienes materiales,
sino con el ejercicio de los dones y virtudes divinos, lo cual hace imprescindible el
hecho de hacer el bien constantemente.
Narrador. A unos recaudadores de impuestos que le pidieron a San Juan que les
bautizara, éste les dijo:
San Juan el Bautista: -No os aprovechéis del cargo que desempeñáis para
enriqueceros a costa del empobrecimiento de los más desfavorecidos. Os es lícito
servir a Dios y al César al mismo tiempo, si no caéis en la tentación de robar.
Narrador. Unos soldados le preguntaron a San Juan:
Soldado. -¿Qué debemos hacer?
Narrador. El predicador, les dijo:
San Juan el Bautista: No extorsionéis a nadie, evitad el hecho de hacer denuncias
falsas, y contentaos con vuestro sueldo.
Hubo un día en que, mientras el Bautista bautizaba a sus fieles oyentes, se le
acercó un Hombre, con quien mantuvo una conversación, que causó el efecto de
que quienes les vieron se admiraron de ello. Ambos amigos se rogaban uno al otro
el hecho de que le concediera el honor de ser bautizado por él. Dado que el
Bautista insistió mucho en bautizar a Aquel que le pidió que le administrara su
bautismo, el predicador del Jordán, le oyó estas palabras a Aquel a quien le
manifestó su admiración, respeto y adhesión:
Jesús: Debes bautizarme tú a mí, pues conviene que cumplamos toda justicia.
Ya que el Bautista no encontró ningún argumento para hacerle comprender a
Aquel gran Hombre que era él quien verdaderamente estaba necesitado de su
Bautismo, cedió a bautizar a Aquel que fue testigo de un gran escalofrío que sintió,
cuando, mientras lo bautizaba, le dijo:
San Juan el Bautista. -Yo te bautizo para que te arrepientas de tus pecados, y
abraces la nueva vida de los verdaderos creyentes en Dios.
Narrador. Cuando Jesús salió del agua, vio como fue abierto el cielo, y el Espíritu
Santo, adoptando la forma corporal de una paloma, descendió sobre Él.
A partir de aquel momento inolvidable de la vida de Nuestro Salvador, Jesús,
recordando que estuvo en el cielo antes de humanizarse, tomó la decisión de servir
a Dios, y, con tal de asemejarse a quienes hemos sido bautizados en su Nombre,
no actuó como quien lo puede y sabe todo, sino que se retiró al desierto, para
meditar las palabras que el Padre dijo desde el cielo, el memorable día en que su
Cristo se bautizó, y se dispuso a iniciar la preparación de su Ministerio público:
Dios Padre:-Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.
Narrador. ¿Actuamos nosotros como verdaderos hijos de Dios, en quienes
nuestro Padre se complace?