P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.
SAN JUAN MACÍAS
LIMA – PERÚ
1
SAN JUAN MACÍAS
Nihil Obstat
Padre Ignacio Reinares
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto
Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Obispo de Cajamarca
LIMA – PERÚ
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ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN
1. Extremadura.
2. Su infancia.
3. Su juventud.
4. El viaje a América.
5. Lima
6. Novicio dominico.
7. Horario diario.
8. Caridad con los pobres.
9. Sus penitencias.
10. El demonio.
11. Dones sobrenaturales.
a) Ciencia infusa.
b) Resplandores sobrenaturales.
c) Perfume sobrenatural.
d) Invisibilidad. e) Bilocación.
f) Levitación. g) Conocimiento sobrenatural.
h) Milagros en vida.
12. Amor a Jesús Eucaristía.
13. Amor a María.
14. Amor a los santos.
15. Almas del purgatorio.
16. Compendio de su vida.
17. Relato autobiográfico.
18. Última enfermedad y muerte.
19. Milagros después de su muerte.
20. Traslado de su cuerpo.
21. Proceso de beatificación.
22. Milagro para la canonización.
23. Devoción a san Juan Macías.
CRONOLOGÍA
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
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INTRODUCCIÓN
San Juan Macías es un santo de todos y para todos. Tuvo muchos dones
sobrenaturales de Dios e hizo muchas penitencias, pero fue un santo sencillo. Fue
un santo para los pobres, los enfermos, las viudas y los huérfanos y, en especial,
para los más marginados de la Lima de su tiempo.
Los indios y los negros eran sus amigos, pero también los pobres y los
ricos españoles. A todos amaba con amor de padre y a todos los ayudaba. A los
pobres les daba de comer todos los días. A los ricos les pedía limosnas para los
pobres y los ayudaba y consolaba en sus tribulaciones. Todos acudían a él en
busca de un consuelo o de una ayuda.
Oraba mucho por las almas del purgatorio. Por ello alguien le ha llamado
el ladrón del purgatorio . Según cuentan algunos testigos de plena confianza,
Dios le había revelado que había liberado hacia el final de su vida un millón
cuatrocientas mil almas del purgatorio.
Era un fraile humilde que se pasaba todo el día en oración, mientras
cumplía sus obligaciones de portero. Siempre estaba con el rosario en la mano. Y
cuando se celebraba misa en la iglesia, procuraba ir siempre que no se lo
impedían sus obligaciones. Y cuando no podía asistir, al momento de la
consagración, al oír la campanilla, se ponía de rodillas y veía, como en televisión,
la misa que se celebraba en la iglesia.
Dios manifestó su amor al humilde Juan, dándole como compañero desde
su infancia al apóstol san Juan evangelista y concediéndole muchos dones como
el del conocimiento sobrenatural y el de hacer milagros.
Ojalá aprendamos con el ejemplo de su vida a vivir nuestra fe en plenitud
y a buscar la felicidad en amar, servir y hacer el bien a todos los que nos rodean.
Nota.- Al citar Meléndez nos referimos al padre Juan Meléndez, que conoció al santo
cuando era joven, y escribió su biografía en su libro Tesoros verdaderos de las Indias ,
tomo III, libro IV, Roma, 1682.
Al citar el texto nos hemos permitido algún pequeño cambio de palabras sin cambiar el
sentido para entender mejor el relato.
También nos hemos servido del libro Juan Macías del padre Salvador Velasco, quien
tuvo acceso a un volumen impreso en Roma en 1727, que incluye los dos Procesos,
diocesano y apostólico.
4
1. EXTREMADURA
Al momento del nacimiento de nuestro santo reinaba en España el rey
Felipe II, el rey prudente, con el que España llegó a la plenitud de su poder. En
la Iglesia gobernaba el Papa Sixto V. El ambiente social español estaba
impregnado de hazañas en el Nuevo Mundo y de guerras de religión en Europa.
La región en la que nació nuestro santo se llama Extremadura y
comprende las dos provincias españolas de Cáceres y Badajoz que están en la
frontera con Portugal. Es una tierra montañosa, pobre para la agricultura, con
pastos para los ganados. Es tierra tradicional de emigrantes. Muchos emigraron a
las Indias en el siglo XVI, buscando un futuro mejor. De esta tierra era Francisco
Pizarro, el conquistador del Perú.
Entre tantos problemas sociales y políticos de aquel tiempo, la vida de
Juan Macías transcurrió humilde y sencilla, trabajando como pastor, primero en
su pueblo natal y después en otras regiones de Andalucía hasta que llegó a
América, donde se hizo religioso.
2. SU INFANCIA
San Juan Macías nació el 2 de marzo de 1585 en Ribera del Fresno
(Badajoz). Fueron sus padres Pedro Arcas e Inés Sánchez.
En la Introducción del Proceso de beatificación se dice: Estaban unidos en
legítimo matrimonio, piadosos, nobles, pero pobres de bienes de fortuna.
Tuvieron el cuidado de que Juan recibiera el bautismo y posteriormente la
confirmación. Fue educado piadosa y santamente en los rudimentos de la fe
católica.
Dicen los testigos que no había en sus padres contaminación de sangre
mora ni judía. Eran cristianos viejos. El padre Blas de Acosta refiere en el
Proceso que, tres días antes de morir fray Juan, le dijo que sus padres en sangre y
virtud, eran de lo mejor de su país . Su padre era alguacil del Santo Oficio de la
Inquisición.
En la partida de bautismo de nuestro santo se lee: En la villa de Ribera, a
dos del mes de marzo del año 1585. El señor licenciado Morán, cura de esta
dicha villa, bautizó a Juan, hijo de Pedro Arcas y de Inés Sánchez, su mujer.
Fueron padrinos: Mateo Sánchez e Isabel Salguera, su mujer. Y en fe de esto lo
firmo de mi nombre. Licenciado Morán Francisco Blanco.
5
Nuestro santo se llamaba Juan Arcas Sánchez; pero ya adulto, él siempre
decía que se llamaba Juan Massías o Masías, una deformación del apellido
original de su tierra, que es Macías. El cambio de apellido parece deberse a que
en algún momento fue acogido por un pariente de este apellido. De hecho,
Agustín Romero, que declaró en 1672 en el proceso apostólico (testigo 35), habla
de un tal Bartolomé Macías, que vivía en Lima, a quien siempre fray Juan lo
consideró su pariente.
Según la Introducción del Proceso: Desde la niñez dio indicios de futura
santidad. Asiduo a la piedad y a la religión, frecuentaba las iglesias y hacía
altarcitos, veneraba las santas imágenes de Cristo, de la beatísima Virgen y de
otros santos con especial devoción, veneración y culto. Ajeno a juegos de niños,
era un ejemplo para los de su edad por su modestia, compostura y virtud.
Le gustaba ir a rezar a la iglesia delante de la imagen de la Virgen del
Valle, pequeña imagen de talla gótica, que se venera en una de las capillas de la
iglesia parroquial. También le gustaba ir a la ermita del Santo Cristo de la
misericordia, que se hallaba a las afueras del pueblo.
Sus padres criáronle como santos que fueron en temor y amor de Dios y
se lució su cuidado, pues, dejando a nuestro niño de sólo cuatros años y medio,
cuando pasaron de ésta a mejor vida, ya sabía, con ser de tan tierna edad, las
oraciones del padrenuestro y avemaría, y las rezaba 1 .
Al morir sus padres, quedó junto con su hermanita de tres años, al cuidado
de su tío materno Mateo Sánchez, su padrino. Entre los enseres que llevó consigo
había un candil de hierro, que alumbraba cada noche la escena familiar. Hoy se
considera una venerable reliquia, que obra curaciones.
El padre Meléndez, que lo conoció, dice: De sólo cuatro años y medio era
nuestro niño Juan, cuando Dios le privó de entrambos padres, y con muy
especial providencia al parecer, porque como le criaba para que fuera tan suyo,
quiso que su crianza y educación no corriese por cuenta de hombres, aunque
fueran tan buenos como sus padres, sino por su cuenta y providencia, poniéndole
un ayo de las mayores personas que tiene el cielo y la tierra para que cuidase de
él y le enseñase y dirigiese por el tiempo de su vida y después le acompañase
hasta ponerle en la gloria donde gozara el premio de sus servicios y trabajos
padecidos por su amor 2 .
1 Meléndez, p. 453.
2 Ibídem.
6
El padre Meléndez se refiere a san Juan Evangelista, el apóstol predilecto
de Jesús, que se le aparecía y le enseñaba como un amigo.
A los cinco años, su tío lo mandó a cuidar su rebaño y, en la soledad del
campo, oraba y se comunicaba con Dios con la confianza de un hijo con su papá.
Un día se le presentó el apóstol san Juan evangelista como un niño como él.
Juntos hacían vuelos en éxtasis, disfrutando de la felicidad de Dios, incluso,
como él mismo dirá, visitando a los moradores del cielo.
Estaba tan unido a Dios que no es de extrañar que Dios pudiera hacer
milagros por su intercesión ya en aquella época. Según una tradición, que
permanece hasta hoy en su pueblo de Ribera, estando un día con su rebaño, oyó
cerca el llanto de un niño. Corrió a ver qué pasaba y el niño le contó que un
cerdito había caído en un pozo que no tenía brocal. Juanito se puso a rezar con fe
y, según iba rezando padrenuestros, el nivel del agua subía y el cerdito subía
flotando, hasta que llegó a la superficie y lo rescataron.
El niño Juanito iba creciendo y era tanto su amor a Dios que no podía
guardarlo para él sólo. Por eso, compartía su fe y sus conocimientos con otros
niños o jovencitos. Según declaró el padre Francisco de Oviedo: No sólo sabía lo
conveniente para la salvación, sino que les enseñaba a los niños de su edad con
la suavidad que requiere la edad, conforme a sus pequeños años. Y, aun siendo
mayor, de joven, antes de vestir el hábito religioso, continuaba en este ejercicio
y ocupación procurando que todos amasen a Dios y le sirviesen con obras y
palabras 3 .
A veces, el niño Juanito se quedaba en éxtasis durante su oración, y san
Juan rodeaba la manadilla, la guiaba, la recogía y contenía sujeta y sin salirse
de los términos debidos, de manera que, cuando volvía en sí el extático
pastorcillo, hallaba recogido su ganado sin haber padecido detrimento por falta
de su descuido. Y esto le sucedió y sucedía todo el tiempo que estuvo en aquel
oficio y ejercicio de pastor 4 .
3. SU JUVENTUD
Siendo jovencito, dejó el suelo donde nació y salió peregrinando por toda
Extremadura, pero nunca fue molesto ni pidió para comer, que en un hombre
mozo y con fuerzas pareciera más vicio de la ociosidad que no ejercicio de
mortificación. Dondequiera que llegaba, buscaba en qué trabajar para ganar de
3 Proceso apostólico, testigo, 4.
4 Meléndez, pp. 455-456.
7
comer y de aquel corto salario, gastando lo que había menester para el sustento
de cada día, lo demás daba a los pobres a quienes, desde entonces, comenzaba a
dar el título de hermanos 5 .
A los veinte años pasó a la Andalucía y todo este tiempo le acompañaba
su amigo san Juan evangelista, manifestándosele muy frecuentemente, y le
revelaba muchas cosas 6 .
