Domingo II Ordinario del ciclo A.
¿Por qué seguimos los católicos a Jesús?
La pregunta sobre la que vamos a meditar en esta ocasión se puede responder de
distintas maneras, si tenemos en cuenta las diferentes razones que causan el hecho
que nos motiva a seguir a Jesús de Nazaret. Dependiendo de la visión de las
circunstancias que hemos vivido, la formación que hemos adquirido y la visión que
tenemos de nuestro Padre y Dios, puede suceder que nos consideremos seguidores
del Mesías con tal de evitar la condenación futura que nos obsesiona, de la misma
forma que también puede suceder que podemos ser fieles seguidores del Redentor
de la Humanidad, sólo por la belleza de la realidad de poder amar y sentirnos
amados al mismo tiempo. San Juan el Bautista es un gran ejemplo que podemos
seguir a la hora de pensar cómo hemos de amar a Dios, pues, dicho Santo, dijo en
cierta ocasión:
"Juan respondió: -El hombre solamente puede tener lo que Dios le haya dado.
Vosotros mismos sois testigos de lo que yo dije entonces: "No soy el Mesías;
simplemente he sido enviado como su precursor." A quien la esposa pertenece es al
esposo. Por su parte, el amigo del esposo, que está junto a él le escucha, se alegra
extraordinariamente al oír la voz del esposo. Este es, pues, el momento en que mi
alegría se ha colmado. El debe desempeñar su papel, cada vez más importante; yo,
en cambio, he de ir quedando en la sombra" (JN. 3, 27-30).
La grandeza de San Juan el Bautista es realmente admirable. El sabía muy bien
que todos debemos contentarnos con lo que Dios nos concede, pues, aunque
nuestro punto de vista no vislumbra nuestra vida tal como la ve Dios, nuestro Padre
celestial nos da gozos, tristezas, riqueza y pobreza, todo lo cual ha de ser utilizado
por nosotros, para que podamos alcanzar la santificación de nuestra alma, para que
así podamos vivir en la presencia de nuestro Santo Padre. San Juan el Bautista era
consciente de que Dios le concedió seguidores que le creyeran y se dejaran bautizar
por él, pero no olvidaba ni un sólo momento que él no era el Mesías, con tal de
evitar el fatídico hecho de dejarse arrastrar por el orgullo humano que, si bien les
es necesario a quienes carecen de autoestima para poder realizarse, priva de amor
y compañía a quienes no lo emplean adecuadamente, porque les sobra.
Dado que el citado Profeta sabía que la relación entre Dios y sus creyentes es
comparada con la celebración de un banquete de bodas en las Sagradas Escrituras,
el hijo de Elisabeth decía que la esposa le pertenece al Esposo, es decir, con tales
palabras, el predicador del desierto, reconocía que, lo único que ambicionaba, era
concluir su misión de Precursor mesiánico, dado que el Esposo de quien hablaba era
Jesús, y, la esposa, era la comunidad de los creyentes, que, lentamente, se reunían
ante el Pastor de almas, que, pocos años después, dio su vida por ellos.
Con tal de no dar la impresión de que le hacía la competencia al Bautista al iniciar
su Ministerio público, Jesús tomó la decisión de comenzar su predicación lejos del
Bautista, el cual, valorando el hecho de que por tener fieles le hacía sombra al Hijo
de María involuntariamente, recordando que sólo era el Predecesor del Mesías,
tomó la decisión de hacer que sus seguidores caminaran en pos de Jesús,
diciéndoles a los tales que, para que Jesús fuera aclamado por sus hermanos de
raza, él tenía que ser empequeñecido, pues, una vez hubo cumplido su misión,
debía empezar a retirarse, para que Jesús fuera el principal centro de atención, de
quienes deseaban conocer la Palabra de Dios.
¿De qué manera elogió Jesús a San Juan el Bautista por haberle posibilitado el
inicio de su Ministerio público?