Sucedió en una ocasión que, pasando por Sevilla a Jerez de la Frontera,
vio en aquella gran ciudad una portada de casa que le pareció de iglesia. El
siervo de Dios, como andaba continuamente pensando en Dios, luego que vio la
iglesia entró a rezar. Pero, a pocos pasos, encontró un corro de mujeres
cortesanas, que así llaman a las perdidas. Ellas cercaron al mozo incauto y,
pensando que entraba a lo que otros, cada cual hacía de las suyas para cogerle
para sí…, pero no tard mucho el amigo san Juan evangelista, poniéndose
visiblemente a su lado, lo cogió de la ropilla y lo sacó hasta la calle,
enseñándole el camino por donde debía ir y advirtiéndole que otra vez anduviese
con cautela y más cuidado 7 .
Estando en Jerez tuvo una experiencia de cielo y él dice: Habiendo oído
misa, san Juan me llevó donde él quiso y sabe, allá muy lejos. Llevóme como
otras veces, a ver a Dios, donde vi tales cosas que no se puede decir ni declarar 8 .
De Jerez se dirigió a Sevilla con el propósito de embarcarse para las
Indias, acompañando a un mercader que lo contrató para servirlo durante el viaje,
cuidando el ganado que llevaba. Sevilla era una gran ciudad, de unos cien mil
habitantes de todas las razas y colores. En Sevilla había un floreciente comercio.
Estaba en el apogeo de su grandeza y auge comercial, desde que se estableció la
Casa de Contratación en 1504, que centralizó en el puerto el monopolio del
comercio con las Indias. En 1510 se estableció el Consejo de Indias y a él se le
subordinó la Casa de Contratación, que después se conoció con el nombre de
Consejo Real y Supremo de las Indias. Allí esperó la salida de la flota.
5 Meléndez, p. 456.
6 Ib. p. 456.
7 Meléndez, p. 457.
8 Meléndez, p. 458.
8
4. EL VIAJE A AMÉRICA
Salieron con viento próspero de Sevilla en agosto de 1619. Con los
pasajeros iban soldados pertenecientes a uno de los famosos tercios, soldados
viejos y buena gente, casi todos mosqueteros . A bordo asistía todos los días a la
misa que celebraba alguno de los sacerdotes viajeros. Se pasaba los días
trabajando, cuidando el ganado de su amo y orando, sobre todo, rezando el
rosario. Después de 40 días de navegación, llegaron a Cartagena de Indias,
llamada la Reina de las Indias , un emporio de riqueza permanente y cebo
constante para los piratas, lo que hizo que se fortificara con unas murallas, que en
algunos puntos tenían hasta 21 metros de espesor.
Su amo resolvió despedirlo, porque no le servía para sus negocios, ya que
necesitaba un ayudante que supiera de cuentas y él no sabía. Así que le pagó el
salario correspondiente y se despidieron.
Estuvo varios días en Cartagena sin saber qué hacer para el futuro. Tomó
algún trabajo para alimentarse, visitó iglesias y ayudó con lo poco que tenía a los
pobres que encontró.
Allí en Cartagena encontró un pariente suyo que también lo despidió,
porque no era hábil para los negocios 9 . Ayudó lo que pudo a tantos esclavos
negros que había en la ciudad, donde llegaría do s años más tarde s an Pedro
Claver, el apóstol de los negros.
Por fin, un día se decidió a ir a L ima. Podía ir por mar hasta Panamá,
cruzar el istmo y después tomar otra nave hasta el Callao, el puerto de Lima. La
otra opción, que fue la que escogió, según el consejo de san Juan evangelista, fue
irse a pie. Se puso en marcha con sus 34 años cumplidos.
De Cartagena a Lima eran unos 5.000 k ilómetros. Parte los hizo a pie,
parte a mula y también en canoa a t ravés de algunos ríos de la selva colombiana.
Y después de cuatro meses y medio llegó por fin a su destino en Lima, en febrero
de 1620.
9 Padre Fernández de Valdés, Proceso apostólico, testigo 10.
9
5. LIMA
Lima era una ciudad próspera. Había unos doscientos mercaderes
dedicados sólo a vender ropa de Castilla, de México y de la China. Los dueños de
pulperías eran también más de doscientos y así otros mercaderes de vino y de
otros alimentos. También eran numerosos los trabajadores de las distintas
profesiones.
En cuanto a los habitantes, había una marcada diferencia de razas. En
primer lugar y con todos los derechos estaban los españoles o criollos
(descendientes de españoles nacidos en América). Después venían los libres de
distintas razas (indígenas, mulatos etc.) y, por último, los esclavos. La ciudad
crecía gracias a su prosperidad comercial y minera. Hacia 1630 tenía ya 40.000
habitantes, de los cuales unos 20.000 eran negros, y la mayoría de ellos todavía
esclavos.
El ambiente general era bastante religioso. En muchos hogares se rezaba
el rosario diariamente, se respetaban las cosas sagradas y se reverenciaba a los
sacerdotes. Por supuesto que, como en todas partes, había excesos en el trato a
los esclavos o en los tratos comerciales con los pobres e ignorantes. Había santos
y pecadores, pero ciertamente en aquellos tiempos no se conoció el pecado del
suicidio, del aborto o de la blasfemia.
Al llegar a Lima, Juan Macías encontró a san Martín de Porres (+ 1639).
Lima todavía respiraba los aires de santidad de santo Toribio de Mogrovejo,
muerto en 1606; de san Francisco Solano, fallecido en 1610; y de santa Rosa de
Lima en (+ 1617).
En Lima los dominicos u Orden de Predicadores tenían dos conventos
principales. El convento de Santo Domingo o basílica de Nuestra Señora del
Rosario estaba ubicado en el centro de la ciudad y tenía en ese tiempo unos 150
religiosos. Allí vivía san Martín de Porres. El otro convento principal era el de
Santa María Magdalena, llamado también La Recoleta dominica, es decir, un
convento de recoletos dominicos, donde se llevaba una vida más estricta que en
los demás conventos de la Orden. Por ejemplo, no se podía comer carne y había
más horas de oración comunitaria. En este convento, fundado en 1606, que fue
donde entró nuestro santo, había 50 religiosos 10 .
Al llegar a Lima, Juan Macías, se alojó en una venta cerca del puente que
llaman Posadas de San Lázaro por estar junto a la iglesia parroquial dedicada a
10 Actualmente, en lo que fue este convento, se encuentra la parroquia de los Sagrados Corazones
llamada también La Recoleta de Lima, ubicada en la Plaza Francia del distrito del Cercado de Lima.
10
San Lázaro. La venta estaba en el barrio de San Lázaro, hoy distrito del Rímac,
distante unos dos kilómetros del convento de la Magdalena.
Pronto se concertó con el acaudalado ganadero Pedro Jiménez Menacho,
llamado El Rastrero , que proveía de carne a toda la ciudad. Don Pedro lo nombró
mayoral y mayordomo de su ganado. Administró su finca con el ganado con tal
diligencia y fidelidad que el patrón no se cansaba de elogiarlo, viendo cómo Dios
multiplicaba visiblemente cuanto tenía. Con él estuvo unos dos años y medio.
6. NOVICIO DOMINICO
Entró de religioso al convento de la Magdalena, siguiendo el consejo de
san Juan evangelista. Tomó el hábito el 22 de enero de 1622, empezando así su
noviciado. Según aseguró en el Proceso el padre Francisco de Guzmán: Antes de
su toma de hábito hizo una confesión general de toda su vida 11 .
Algunos testigos recordaron en el Proceso que, el día que entró al
convento de Santa María Magdalena, vestía un vestido de bayeta azul de Quito,
el único que tenía, que era de tela gruesa, de color azul como vestían los más
pobres de Lima. El mismo Juan Macías dirá que, al tocar la campanilla de la
puerta, le abrió fray Pablo de la caridad, quien le había llamado por su nombre
sin haberlo visto antes. Tenía 36 años.
El día de su toma de hábito, se había postrado en el suelo con los brazos
en forma de cruz. El padre Ramírez, Prior, le había preguntado de acuerdo al
ritual: ¿Qué deseas? Y él respondió: La misericordia de Dios y la vuestra.
Había 50 hermanos escuchando, quienes le dieron la bienvenida y lo
recibieron como parte de la Comunidad para ser lego o hermano converso, no
sacerdote. Un testigo del Proceso manifestó que tenía el rostro bello como un
ángel, siendo un hombre menudo y flaco y, al verlo, se experimentaba un
sentimiento vivo de compunción y se alababa a Dios 12 .
El mismo día de su toma de hábito, el diablo manifestó su disgusto. Por la
noche, estando ya recogido en la celda, el demonio, fingiendo un gran terremoto,
le presentó a la vista, entre el estrépito del temblor, que se desunían las paredes
de la celda y que, desencajados los adobes, se venían al suelo con el techo, como
si sucediera en realidad, sobre el cuerpo de fray Juan; que por una parte,
oprimido del peso de la tierra y casi ahogado del polvo que sacudían los
11 Proceso diocesano, testigo 6.
12 Proceso ordinario N° 36, párrafo 45, tomo 1.
11
materiales con el falso movimiento, llamó a Dios y a su amigo san Juan
Evangelista y, al punto, se vio libre de aquel susto y la celda entera sin lesión
alguna, conociendo el engaño del demonio. Eso mismo sucedió muchas veces,
pero con el mismo efecto, no sacando del siervo se Dios otra cosa que humillarse
y dar repetidas gracias a su Majestad, porque le guardaba libre de sus celadas,
ardides y asechanzas 13 .
Desde el día de su entrada vestía un hábito blanco de lana gruesa,
calzaba zapatos toscos, largos y resistentes. Sobre el pecho y espalda le colgaba
un escapulario negro. Normalmente tenía la cabeza cubierta con la capucha
negra, como usaban los hermanos conversos 14 .
Según el padre Meléndez,, que lo conoció, era mediano de cuerpo, rostro
blanco, las facciones menudas, la frente ancha, partida con una vena gruesa que
desde el nacimiento del cabello, de que era moderadamente calvo, descendía al
entrecejo; las cejas pobladas, los ojos modestos y alegres, la nariz algo
aguileña, las mejillas enjutas, pero sonrosadas y la barba espesa y negra 15 .
Durante su noviciado fue modelo de humildad. Cuando decía o contaba
alguna cosa de sí, se llamaba asnillo tonto, gusanillo vil, siervo inútil 16 . Cuando
hablaba de otros decía: El bueno de fray fulano, el bueno de zutano 17 .
La prueba más dura de su noviciado fue obedecer al padre sacristán que le
ordenó que estuviese en la puerta de la iglesia toda la tarde del Jueves Santo para
pedir a la gente cera para la iglesia. Hubiera deseado pasar ese tiempo precioso
delante del Santísimo Sacramento. Había días que participaba en cinco o seis
misas. Él trataba de salvar almas asistiendo a misa, rezando el rosario, orando y
obedeciendo.
El padre Arias le había explicado que valía más un rosario que una bella
prédica y que una lección de catecismo. Que bastaba cumplir la voluntad de
Dios, obedeciendo como portero, para salvar muchas almas sin ir a evangelizar a
los indios.
Lo destinaron como segundo portero para ayudar al hermano Pablo de la
caridad. Y le dijo al padre Gonzalo García, quien dio testimonio años más tarde:
¡Qué bueno y penitente era el hermano fray Pablo! Tenía mucha caridad con los
pobres. Con su ejemplo, este gusanillo, que soy yo, comenzó la vida de oración
13 Meléndez, p. 464.
14 Proceso apostólico, N° 58 y párrafos 15 y 43 del tomo 3.
15 Meléndez, p. 590.
16 Meléndez, p. 483.
17 Ib. p. 484.
12
por seis o siete horas de día y de noche. A decir verdad, me parecía que no tenía
tiempo suficiente para orar. Me parecía que pasaba sólo un cuarto de hora 18 .