"«En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que
Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor
que él" (MT. 11, 11).
Imaginemos que, independientemente de que seamos religiosos o laicos, le
dedicamos tiempo, esfuerzo y dinero a la realización de la obra de la predicación del
Evangelio. Supongamos que, el día del Juicio Universal, Jesús nos dice que, el más
indigno de todos los hombres de la historia que ha sido digno de alcanzar la
salvación, tiene una grandeza superior a la nuestra, en la presencia de nuestro
Padre común. ¿Sentiríamos en ese preciso instante la sensación de haber trabajado
inútilmente para Dios? ¿Sentiríamos la frustración de que nuestra labor no fuera
suficientemente reconocida ateniéndonos a nuestro criterio meramente humano?
Después de haber meditado MT. 11, 11, ¿tenemos la sensación de que San Juan
el Bautista, no fue valorado justamente por Jesús? La suma magnificencia en el
Reino de Dios la tienen tanto Dios como sus hijos. La dicha que nos caracterizará
en la presencia de Dios, no dependerá del galardón que recibamos, sino de la
apertura de nuestro corazón y mente al Dios Uno y Trino. Al hacer esta meditación,
pienso que, en vez de dejarnos arrastrar por el delirio de grandeza que consume al
mundo, deberíamos dejarnos seducir por la pequeñez de todo un Dios que se hizo
Hombre, para enseñarnos que, de la misma forma que venció la muerte con su
Resurrección, de nuestros sacrificios, de nuestro trabajo sin cansancio, de nuestro
esfuerzo sincero y leal, depende la salvación de muchos de nuestros hermanos.
Hace pocos días empezamos a vivir un nuevo año, y, una vez más, hemos hecho
propósitos, que no estamos cumpliendo. Raro es el día que no me encuentro con
alguna persona que reniega de sus problemas. Todos queremos tener una vida
tranquila y apacible, y, al mismo tiempo, queremos mejorar nuestra calidad de
vida, olvidando que ambos deseos son incompatibles. ¿¿Queremos vivir sin
problemas? Sometámonos al cumplimiento de la voluntad de las personas que nos
rodean que tienen carácter fuerte. En tal caso, el problema que tendremos, será
que nos quejaremos por falta de libertad y de la chispa de la originalidad que
anhelamos. Si cumplimos este deseo nuestro, tendremos problemas, porque seguro
que encontraremos a alguien a quien no le guste nuestro deseo de ser
independientes.
¿Queremos vivir sin problemas? Renunciemos a la libertad que Dios nos ha
otorgado.
¿Queremos ser nosotros mismos quienes dirijamos nuestra vida? En este caso,
tendremos problemas, que nunca serán superiores al deseo que tenemos de
superarnos.
Si no queremos tener problemas, con obedecer a quienes quieran someternos al
cumplimiento de sus deseos, habremos cumplido la misión que nos hemos atribuido
en esta vida, si es que otros no han tomado esa decisión por nosotros.
Si queremos ser independientes, sólo necesitamos caminar detrás de Jesús,
porque el Señor es el Camino que nos conduce a la presencia de nuestro Santo
Padre, la Verdad que nos indica que todo lo que nos sucede, -aunque a veces nos
duela-, tiene un sentido redentor, y la Vida eterna que añoramos, y cuya posesión
nos mantiene sin perder la fe en este mundo, en que tantas dificultades tenemos
que superar.
¿Podemos encontrar alguna luz en nuestro camino que nos conduzca entre las
tinieblas de los problemas que podemos tener? La luz que nos alumbra es el
"Hágase" de María, la aceptación de nuestra Santa Madre del cumplimiento de la
voluntad de Dios, el sí quiero que se haga tu voluntad, -Santo Padre-, aunque no
comprendo apenas tu designio o plan divino de salvarnos y conducirnos a tu
presencia, purificados de toda mancha.
Jose Portillo