El hermano Pablo fue su maestro como portero y le decía: Nosotros
predicamos con la escoba. Si no subimos al púlpito a predicar, participamos en
la predicación con la oración y el servicio. ¿Quién toca la campana para que
venga la gente a oír predicar? ¿Quién alimenta a los padres para que estudien y
estén listos para anunciar el evangelio? ¿Quién limpia los claustros y la iglesia,
quién abre y cierra las puertas y distribuye las limosnas y asiste a los enfermos?
Hizo su profesión perpetua el 23 de enero del año 1623. Al año de su
profesión perpetua, en 1624, se enfermó de la rodilla donde tenía un tumor de
tanto haber estado de rodillas. Había peligro de que degenerara en gangrena. El
Prior decidió enviarlo a un convento de la Sierra, en las montañas de los Andes,
donde estuvo dos meses y curó misteriosamente.
Al regresar de inmediato a su convento de la Magdalena, el hermano
Pablo ya no estaba, lo habían cambiado al convento de Santo Domingo. Así que
el hermano Juan se quedó de portero titular, cargo que ocuparía hasta su muerte,
21 años más tarde.
7. HORARIO DIARIO
Desde que fue portero se hizo un horario. No quería estar ni un instante
ocioso. Ya oraba mentalmente, ya rezaba su rosario, ya barría, ya aliñaba el
refectorio (comedor) o fregaba los platos o ejercitaba sus obras de caridad sin
parar el minuto de una hora 19 .
A las cinco de la mañana salía de su celda, oía misa y se quedaba en la
iglesia de rodillas hasta que daban las seis. Luego íbase a la cocina para
disponer lo necesario a los pobres. Abría la portería. Los días que no había
tanto apremio cerraba de nuevo y daba una vuelta devota por la iglesia. De
nuevo a las ocho a la portería. Disponía el refectorio para los pobres y
preparaba los platos y el agua de las alcarrazas.
Oraba el tiempo libre delante de un Santo Cristo que había en un altar en
la misma portería, atento, sin embargo, a las llamadas. Si podía, volvía a la
iglesia para oír la misa mayor. Si no, se unía en espíritu desde la misma
portería.
18 Francisco Reginaldo, San Giovanni Macías , Ed. San Sisto Vecchio, Roma, 1974, p. 65.
19 Meléndez, p. 474.
13
En tocando a comer, cerraba la puerta y se iba y comía un plato de
legumbres y fruta con miel. Luego se levantaba para recoger platos, servir a los
demás y juntar lo que iban éstos dejando. Después llevaba esto con lo preparado
en la cocina para los pobres. A los vergonzantes clérigos, nobles arruinados,
hidalgos les deba de comer en el refectorio reservado. Dadas las gracias, los
despedía con amor y caridad.
Después repartía en ollas lo que habían de llevar fuera de casa a muchas
mujeres pobres y honradas que mandaban por ello. Luego sacaba lo demás al
portal donde esperaban muchos pobres de toda condición. Y repartía con
abundancia la comida de rodillas en el suelo, la capilla en la cabeza, los ojos en
lo que hacía y el corazón en Dios. Al terminar les daba catecismo, rezaban
oraciones y los despedía en paz, amonestándoles a que amasen a Dios y se
conformaran con su santa voluntad.
Con esto llegaba la una. Cerraba y a las dos abría de nuevo. Y ocupaba la
tarde en su oficio y en las obras de caridad que se ofrecían: barría el refectorio,
doblaba los manteles y lavaba los platos. El tiempo sobrante lo pasaba orando
ante el Santo Cristo.
Al toque del Ángelus seis de la tarde cerraba. Y al tocar a colación
a cenar entraba en el refectorio a servir y recoger lo sobrante para repartirlo
a los niños pobres que acudían a la portería por la mañana.
Terminada la cena, con los hermanos y donados, iba a rezar el rosario en
la capilla de Nuestra Señora. Y se quedaba solo hasta maitines, a las doce de la
noche. Volvíase a la iglesia hasta las cuatro de la mañana, hora de tocar el
Ángelus.
Se recostaba de bruces, el rostro sobre los brazos, como una hora. A las
cinco de la mañana comenzaba la jornada del nuevo día 20 .
20 Velasco Salvador, Juan Macías , Ed. OPE, Guadalajara (España), 1975, pp. 154-155; Meléndez, pp.
466-467.
14
8. CARIDAD CON LOS POBRES
Algo en lo que destacó especialmente fue en su gran caridad con los más
pobres y necesitados, indios, negros y españoles. Y no sólo se preocupaba de su
alimento material, sino también de su alimento espiritual, dándoles charlas sobre
la doctrina cristiana.
Según cuentan los testigos del Proceso, cada día daba de comer a más de
400 pobres. Muchos lo llamaban con cariño el leguito de la limosna . A los
pobres de los hospitales, algunos días los visitaba personalmente. Llevaba una
cesta colgada del brazo izquierdo, cubierta con la capa y llevaba dulces, flores
aguas de olor y comida. Les servía de comer, les hacía las camas, les limpiaba los
bacines, les daba los dulces y las flores; y les untaba las manos con el agua de
olor para que se recreasen. Y les amonestaba a la paciencia en su pobreza y
achaques, y les aconsejaba el amor de Dios y mudanza de sus vidas 21 .
A sus hermanos de Comunidad también proveía de hábitos con la ropa que
le regalaban. Igualmente, daba ropa a sacerdotes pobres y a jóvenes casaderas sin
dote.
Tenía bienhechores que le mandaban limosnas desde Cuzco, Potosí y otros
lugares distantes. Entre sus bienhechores de Lima, estaban Pedro de Gárate,
Pedro Ramírez, Antonio de Alarcón, Diego de Alarcón, Alfonso Martín de
Orellana, Alonso Calderón, Sebastiana de Vera y su esposo Juan de Quijada,
Baltasar Carrasco, Pedro del Campo, Isabel Morales, y hasta el mismo virrey
Don Pedro de Toledo y Leyda, marqués de Manresa, que le daba cada año 2.000
pesos de a ocho reales para cuatro chicas pobres casaderas. Cuando el Prior le
preguntó qué había hecho para convencer al virrey, le respondió: Con esto, padre
Prior, con el rosario.
Francisco de Bustamante fue uno de los mercaderes más acreditados que
tuyo en su tiempo Lima y por tener una tienda bien surtida era mucho lo que
vendía. Un día, estando vendiendo, el siervo de Dios le pidió fiadas unas varas de
tela para hacer unas camisas para sus pobres.
El hombre no conocía al bendito fray Juan y lo despidió sin darle nada.
Pasáronse algunos días y, reparando que no entraba persona alguna en su tienda a
comprar como solía, averiguó si vendían los demás y supo que sí. Y contándole a
un amigo su problema, añadió que, desde el día en que a un fraile lego le había
negado unas varas de tela fiadas para camisas para los pobres, le sucedía aquella
21 Meléndez, tomo III, libro V, c. 1.
15
desdicha 22 . El amigo, averiguando que el fraile era el portero de la Magdalena , le
dijo: Amigo, ese fraile es un santo, determinaos a llevarle lo que os pidió y veréis
qué bien os va. El hombre tomó el consejo, envió la tela, no fiada sino de
limosna, y desde luego comenzó a vender de modo que resarció las pérdidas
pasadas y continuó sus limosnas por mano del siervo de Dios, experimentando
siempre grandes medras en su hacienda 23 .
Juan de Bedia había dado al siervo de Dios en vida algunas limosnas y
con esa confianza llegó a pedirle una vez, pero el hombre se negó; instó
repetidas veces en pedírsela, diciendo que le importaba que se la diese, pero
nunca le pudo sacar ni un real. Hizo aquel año un viaje a la feria de Portobelo y,
habiendo empleado ciento veinte mil pesos y lo más en hierro, que es género de
importancia para las Indias, embarcado todo en Panamá, el barco en que venía
se fue a pique y quedó el miserable sin hacienda. Llegó a Lima en ocasión que
acababa de pasar de esta vida el siervo de Dios fray Juan y corría la fama de sus
cosas y, entonces, cayó en la cuenta de que por haberle negado la limosna le
sucedía aquella infelicidad. Arrepentido de su dureza, dio una cuantiosa limosna
para los pobres de su portería y luego tuvo noticia de que, por medio de buzos,
le habían sacado del barco perdido más de sesenta mil pesos de hierro. Volvió
en sí y fue siempre muy devoto del siervo de Dios y de sus pobres 24 .
Andrés Martín de Orellana era uno de sus mejores bienhechores y se
enfermó de hidropesía, quedando desahuciado de los médicos. Viéndose cerca de
la muerte, fue a visitar a su paisano el siervo de Dios. Lo llevaron en una silla de
manos dos de sus esclavos. Llegó a la hora del reparto de la comida y, como
tenía sed, le pidió a fray Juan un poco de agua. Y habiéndole dado el agua en un
jarrillo pequeño, el siervo de Dios le dijo: “Hermano, pues ya ha bebido y
socorrido su necesidad, no se esté sentado ahí, tome este plato de frejoles y
llévelo allí dentro al refectorio donde están nuestros hermanos los pobres y déle
al que siguiere. Y adviértole que tal vez viene ahí su Majestad a honrar esas
pobres mesas y podrá ser que ahí ahora esté dándoles su bendición”...
Pareciéndole que podía andar solo, se puso en pie y llevó el plato a los pobres
sin que nadie le ayudase. Cuando volvió por más platos, vino más ágil y suelto,
de manera que podía andar mejor. Pidió otro plato y lo llevó con ligereza. Al
regresar, fray Juan estaba haciendo otros platos de pescado salado con aceite y
vinagre y, viéndolo Andrés Martín, le dijo: “En verdad que se me antoja comer
un poco de este pescado y así quisiera que vuestra reverencia me lo diese”…
22 Sobre este suceso declararon varios testigos en el Proceso, entre ellos el padre Antonio del Rosario
(Proceso apostólico, testigo 33), el padre Domingo Montero (ib. testigo 6) y otros como el padre
Gonzalo García, Francisco de Guzmán, fray Juan de la Torre, fray Dionisio de Villa, fray Juan de la
Magdalena y otros religiosos y seglares.
23 Meléndez, pp. 513-514.
24 Meléndez, pp. 514-515.
16
Dándole en un plato una cabeza de pescado salado con un panecillo y una
servilleta, se sentó a comerlo en un poyo de la misma portería y concluyó con
todo el plato y el pan con muy buenas ganas... Espantada su mujer al verlo, le
dijo: “Jesús, Señor, pescado salado con aceite y vinagre un hombre hidrópico y
que revienta de sed. Queréis mataros? Estáis loco? En qué juicio cupo tal?”.
Y respondi: “Ya estoy bueno y sano por la misericordia de Dios y no tengo mal
alguno”… Volvieron a su casa y tan libre Andrés de su achaque que el que antes
esperaba a cada instante la muerte, dentro de tres días andaba por la ciudad sin
rastro del mal pasado y ocupado en sus negocios 25 .
Fray Juan tenía permiso del Prior para pedir limosnas y guardar lo que le
daban en una despensa. El día que se quedó solo en la portería quiso continuar
dando ayuda a los pobres como lo hacía el hermano Pablo de la caridad y le pidió
permiso al Prior para pedir y dar ayuda. El padre Blas de Acosta, que era el Prior,
le dijo: Puedes pedir y darlo todo con tal de que no te quedes nada para ti .Y él
le respondió: ¿Para mí? Para mí sólo quiero a Dios 26 .
Les daba de comer a los pobres, hincado de rodillas, con el rostro
resplandeciente de gozo. Acabada la comida, les hacía rezar las oraciones y el
catecismo, repitiéndoselo él mismo de rodillas como estaba. Con mucha energía
y espíritu les hacía una plática, encargándoles el temor y amor de Dios y que, en
agradecimiento, procurasen no ofenderle. Y, si después de idos los pobres,
tocaban, respondía y, si era pobre, le daba de comer con el mismo aseo y
abundancia que a los demás sin reñirle, porque no había venido a la hora. Y, si
habiendo cerrado otra vez, llegaba otro y otros hasta la noche, a todos los
recibía con cariño y los despachaba bien sin que jamás se le notase enfado 27 .
9. SUS PENITENCIAS
Nuestro santo era muy penitente y ofrecía sus penitencias y oraciones por
la salvación de los pecadores y la liberación de las almas del purgatorio.
Era pobrísimo en extremo, contento con dos túnicas o sayas blancas, que
habían servido a otros, y un escapulario, capilla y capa negra de anascote del
mismo pelo que lo demás. Su celda se componía de una cama de roble, clavada
la piel de un toro, y encima una frazadilla doblada y una almohada de jerga por
cabecera; de mesa le servían dos tablas sobre unos adobes de silla, un banco
25 Meléndez, pp. 515-516.
26 Proceso diocesano, fol 12.
27 Meléndez, p. 502.
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raso de madera sin respaldar, una caja bien tosca y mal labrada, y un cordel del
que colgaba los hábitos. El adorno de pinturas en las paredes eran unas
estampas de papel, pero entre esta pobreza tenía a la cabecera una imagen de
Nuestra Señora de Belén de buena pintura, pero en un marco pobre 28 .
La cama no servía más que de adorno por desmentir el rigor de su
mortificación con los que entraban en ella. Servíale sólo en las enfermedades,
añadiendo a la frazada (manta) un colchoncillo muy bajo y entonces sólo se
permitía acostar mandado de la obediencia 29 .
Jamás lo vieron comer huevos ni pescado, sino sólo legumbres y picar
alguna vez, aunque rarísima, el postre o plato de dulce, que puede ser que lo
hiciese por disimular con esto y que pareciese regalo el rigor de su abstinencia.
Muchos días ayunaba a pan y agua, y el pan que comía era algo más de la mitad
de un panecillo de ocho onzas y no más en las 24 horas del día 30 .
Pedro Díaz de Rosas, practicante de cirujano, declaró sobre sus continuas
disciplinas (azotes) que se daba todas las noches: Me llamaba repetidas veces el
siervo de Dios y encerrándose en su celda o en la despensa de la portería, le
curaba y lavaba las espaldas. No sólo le hallaba lastimado de los golpes, la
carne toda molida, la piel sajada y los rasgones llenos de materia, sino que
estaba cargado de cilicios y rodeada la cintura de una gruesa cadena de hierro,
y lo curaba, no sólo con devoción y amor por la mucha confianza que tenía, sino
con confusión y grima, viendo aquel siervo de Dios hecho pedazos, siendo su
vida tan inocente como todos la conocían. Estaba tan descarnado y flaco que se
le podían contar uno a uno todos los huesos del espinazo y costillas 31 .
Una vez las heridas fueron tan grandes que le vino mucha fiebre y tuvo
que guardar cama y pedir que lo curasen. El Prior hizo llamar a tres cirujanos,
los mejores de la ciudad y, habiéndole descubierto, le hallaron una hinchazón y
tumor a manera de un gran pan que le cogía de un lado al otro, y de alto a bajo
la espalda. Les causó horror la vista de cosa tan peregrina y fueron todos del
parecer que, sin ponerle madurativos ni emplastos, se debía abrir luego para
sacarle, no sólo las materias (fétidas), sino la carne podrida.
Comenzaron a sacar los instrumentos y, haciendo acomodar al siervo de
Dios en forma que pudiesen ejecutar su manufactura, dándoles toda la espalda y
el rostro a la almohada y tendiendo a un lado y otro los brazos, quedó puesto en
forma de cruz, esperando el sacrificio. Uno de ellos, con una buena navaja le
28 Meléndez, p. 470.
29 Meléndez, p. 477.
30 Meléndez, p. 495.
31 Proceso apostólico, testigo 46; Meléndez, p. 479
18
hizo una sajadura muy profunda de alto abajo y le cruzó por el medio de costado
a costado... Parecía que descarnaban a un hombre vivo para hacer la anatomía
de sus más menudos huesos... Él parece que estaba hecho de piedra al dolor y de
diamante al acero, ni se quejó, ni se le oyó una palabra, ni se le vio un
movimiento que indicase que era él en que se hacía aquel destrozo cruel... El
mismo martirio se repitió en una segunda cura... con la misma paciencia y
sufrimiento de fray Juan... Preguntado después que cómo no se quejaba,
respondi: “Hacía cuenta de que estaba en el tribunal de Dios y que me daban
aquellos castigos por mis pecados” 32 .
El testigo Pedro Zúñiga declaró que vio un día cómo el barbero, en vez de
cortarle la barba, le arrancaba el pelo y le cortaba la cara, pero él no mordía
los labios ni contraía el rostro. Su rostro parecía de piedra o de bronce. Y al
levantarse lo hizo con cara alegre, jovial y tenía el cutis terso y blanco y bello,
de modo que parecía como si tuviera luz y esplendor 33 .
Con frecuencia le visitaba Don Pedro de Gárate, caballero de la Orden de
Santiago y alguacil mayor de la Inquisición de Lima. Y viendo a fray Juan muy
enfermo de los ojos, dolencia en él habitual en los últimos años, le rogaba que se
recogiera de noche en la celda y no saliese a los claustros ni a la iglesia, porque
le haría daño el relente de la noche. Él escuchaba el consejo, pero respondía:
Sepa, hermano, que no puedo sosegar un punto en la celda. Y así me voy a la
iglesia a ponerme delante del Señor y de su bendita Madre. Porque, aunque soy
tan miserable y tan grande pecador, se ofrecen tantas necesidades por qué pedir
a Nuestro Señor que no puedo excusar de ir de noche a la iglesia 34 .
Por otra parte, nuestro santo tenía mucha amistad con san Martín de Porres
y con él hacía penitencias. Según afirma uno de los testigos del Proceso de san
Martín de Porres: Las Pascuas del Espíritu Santo tenía (san Martín) devoción de
irse a holgar con dos camisas que pedía de limosna, de jerga. Una de las dos
camisas de jerga era para fray Juan Macías, su camarada y amigo, con las
cuales se mudaban los dos siervos del Señor y juntos se iban al platanal que
tiene la huerta de la Recoleta (donde vivía fray Juan) y allí hacían oración toda
la Pascua con grandes penitencias de disciplinas 35 .
32 Meléndez, pp. 480-481.
33 Proceso apostólico Nº 55, párrafo 53 del tomo 15.
34 Proceso diocesano, testigo 10.
35 Proceso de beatificación de fray Martín de Porres, editado por el secretariado de san Martín de Porres
de Palencia en España y que contiene los Procesos de 1660, 1664 y 1671, p. 397.
19
Otra de las penitencias de fray Juan era salir a la ciudad. Cuando salía de
casa, sólo era por grave necesidad o mandato del Prelado (Superior) , los ojos
siempre en el suelo, sin permitir desmanes a la vista 36 .
Y, a pesar de todos sus sufrimientos padecidos por amar al Señor, nunca
se quejaba y repetía constantemente sus jaculatorias favoritas: Bendito sea Dios,
gracias a Dios 37 .
10. EL DEMONIO
Otros grandes sufrimientos debía soportar de mano de los demonios. Al
igual que en la vida de todos los santos, Dios permitió que el diablo se le pudiera
manifestar para hacerle sufrir y, de esa manera, conocer mejor la existencia del
mal y ofrecer sus sufrimientos por los pecadores que están en camino de eterna
condenación.
Se le aparecían visiblemente los demonios en numerosos ejércitos, que no
podía contarlos, y en horrorosas figuras que no podía tolerar su vista,
amenazándole de que habían de matarle y vengarse en su persona si proseguía
con sus ejercicios.
Otras veces, poniéndosele delante una gran multitud de ellos, le voceaban
y gritaban con unas voces horrendas: “Traidor, embustero, hipócrita. ¿Piensas
que tienes algo ganado con Dios? ¿Por ventura ignoras que Él conoce todas tus
maldades y sacrilegios? Te estás matando a ayunos y disciplinas, si al cabo has
de venir con nosotros a ser preso en el infierno”. Pero el siervo de Dios se
acogía en estos lances a pedir misericordia, llamando en su ayuda a Dios, a la
Virgen, Nuestra Señora, a san Juan evangelista, a san José y a otros santos, sus
devotos, y, haciendo la señal de la cruz contra los enemigos, los hacía ir
corridos huyendo de su presencia.
En otras ocasiones, estando recogido en su celda, entraban infinitos de
ellos con mucho tropel y ruido y, cogiendo por los pies al siervo de Dios, lo
sacaban arrastrando por el dormitorio al claustro con grande algazara y risa;
unos le daban puñadas y bofetadas, otros le pisaban el vientre y la cabeza, y
otros le arañaban el rostro hasta que, invocando los nombres de Jesús, María y
José, se iban los enemigos, dejándolo molido y arañado 38 .
36 Meléndez, p. 473.
37 Meléndez, p. 532.
38 Meléndez, pp. 489-490.
20
Los más de los días amanecía el siervo de Dios todo arañado, lastimado y
lleno de cardenales en el rostro, pero admiraba (a los religiosos) que volviéndolo
a encontrar y mirándolo con atención y cuidado, le veían el rostro limpio, sano y
sin señal de arañazos ni cardenales 39 .
A veces, lo arrojaban por el aire, pero, invocando los sagrados nombres
de Jesús, María y José, lo dejaban... Lo mismo sucedía, cuando estaba haciendo
oración en la iglesia. Entre muchos lo cogían, lo peloteaban con gran velocidad,
hiriéndole de camino y moliéndole con fieros golpes hasta que, usando de su
ordinario medio de invocar a Jesús, María y José, se hallaba de repente como
antes, hincado de rodillas en el altar 40 .
En ocasiones, pintaba con un carbón unas cruces pequeñitas por las
paredes en los lugares donde se le aparecían y, cuando entraba en la iglesia,
llenaba la mano de agua bendita y se rociaba todo el rostro con ella y la cabeza,
pero en todas las situaciones se valía de su jaculatoria: “Jesús, María y José
sean conmigo” 41 .
Lo que más le hacía sufrir era la condenación de algunos conocidos por
quienes oraba. Un día, estaba el siervo de Dios en conversación con Pedro
Ramírez. Habiéndole dicho que acababa de morir en la ciudad cierta persona
rica y poderosa…, al punto fue arrebatado y, quedando como fuera de sí, le dijo
a Pedro Ramírez: “Más le valiera no haber nacido, porque su mando y riquezas
le han servido de condenación y me ha costado muchas diligencias y oraciones
que he hecho a Dios por él y no le han aprovechado”. Y, dicho esto, volvió en sí
y advirtió Pedro Ramírez que le había pesado de haberlo dicho, porque se puso
más triste de lo que estaba y a toda prisa dejó la conversación y le despidió con
un abrazo 42 .
39 Meléndez, p. 490.
40 Ibídem.
41 Meléndez, p. 492.
42 Meléndez, p. 519.
21
11. DONES SOBRENATURALES
a) C IENCIA INFUSA
Diecisiete testigos hablan en el Proceso de esta ciencia infusa y
divina sabiduría de fray Juan. Su confesor el padre Gonzalo García
aseguró: Tenía perfecta inteligencia de los misterios divinos y mucha
eficacia, hablando y razonando de las grandezas de Dios como lleno del
Espíritu Santo, demostrando grandeza de ingenio en todo lo que decía,
tratando de materias muy difíciles con soluciones acertadas, sin haber
hecho nunca estudios en facultad alguna. De modo que los que le oían
estaban maravillados y decían que lo que sabía no podía saberlo, sino
iluminado y enseñado por el Espíritu Santo. Porque fue tenido por
doctísimo y que sabía muy bien todo cuanto era necesario. Era tenido por
hombre santo y apostólico.
Lo sé por haber sido su confesor y haberle tratado y hablado con él
muchos años en la Religión 43 .
b) R ESPLANDORES SOBRENATURALES
El padre Juan López, que había sido Prior de la Magdalena declaró:
El siervo de Dios, fray Juan Macías, hacía todos los días de comer aparte
para los pobres que acudían a la portería, a los cuales, por su propia
mano, hincado de rodillas, les repartía la dicha comida y lo que sobraba
ordinariamente en el refectorio, porque él lo recogía siempre para sus
pobres. Este testigo le asistió tres años, ayudándole a repartir la comida y
con particular cuidado notó muchas veces que, mientras el dicho siervo
de Dios estaba hincado de rodillas, repartiendo la comida a los pobres, le
relumbraba el rostro, que parecía que arrojaba rayos de él, se le ponía el
rostro hermoso como de un ángel, siendo así que él era un hombre
menudo de rostro y flaco, de lo que este testigo se compungía y daba
muchas gracias a Dios 44 .
Esos resplandores del rostro le venían también cuando se acercaba
a comulgar.
Una tarde, estaba visitando al siervo de Dios el doctor Baltasar
Carrasco y el siervo de Dios lo llevó a que viese la despensa en que tenía
43 Proceso apostólico Nº 39, párrafo 2, tomo 1.
44 Meléndez, p. 512.
22
las legumbres para sus pobres. Estaba la despensa muy bien dispuesta y,
viendo el doctor tanto y, considerando entre sí, lo mucho que sobraba en
la despensa, ya que salía de ella para el sustento de tantos, pareciéndole
imposible sin especial maravilla, volviéndose al siervo de Dios le dijo: “A
fe, padre fray Juan, que si estos trojes (despensas) hablaran, dijeran
hartos secretos del cuidado que Dios tiene con ellos”. Y oyéndole el
siervo de Dios, sonrosándole el rostro y con grandísima humildad, le
respondi: “Todo es de Dios, hermano doctor, y crea que, si pudiera
decirse, ha obrado Dios aquí mil maravillas por su infinita misericordia.
Él sea bendito por siempre y para siempre”. Y dice el doctor Carrasco:
“Cuando decía eso fray Juan, se le puso el rostro resplandeciente con un
modo de luz y veneración, quedando por este medio más enterado de la
virtud del hermano y de la verdad del concepto que había hecho de que
Dios le aumentaba las legumbres para que tuviese con qué ejercitar sus
limosnas 45 .
Los tres últimos días de su vida fueron excepcionales. El doctor
Marcelo de Rivera, que era su médico de cabecera, dice que fue a verlo y
encontró la puerta de su celda cerrada. Tocó y nadie respondía; y vio entre
las rendijas y por la cerradura que salían como llamas de fuego. Parecía
que la celda se estaba incendiando. Fue corriendo a avisar a los
religiosos. Los primeros en llegar fueron fray Juan de la Magdalena y el
hortelano. La puerta no hizo resistencia, entraron y no había ni sombra
de incendio. Fray Juan estaba vestido, de rodillas sobre la cama, con las
manos juntas y en oración, con los ojos dirigidos hacía el cielo. Lo
llamaron y, después de un rato, exclam: “Gracias a Dios” 46 .
c) P ERFUME SOBRENATURAL
El padre Meléndez refiere: Era admirable el buen olor que salía de
su cuerpo a pesar de que la sangre podrida que salía de sus azotes,
cadenas y cilicios, debía oler muy mal. Un día llamó a un mozo de los que
solían comer en la portería y le pidió que con un alfiler le sacase un pique
(animalito pequeñísimo que se mete en la carne) . Estándoselo sacando,
fue tan grande la fragancia y olor que sintió salir de su cuerpo virginal
que no halló a qué compararlo y, tanto gusto le causó, que de propósito se
detuvo en el oficio más de lo que convenía 47 .
45 Meléndez, p. 511; Proceso apostólico, testigo 13.
46 Proceso diocesano Nº 67, párrafo 48, tomo 15.
47 Meléndez, p. 552.
23
d) I NVISIBILIDAD
En algunas ocasiones se hacía invisible, cuando no quería recibir
visitas que iban a servirle de disipación. Fray Antonio Espino refiere que,
siendo niño, solía ir a jugar con otros de su edad al cementerio de la
iglesia de la Magdalena. Una tarde le llamó el siervo de Dios fray Juan y
le dijo que se asomase a la puerta y viese calle arriba si venían unos
coches. Tendió a la calle la vista y vio los coches, avisó al siervo de Dios
y no tardaron mucho tiempo en llegar. Venían en ellos ciertos Oídores de
la Audiencia real de Lima, que entraron en el convento preguntando por
fray Juan. El Prior los salió a recibir y, entendiendo su demanda, envió a
llamar al siervo de Dios; pero, habiéndolo buscado en la portería y
lugares secretos de ella y después por el convento y las celdas y en la
huerta, no pudieron dar con él, de modo que cansados de esperar, se
despidieron y, subiendo en sus coches, se alejaron del convento. Apareció
entonces el siervo de Dios, que no se había apartado de su portería,
porque, apenas se fueron los Oídores, cuando, sin ver que viniese de otra
parte, le vieron en su lugar, por lo cual tuvieron por cierto que Dios, por
don especial, le había hecho invisible, para que no recibiese la visita.
Cuando, habiéndolo llamado el Prior, le preguntó que dónde se había ido,
respondió que no se había apartado un solo punto de su portería. Y le
dijo: “Padre Prior, no todo lo que se quiere, conviene” 48 .
e) B ILOCACIÓN
Juan López de Iparraguirre, mercader, haciendo viaje a España se
fue a despedir, ofreciéndose que, si le mandaba algo, se lo dijese. El
siervo de Dios le pidió que en Sevilla le hiciese pintar un lienzo de
Nuestra Señora del Rosario, sentada en una silla con nuestro padre san
Francisco al lado derecho, recibiendo del niño Jesús el cordón, y con
nuestro padre santo Domingo al izquierdo, recibiendo el rosario de mano
de la Señora. Embarcóse, llegó a Sevilla y olvidóse de lo que le había
pedido el siervo de Dios. Trataba de volverse al Perú sin la pintura y,
estando un día parado en una calle, hablando con otros hombres, vio
clara y distintamente al siervo de Dios… Estúvolo mirando mucho tiempo,
de manera que no pudo dudar de lo que veía, admirado y no sabiendo qué
pensar ni decir. Entonces se acordó de la encomienda. Mandó hacer la
pintura, la trajo a Lima, donde llegó pocos días después de haber muerto
48 Meléndez, pp. 485-486.
24
el bendito portero, y hoy está el lienzo en la sala de la portería de su
convento de la Magdalena 49 .
Un día fue Gregorio de Verastain al puerto del Callao a sus
negocios y, volviendo a la noche a su casa, le preguntó su mujer (Catalina
de Canelas) que cómo le había ido. Y él respondió que muy bien y que
había tenido mucho gusto, porque había comido en el Callao en compañía
del siervo de Dios fray Juan Macías. Quedó absorta y admirada de oír
esto la mujer y le preguntó la hora y, respondiendo el marido que les
habían dado las dos de la tarde estando comiendo, le replicó la mujer:
“Pues a esa hora misma estuvo aquí conmigo mucho tiempo, sentado en
esa silla y tratando de cosas de Dios”. Y afirmando el marido en lo que
tenía dicho, ambos a dos, con singular admiración de un prodigio como
éste, dando mil gracias a Dios, se dieron los parabienes el uno al otro de
tenerle por amigo 50 .
Doña Catalina de Cabrera vivía en Ica y tenía una hija de seis años
llamada María de Ocampo. Un día la niña perdió la llave de un escritorio y
la madre, enojada, habiéndola reñido de palabra, la quiso azotar. Para ello
la encerró en un aposento. Y, al punto que echó llave a la puerta, vio
entrar por su casa a un religioso lego de Santo Domingo que, saludándola
cortésmente, pidió por la niña, la hizo sacar de su encierro y la agasajó
en sus brazos. Y le dijo: “Quiera mucho su Merced a esta niña, que es
para el cielo, la llave aparecerá, quédese con Dios”... Se fue y, entrando
la nia a la cuadra de la casa, sali diciendo: “Seora, aquí está la llave,
que el padre me la dio”... Muri la nia dentro de muy pocos días y fuése
al cielo y, después de algunos años, viniendo la mujer a esta ciudad, fue a
visitar el sepulcro del siervo de Dios (ya muerto) y, al ver su retrato,
conoció evidentemente que era el mismo que había estado en su casa en
Ica, no habiendo salido el siervo de Dios de Lima para parte tan distante
mientras vivió 51 .
49 Meléndez, p. 574.
50 Meléndez, p. 571.
51 Meléndez, p. 572.
25
f) L EVITACIÓN
Dice el padre Juan Meléndez: A veces estaba tan embebido en alta
contemplación que, suspendida la pesadumbre del cuerpo como si fuera
de pluma, volaba a unirse al bien que se le daba a gozar por medio de la
oración, y le hallaban elevado y levantado del suelo perseverando
grandes ratos en esta forma 52 .
Doña Sebastiana Vera entró una mañana en la iglesia a oír misa y
mandó a una esclava suya que fuese a la portería a ver si estaba
desocupado el siervo de Dios para hacerle una visita. Fue la esclava, halló
la puerta cerrada y, por la redecilla que estaba abierta, asomándose,
descubrió al siervo de Dios, hincado de rodillas delante del Santo Cristo y
que estaba elevado de la tierra... La misma Doña Sebastiana fue a ver y,
asomándose por la misma redecilla, vio al siervo de Dios en la forma que
la esclava le había dicho: en oración, de rodillas delante del Santo Cristo
y levantado de la tierra 53 .
El padre Luis de Espino, siendo novicio, bajó una noche a la
iglesia a matar (apagar) las luces del altar mayor y chocó con la cabeza
con alguna cosa, alzó el rostro con algún susto y vio al siervo de Dios
todo suspenso en el aire y tan alto que, pasando por debajo de él, le pudo
tocar, aunque levemente, con la cabeza los pies.
Su confesor afirma que muchas veces solía hallarlo en su portería,
hincado de rodillas con el rosario en la mano... y estaba elevado de la
tierra hasta que, volviendo en sí, proseguía su rosario...
Miguel Treviño, siendo muchacho, iba muchas veces al convento
especialmente a la hora del mediodía... y, al salir, solía hallar las más de
las veces cerrada la portería y al bendito fray Juan delante del altar del
Santo Cristo, hincado de rodillas, puestos los ojos en la sagrada imagen y
levantadas las manos, elevado, y muchas veces suspenso en el aire,
levantado de la tierra...
El hermano Cristóbal de Herrera, donado del mismo convento…,
buscando una noche al siervo de Dios, no habiendo podido hallarle, se
echó a dormir en un poyo de la capilla de la portería y despertando a
deshora, vio toda la capilla más clara que el día y al siervo de Dios fray
Juan levantado del suelo con los brazos abiertos y extendidos en forma de
52 Meléndez, p. 541.
53 Ibídem.
26
cruz. Y el siervo de Dios le dijo al día siguiente: “Hijo, no sea curioso, si
cuando me ha menester no me halla, no me busque, sino vaya a
recogerse” 54 .
g) C ONOCIMIENTO SOBRENATURAL
Es el conocimiento de ciertas cosas que sólo pueden conocerse por
revelación sobrenatural. Según el padre Meléndez: Era cierto y
averiguado que el siervo de Dios fray Juan conocía las personas que
venían a buscarlo antes de verlas. Unas veces, sin tocar la campanilla,
abría y las recibía; y otras, sin abrir la puerta, les hablaba desde adentro
por sus nombres, lo cual sucedió con algunas personas, especialmente
con Antonio de Alarcón y el doctor Francisco Carrasco que lo declaran
en el Proceso 55 .
Fray Juan de la Magdalena refiere que estaba una tarde
conversando con el siervo de Dios, cuando vieron acercarse por la calle a
un hombre vestido de negro con pasos muy graves y mucho empaque. Le
miró fray Juan Macías y dijo:
- ¡Ay, pobre de mí! Aquel hombre viene a comer y no tengo cosa que
darle.
Entraron en la portería. Desapareció breves momentos y, cuando
el hombre llegó, le dio de comer una tortilla de huevos, un plato de
pescado y una porción de frejoles, todo caliente y humeante como
acabado de hacer, más un pan y un vaso de vino.
Después de comer, el hidalgo se despidió con mucho
agradecimiento y cortesía.
Fray Juan de la Magdalena había notado la prontitud con que se
había puesto la mesa. Y ponderando entre sí lo caliente y pronto de los
manjares, y pareciéndole mucho por lo intempestivo de la hora, se fue a la
cocina y averiguó que no sólo no le habían dado nada, sino que no había
lumbre para calentar la comida, ni en qué poder hacer la tortilla.
Sin salir del asombro, le preguntó: “¿Ha venido ese hombre a
comer alguna otra vez?”.
54 Meléndez, pp. 542-543.
55 Meléndez, p. 563.
27
Respondió fray Juan: “No, no ha venido nunca”. Esto le admiró
mucho más.
Una tarde llegaron dos clérigos al convento para verlo, pues no
habían entrado nunca en él. Al salir, llamó fray Juan a uno de ellos, le
metió consigo en la despensa de la portería y le dio siete varas de lienzo
para dos camisas y dinero para la hechura. El clérigo agradeció la
limosna. Cuando salió, le preguntó el compañero: “¿Para que le ha
requerido el padre portero?”.
Explicó ingenuamente: “Este padre sin duda es un gran santo, pues
sin conocerme ni haberme visto en su vida supo mi necesidad y me lo ha
remediado. Hallábame sin camisa y me ha dado dos” 56 .
En las actas del Proceso de Lima se lee el caso de una señora que se
dedicaba a la prostitución para sobrevivir. Un día fue a la portería a pedir
ayuda a fray Juan y él le dijo que no podía ayudarla, si no cambiaba de
vida. Si cambias , le dijo, todos los días alguien te llevará de comer. Yo me
encargaré de ello. Ella aceptó el pacto. Pero un día cayó de nuevo en el
pecado y ese día no le llegó la comida. Al ir a reclamar, fray Juan le dijo
que había pecado. Ella lo reconoció y fray Juan la mandó a confesarse con
el padre Gonzalo García. Y de nuevo recibió de comer como le había
prometido.
Otro día fue a visitarlo el padre Juan de Palacios con un cierto
hombre desconocido, que se hacía llamar el capitán Navarro, por haber
sido capitán en la guerra de Chile, en que sirvió muchos años. Fray Juan
tomó del brazo al capitán, lo llevó a la capilla y ante la imagen del
crucificado le dijo: “Mire, hermano, a este Señor y tema a Dios y cuide de
su alma”. El capitán qued pasmado… Pocos aos más tarde, habiéndose
ido de la ciudad, le cogió al capitán la última enfermedad en el valle de
Jauja, a 50 leguas de Lima y, viendo que se moría, alumbrado de Dios, se
dolió de su miseria, confesó públicamente que era religioso apóstata de
cierta Orden de una provincia de España y que, después de ordenado
diácono, desamparó el convento por ciertas contradicciones que tuvo con
su Prelado y, vestido de seglar, pasó a las Indias y al reino de Chile,
donde, asentando plaza de soldado, subió hasta capitán de infantería.
Vuelto al Perú, había corrido mucha parte de él y estado en
muchas ciudades con buena reputación y había vivido 30 años en esta su
56 Proceso diocesano, testigo 9.
28
apostasía. Halláronse en la ocasión dos religiosos graves de su Orden en
aquel Valle y, enviándolos a llamar, se confesó con uno de ellos con
grandes muestras de arrepentimiento y, vistiendo su hábito murió en él y
fue fama y voz común que, a la hora de la muerte, se le apareció san
Vicente Ferrer, de quien había sido muy devoto, y le acompañó en las
ultimas angustias de aquella hora. También se dice que nunca dejó de
rezar las horas canónicas ni el rosario de Nuestra Señora 57 .
Andrés Martín de Orellano, comunicando un día al bendito fray
Juan sobre la compra de un navío que quería hacer, le respondió: “No lo
compre, que no le está bien”. Y fue así, porque comprándole otro, de allí
a quince días se perdió el vagel cargado.
En otra ocasión le comunicó el mismo Andrés Martín que quería
comprar un obraje de ropa de tierra, proponiéndole que imaginaba ganar
en él más de veinte mil pesos. El venerable fray Juan le dio la misma
respuesta: “No lo compre que no es tanto como piensa”. Comprle otro y,
dentro de breve tiempo, perdió los veinte mil pesos que pensaba ganar
Andrés Martín 58 .
Un día pasaba por fuera de la puerta del convento una mujer y la
llamó el siervo de Dios. Le dijo: Venga acá, cmo no teme a Dios?” La
mujer quedó turbada, porque en su vida no había ni hablado ni conocido
al siervo de Dios y, entre confusa y avergonzada, le pregunt: “Por qué
lo dice vuestra reverencia?”. Respondió: “Porque no hace vida con su
marido”.
- Padre, yo estoy casada con un hombre que quiere que le sustente y
pague la casa. Véalo allí vuestra reverencia.
Lo llamó el bendito hermano y, de la misma manera que a la mujer,
le preguntó:
- Diga, hermano, ¿por qué no teme a Dios? ¿No sabe sus obligaciones?
El marido que no sustenta a su mujer ni le da lo necesario, ¿qué
espera sino que ella lo busque por otros medios contrarios a su
conciencia y a Dios?
- Padre, yo soy un pobre soldado, sirvo al rey, sus pagas son dilatadas y
le digo a mi mujer que, pidiendo prestado y con su costura, podemos
57 Meléndez, pp. 520-521.
58 Meléndez, p. 567.
29
pasar hasta que me pague el rey, que entonces pagaremos lo que nos
dieren prestado. Si no tengo otro oficio, ¿de dónde lo he de sacar?
¿He de ir a hurtar?
- No se desconsuele, sean amigos y vivan como Dios manda, que yo
cuidaré desde hoy de enviarles de comer todos los días.
Y el siervo de Dios les acudió, mientras vivió, enviándoles la
comida 59 .
Había en Lima dos hermanas doncellas de buen linaje, pero tan
pobres y tan destituidas de todo socorro humano que llegaron un domingo
a no tener en su casa ni un bocado de pan que comer ni un cuartillo con
que comprarlo. Desesperadas de todo punto del remedio de la tierra, se
fueron a la iglesia a oír misa y encomendarse a Nuestro Seor… y el
siervo de Dios, sin haberlas visto jamás , con un sirviente que tenía en la
portería, les envió sobre una tabla algunos platos nuevos, llenos de
comida, cubiertos con una servilleta y en una cestica el pan que había
menester para aquel día… Lo dej el criado en casa de las mujeres y
despidióse de la criada, diciéndole que lo entregase a sus amas. No
tardaron mucho ellas en volver de misa…
Y, habiendo visto el regalo, no quisieron tocarlo, porque entendían
que el que lo trajo había errado la casa y no era para ellas, sino para otra
persona; pero, viendo que había pasado mucho tiempo y no volvían por la
tabla, imaginaron que Dios, por aquel camino, había querido remediar su
necesidad y comieron lo que había en los platos y pasaron aquel día con
abundancia…, hasta que, después de muerto el siervo de Dios, se
persuadieron de que nuestro buen portero había sido el profeta de su
necesidad y el autor de su socorro, publicando el beneficio para la gloria
de Dios y de su siervo 60 .
Francisco Carrillo era un español a quien el siervo de Dios llamaba
paisano y estaba tullido. Una tarde fue fray Juan a visitarlo a su casa y le
dijo a su mujer: “Esté su Merced prevenida de la mayor conformidad,
porque esta noche a las ocho se le ha de caer toda la casa menos este
cuarto del patio, donde podrá pasar a mi paisano y su ropa”. Con esto se
despidió el siervo de Dios y ella dijo a su marido lo que le había pasado,
pero él no quiso creerla ni consintió que le pasasen al patio, aunque su
59 Meléndez, pp. 522-523.
60 Meléndez, p. 510; Declaración de Antonia de Vega y Lucrecia Guardiola en el Proceso apostólico,
testigo 65.
30
mujer le instó mucho a ello. Pero, no dudando ella de la profecía del
siervo de Dios, pasó toda la ropa y dejó solo al marido. Y, al dar el reloj
aquella noche la campana de las ocho, se cayó toda la casa, menos el
patio. Afligida la mujer, pensando que entre las ruinas habría perecido su
marido, fue Dios servido que lo hallaron vivo… Lo sacaron, después de
harto arrepentimiento por no haber querido dar crédito a las palabras de
su paisano. Pero, apenas amanecido, el siervo de Dios volvió a la casa y
dijo a la mujer: “Es posible que hubo de ser tan incrédulo mi paisano?
Dios se lo perdone, porque me tuvo toda la noche como su Majestad sabe
para que no peligrara”. Hízoles una limosna para ayuda de reedificar la
casa, que, por ser nueva, había dudado el hombre que se pudiese caer,
pero por mal cimentada se había venido al suelo 61 .
El doctor Jácome Adaro le daba muchas limosnas para los pobres.
Cayó enfermo y una tarde, a la hora de las tres, le fue a visitar el siervo
de Dios y, hallándole con buen semblante, alentado y sin señales de
riesgo, luego que le vio, le dijo: “Señor mío, para estas ocasiones son los
amigos. Su Merced se muere y tan en breve que no ha de llegar a mañana.
Haga su testamento, confiésese y reciba los santos sacramentos”. El
enfermo respondió que no sentía en sí ninguna señal de muerte ni el
médico le había desahuciado, pero él instó de tal manera que hizo llamar
al confesor y al escribano. Se confesó, acabó su testamento y recibió
todos los sacramentos. Concluidos los oficios, se despidió y, a las nueve
de la noche, murió el enfermo, cumplida la profecía del siervo de Dios 62 .
El capitán Don Luis de Alvarado fue gran amigo y devoto del
siervo de Dios y le hacía grandes limosnas. Cayó enfermo de peligro y
Doña Teresa de Alvarado, su hija, deseando la salud del padre enfermo,
envió al siervo de Dios diez reales de a ocho para que en el convento le
dijesen misas por su vida (de salud). El siervo de Dios le respondió con el
criado que llevó el dinero que haría decir las misas por el alma de su
padre, porque era la voluntad de Dios que se muriese y que así se lo
avisase, para que se dispusiese para la hora tremenda. La hija dio este
recaudo a su padre, se confesó y recibió el viático y la extremaunción y,
al segundo día, expiró como el siervo de Dios lo había dicho 63 .
Don Antonio de Larazábal, de una herida de estocada que le
dieron en la garganta, llegó a punto de morirse, porque los cirujanos lo
desahuciaron y estuvo sacramentado. Y viéndole en este estado su suegra,
61 Meléndez, p. 557.
62 Meléndez, p. 559.
63 Meléndez, p. 563.
31
Doña Isabel de Ávila, envió deprisa un recaudo al siervo de Dios fray
Juan, a quien conocía mucho, rogándole que encomendase a Dios al
enfermo y le pidiese por su vida. El siervo de Dios le respondi: “Que no
tuviese pena que su yerno sanaría con brevedad·. Y así sucedió que,
contra la esperanza de tres cirujanos, quedó sano y convaleció antes de
los nueve días 64 .
Pedro Ramírez tenía una cantidad considerable de hacienda en un
navío que esperaban en Lima de Panamá. Hacía muchos días que no se
sabía de él y corría la voz y fama por la ciudad de que se había perdido.
Fue un día Pedro Ramírez a visitar a su amigo fray Juan Macías y, al
pedirle que encomendase a Dios aquel navío porque corría que se había
anegado y perdería en él mucha hacienda, el siervo de Dios le respondió:
“Yo lo haré con muy buena voluntad, pero crea su Merced que el navío no
se ha perdido y ha de venir al puerto a salvamento”. Creylo así Pedro
Ramírez... y sucedió que el navío llegó a puerto sin lesión, pero contra la
esperanza de muchos que creían que le había tragado el mar 65 .
Lorenzo Ruiz y Doña María Godínez de Luna, su mujer, cayeron a
un mismo tiempo enfermos de dos diferentes enfermedades, que ambos
llegaron a temer la muerte. Viéndose en tanto riesgo, le enviaron a llamar
al siervo de Dios y le rogaron los encomendase a Dios. Los hijos y las
hijas le rogaron lo mismo y el siervo de Dios les respondi: “Que se
consolasen mucho, porque a su padre lo quería Dios y se lo quería llevar,
pero que a su madre se la guardaría por entonces para que cuidase de
ellos”. Y sucedi como el bendito fray Juan lo afirmó, cumpliéndose la
profecía, aun contra la esperanza de los pacientes; porque Lorenzo Ruiz
no estaba tan en peligro y murió al tercer día, y Doña María Godínez, que
llegó hasta las puertas de la muerte, sanó de la enfermedad y vivió
muchos años después 66 .
Visitando una tarde al venerable fray Juan una persona principal de
la ciudad, al despedirse, le pidió el siervo de Dios que luego que llegase a
su casa le hiciese hacer una mazamorra (bebida caliente que se hace con
harina de maíz) y se la enviase, porque le importaba mucho. Y, aunque el
devoto se lo prometió, se la volvió a pedir repetidas veces (ese día),
advirtiéndole que no se olvidase.
64 Meléndez, p. 564.
65 Meléndez, p. 565.
66 Meléndez, p. 566.
32
Olvidado de lo que le había pedido fray Juan y estando con su
mujer, les enviaron de fuera con un criado una mazamorra. Y así que el
hombre la vio, contándole a su mujer lo que había pasado con el bendito
fray Juan, determinaron enviarle aquélla pues ya estaba hecha y, por ser
tarde, no era tiempo de hacer otra. Llevósela él mismo sin fiarse de
criados, aunque los tenía, por hacerle al siervo de Dios aquel obsequio.
Tocó la puerta y salió el siervo de Dios y díjole su devoto: “Padre Juan,
aquí le traigo la mazamorra que me pidió, que viene de todo gusto y yo le
tendré muy grande de vérsela comer. A lo que el siervo de Dios le
respondió, moviendo la cabeza: “Yo comer? Mira, eso no”. La ech en
un plato y la comió un perro y, al instante, reventó el pobre animal, de lo
que quedó el hombre con sobrada admiración, atónito del suceso; y el
siervo de Dios le dijo: “Mire su Merced de lo que se ha librado, sea muy
agradecido a Dios, viva bien y guárdese de sus enemigos 67 .
Una mujer muy rica le llevó de limosna un día doscientos reales de
a ocho para sus pobres. El siervo de Dios le dijo: “Vengan de muy buena
gana que yo se los guardaré”. Ella respondió: “No los traigo para eso,
sino para que vuestra reverencia los reparta entre los pobres, porque
Dios me ha dado mucho. El siervo de Dios calló y, recibiendo el dinero, lo
dio a guardar al padre Prior de su convento hasta que se lo pidiese.
El marido de esta mujer, yendo este mismo año a Portobelo, llevó
gran copia de hacienda suya y, perdiéndose el navío en que iba, se ahogó
con todos los embarcados en él. Los acreedores del marido difunto le
quitaron a la mujer cuanto tenía y aun mucho más que tuviera, y no podía
pagar lo que montaban las deudas. Quedó ella muy pobre y sin tener ni
aun que llevar a la boca. Y un día, entrando en la iglesia de la Magdalena
a oír misa, sin acordarse del siervo de Dios ni de los doscientos pesos,
oída la misa, llegó a la portería a pedir un jarro de agua y el siervo de
Dios, habiendo sacado del depósito el dinero, ya le esperaba con él y,
habiéndole consolado, se lo entregó en el mismo pañuelo como se lo
había dado, diciéndole: “Ve su Merced cmo fue bueno guardarlo?”. Y
la mujer se fue absorta del suceso y remedió con el dinero algunas
necesidades hasta que halló otro marido con que salió de miserias 68 .
67 Meléndez, p. 554.
68 Meléndez, p. 555.
33
h) M ILAGROS EN VIDA
Había en el convento un huerto llamado Getsemaní. Allí iba fray
Juan muchas noches a rezar y colgaba en un tronco, mediante un clavo, un
rosario, que remataba en una cruz de madera, y entregábase allí a la
oración desde las siete y media hasta las diez. Pero ni allí lo dejaban libre
los demonios.
Fue el caso que, después de su santa muerte, como hubiesen
crecido y extendídose demasiado los árboles del referido bosquecillo,
mandó el Prior a cortarlos. Los compró el hijo de Doña Mariana de
Sepúlveda, viuda del capitán Diego de la Serva, y dándolos a tornear a
sus esclavos, hallaron éstos en uno de los troncos precisamente en
aquél, ante el cual oraba nuestro fray Juan tanta resistencia, que de
ningún modo pudieron dividirlo. Aplicáronle, pues, la sierra para cortarlo
de arriba abajo; y ¡oh prodigio! ábrese al punto el madero en dos partes,
y despréndese del mismo corazón del tronco una cruz de color gris, de
diez dedos de largo, con su correspondiente peana, metida en un pequeño
nicho, toda ella iba bien formada, pulida y hermosa, la misma que usaba
el beato. Toda la ciudad acudió a ver con sus propios ojos el prodigio; y
fue el parecer unánime de todos que Dios había querido mostrar por este
medio cuán satisfecho aceptaba la oración de nuestro bienaventurado.
Ambos trozos del tronco, en que se halló la cruz, fueron expuestos, en el
convento del Rosario de Lima, a la veneración de los fieles; volviendo
después el uno al poder de su dueño, y colocándose el otro en el altar
colateral de Nuestra Señora de Belén, en la capilla del Crucificado, junto
a la portería del convento de la Magdalena. La madera restante de éste
árbol fue empleada en infinidad de cruces que se distribuyeron al pueblo
en memoria del siervo de Dios y para satisfacer su devoción 69 .
A veces se le aparecía san Juan evangelista en figura de un mozo
como de edad de 18 ó 19 años, de buen semblante y, aunque vestido
pobremente, decentemente compuesto, y llevaba los papeles, traía las
respuestas y conducía s obre un asnillo los géneros que le daban como si
fuera un mozo ordinario de los que había en la vecindad… El padre
Domingo Pinel a quien antes de ordenarse de sacerdote lo pusieron por
compañero del siervo de Dios en la portería y escribía los papeles para
los bienhechores, dice: “Siempre o las más de las veces que había papeles
que remitir, venía a la portería y los llevaba, y traía las respuestas un
mozo de las señas que se han dicho sin que apareciese por allí en otras
ocasiones ni para éstas fuese necesario buscarle; que, siendo pobre, como
69 Cipolletti Jacinto, o.c., pp. 55-56.
34
aseguraba el vestido, pudiera venir alguna vez a comer o a llevar algo
para sí y mucho mejor sirviendo, que entonces lo pidiera de justicia 70 .
Juan de Lara, siendo mozo, acudía todos los días a la portería
donde el siervo de Dios le daba de comer en compañía de otros pobres.
Un día entre otros dice que, después de haber comido y recibido en su
cesta lo que había de llevar, vio que la canasta de la que el siervo de Dios
había sacado el pan, que repartió entre los pobres, estaba totalmente
vacía y sin un pan; y, al despedirse, poniendo otra vez los ojos en la
canasta, la vio tan llena que parecía no haber sacado de ella un pan tan
solo, de lo que quedó bastantemente admirado, viendo una maravilla tan
patente 71 .
Ignacio de la Raya y Juan Esteban de Bilbao eran mulatos y
músicos. Se ganaban la vida cantando por algunas iglesias. Cuando iban al
convento de la Magdalena, le pedían un panecillo a fray Juan, porque no
habían desayunado y debían cantar cinco o seis misas. Un día no estaba
fray Juan y fray Dionisio les dijo que no había nada; incluso les mostró el
arca y las canastas de pan para convencerlos. Después de un largo rato,
apareció fray Juan y se acercaron a pedirle un pan. Entonces el siervo de
Dios entró en la misma despensa, acompañado de Juan Esteban y,
levantando la primera de las canastas, que eran tres, y registrado bien, el
siervo de Dios sacó un pan y se lo dio de muy buena gana al músico que
lo recibió con pasmo y veneración, y salió a sus compañeros con el pan en
las manos y les dijo: “Amigos, pan de milagro, pan del cielo”. Les cont
el caso y se lo repartieron y comieron, dando gracias a Dios por el
prodigio 72 .
Declaró en el Proceso apostólico el padre Gonzalo García: Una
mujer llegó a la portería, llamó al siervo de Dios y le pidió un manto,
significándole que se hallaba con dos hijas a quienes, para poder salir
aquel día, había dejado encerradas como fieras, siendo hermosas, porque
entre ella y las dos no tenían más que el manto que traía, con que ni podía
sacarlas a misa ni oírla ella por no dejarlas sin guarda. Porque con un
manto no podía ir más que una. El siervo de Dios la oyó, pero hallándose
sin manto ni dinero con que comprarlo, le respondía que volviese otro
día. Ella respondió: “No, padre mío, no me tengo de ir sin el manto. El
manto me habéis de dar o me he de quedar aquí”. Él le dijo: “Buena
70 Meléndez, p. 505.
71 Meléndez, p. 507.
72 Meléndez, p. 508.
35
mujer, ¿de dónde lo sacaré si no le tengo? Vuelva mañana que yo enviaré
a casa de un amigo por el manto”.
No hubo remedio de quererse ir la mujer, porfiando que le diese el
manto. El siervo de Dios, consolándola, le dijo: “Pues espere su Merced
que yo voy a la celda a ver si Dios me da algo con que poder remediarla”.
Esperó la mujer y dentro de breve rato salió el siervo de Dios con un
manto nuevo en las manos y, dándoselo a la pobre, la despachó consolada
y contenta, diciéndole: “Agradézcaselo a Dios que es el que la ha
socorrido” 73 .
Un día fue a su antiguo amo Don Pedro Jiménez Menacho para que
le prestara un burrito para recoger ropa y alimentos para sus pobres. El
señor Menacho le pidió que rezara por su familia y le regaló el burrito.
Este burrito fue famoso en todo Lima, pues, después de haber acompañado
a fray Juan varias semanas a recoger cosas para los pobres, pudo
manejarse él solo.
Muchas veces iba solo el asnillo a los mandados sin más guía ni
seguro que el de Dios, ni más gobierno que el freno de la obediencia. Iba
derecho a las casas a que le enviaban sin trocar una por otra, cargando
lo que el siervo de Dios pedía por un papel que llevaba entre la albarda y
la cincha, y volvíase al convento sin que le faltase cosa, ni en el camino se
le atreviese ninguno por verlo solo, que no es el menor prodigio.
Adonde más de ordinario solía enviar al asnillo era a las casas de
Pedro Jiménez Menacho y Andrés Martín de Orellana, en el barrio de san
Lázaro... Entraba el asnillo en la casa de Pedro Jiménez Menacho y
cargándole de algunos cuartos de carne, para que el siervo de Dios diese
a los enfermos, muchas veces no había remedio de hacerlo salir ni mover
de un lugar; antes bien, con los ademanes que hacía, daba a entender que
aún no estaba despachado, porque con las manos batía los ladrillos de la
sala como que daba señas de otra cosa y, como ya tenían muchas
experiencias de esto, le hacían buscar la albarda hasta que, hallando el
papel que enviaba el siervo de Dios y, poniéndole donde iba el papel, el
dinero que pedía, sin otra diligencia los dejaba y salía de la casa derecho
al convento... Algunas veces, Pedro Jiménez se escondía en lo más
retirado de su casa y entraba el asno en la casa y del patio a la sala y de
ésta por las cuadras y piezas de toda ella se iba entrando hasta la alcoba
de la misma cama donde Pedro Jiménez se escondía, cubierto de cortinas.
73 Meléndez, p. 410.
36
En dando con él, paraba hasta que lo despedían, dándole lo que pedía el
siervo de Dios.
De la casa de Pedro Jiménez distaba la de Andrés Martín Orellana
la calle arriba, unos 300 pasos. Socorría con pan y otras limosnas al
siervo de Dios y era prodigio que tenía llenos de asombro y admiración a
todos cuantos le veían que, cuando el siervo de Dios enviaba al asnillo
sólo a la casa de Andrés Martín, pasaba por la puerta de Pedro Jiménez
Menacho como si no la viera, ni hubiera entrado en ella jamás, y se volvía
al convento 74 .
Era cosa averiguada que Dios le multiplicaba a su siervo fray Juan
la comida que hacía en las ollas para los pobres. Los que lo declaran
dicen que parece echaba Dios su bendición sobre aquellas ollas, porque
muchos observaron que, algunas veces, era tanta la gente que acudía que,
hecho el cómputo del número de gente, con lo que cabía en las ollas y la
abundancia con que lo repartía, no había de haber ni aun para la mitad; y
veían que, después de haber dado a muchos que comían en el refectorio y
despachado grande número de ollas para fuera de casa, comían todos los
del portal con tanta hartura que, aunque fueran muchos más, hubieran
comido todos 75 .
Algunas veces le decían los religiosos que le ayudaban en este
ministerio: “Padre fray Juan, muy poca es la comida para tanto pobre”. Y
respondía con humildad y los ojos en tierra: “Dios dará para todos”. Y
sin más introducía el cucharón en la olla que preparaba para ellos sin
dejar de sacar lo suficiente para remediar la necesidad, como
ampliamente se ha dicho por otros a los que me remito 76 .
Una señora, viuda y madre de dos hijas casaderas, pidió a fray Juan
dinero para la dote. Él, sabiendo la necesidad, escribió un billete a un
comerciante diciéndole: Entregue a esta persona tanto dinero cuanto pese
el papel.
La señora tomó el escrito y miró al religioso triste y desconsolada.
Pero no le dijo nada. Y fue a la tienda del comerciante. Le dio el papel.
Después de leído, él cogió una balanza pequeña, puso en un platillo el
74 Meléndez, p. 506; Proceso apostólico N° 38, párrafo 1, tomo 6.
75 Meléndez, p. 507.
76 Proceso apostólico, testigo 14.
37
papel y en el otro un peso. Mas el platillo no se movió. Puso otro real de
plata. Tampoco se movió el platillo.
Sorprendido, tomó una balanza mayor y fue poniendo cinco, diez,
veinte, cincuenta, ciento, quinientos, mil. Sólo entonces subió el platillo
del papel.
El comerciante, viendo un caso tan prodigioso, quedó fuera de sí,
viendo la cantidad a que ascendía el peso del billete. La señora y los
circunstantes no quedaron menos admirados ni acababan de salir de su
asombro: la señora, porque tal cantidad era la que necesitaba; los
presentes, por lo insólito del caso.
El comerciante, viendo manifiesta la voluntad de Dios, entregó los
mil reales a la señora. Ésta los recibió con profundo agradecimiento. Y fue
luego a dar gracias también a fray Juan, que le dijo: Dé gracias a Dios que
la ha socorrido con la limosna que necesitaba para dotar a sus hijas 77 .
Estando preñada (embarazada) Doña Agustina de Cordona, se le
antojaron guayabas (una fruta deliciosa y suave) y, como no era tiempo
de ella, no las pudieron hallar, aunque se buscaron con todo cuidado.
Yendo el siervo de Dios a visitarla, le manifestó la preñada su antojo y
que temía abortar la criatura. El siervo de Dios metió la mano en la
manga y, sacando una guayaba grande y otras pequeñas, de las especies
que la mujer pedía, se las dio y cumplió su antojo 78 .
Estaba la portería del convento cubierta de sólo esteras sobre unas
varas de guayaquil..., y el siervo de Dios quería cubrirla de buena madera
y tablas; y juntó entre sus devotos la limosna para ello. Deseaba que se
acabase la víspera de la fiesta de santa María Magdalena, patrona de su
convento, pero pocos días antes se le ofreció un embarazo (problema) ,
porque uno de los cuartones de roble que se había de poner y estaba ya
labrado como los demás, al asentarle (colocarlo) se halló que venía corto
y no alcanzaba porque tenía media vara menos. Le avisó el maestro de la
obra al siervo de Dios y, aunque era muy fácil hallar otro, tenía dificultad
el labrarle tan a tiempo que pudiera servir para la fiesta. El siervo de
Dios le dijo que lo mirase y midiese bien que a él le parecía que no le
faltaba nada. El artífice, delante del siervo de Dios, tomó una vara de
medir, midió el cuartón y luego el ancho de la pieza y le hizo evidente
77 Declaración de Francisco de Borja y Doña María de Castro en el Proceso apostólico, testigo 112 y 116
respectivamente.
78 Meléndez, p. 577.
38
demostración de la falta, por dos o tres veces, porque el siervo de Dios
persistía en que tenía todo lo necesario. Y le dijo al maestro: “Suba su
Merced el cuartón y veremos cómo viene. Subióle contra su gusto para
dársela al venerable varón y, al ajustarle, se halló que había crecido lo
que faltaba al ancho de la pieza y más de lo que había menester para
entrar por los extremos en una y otra pared. Y el siervo de Dios dijo:
“No ve, hermano, cómo yo decía bien?”. El hombre calló admirado,
porque sabía muy bien que el cuartón estaba corto y que había crecido de
milagro 79 .
Siendo de edad de tres años, Miguel Treviño tuvo un dolor de
costado y unas calenturas lentas. Hiciéronle muchos remedios, que sólo
sirvieron para consumirlo y ponerlo en lo último de la vida. Su madre
llevólo a la Magdalena y mandó decir una misa por su salud; y, teniendo
al niño en sus brazos, se le murió, porque naturalmente no estaba para
otra cosa. Viéndole muerto su madre, estuvo más de una hora sin querer
salir de la iglesia, llorando ella… El siervo de Dios, fray Juan, a las
lágrimas, sentimientos y suspiros de la mujer y de la gente de su casa, fue
a ellas y, apiadado de la aflicción de la madre, le puso al niño la mano en
la cabeza y, al instante, abrió los ojos. Y para disimular el siervo de Dios
el prodigio, les dijo: “Este nio no estaba muerto que lo guarda Dios
para muchas cosas buenas. El niño vivió después y casóse y se ocupaba
en pedir por la ciudad la limosna de la Cofradía del Santo Cristo de San
Agustín con fidelidad y ejemplo 80 .
Un devoto del siervo de Dios y de los pobres de la portería le había
dado un esclavo negro, nombrado Antón, que por el siervo de Dios se
llamaba Antón Macías. El fin con que se lo dieron fue para que sirviese y
ayudase al siervo de Dios en los oficios de la portería. Barría, traía agua
y en la cocina cuidaba de la comida que se hacía para los pobres. Un día
fue a sacar agua al pozo que está en el mismo convento y, descuidándose
el negro, saltó el brocal y cayó dentro del pozo.
Alborotóse el convento con la desgracia y acudieron los religiosos
al pozo… El siervo de Dios esta parado en pie, como elevado y suspenso,
ante un cuadro de San José que estaba sobre la puerta del refectorio y
respondi a quien le hablaba: “Con el favor de Dios no será nada”.
Llegó el siervo de Dios al pozo y, desde el brocal, dijo:
- Hijo Antón.
79 Meléndez, pp. 578-579.
80 Meléndez, p. 581.
39
- Padre.
- ¿Estás bueno?
- Sí, padre.
- Pues amárrate bien con esa soga y te sacaremos.
Echó la soga del mismo pozo y, atándose bien el negro, lo sacaron
bueno y sano sin haberse hecho mal; y lo que es más admirable, enjuto y
seco, sin haberse mojado el vestido, quedando todos cuantos se hallaban
allí atónitos y suspensos de un prodigio como éste 81 .
Doña Gertrudis Godínez, mujer de Andrés Martín de Orellana,
cayó enferma de una enfermedad muy grave y tuvo grandes deseos de
comer unas ciruelas en tiempo que no se hallaban ni se pudieron hallar en
toda la ciudad, aunque se hicieron muchas diligencias.... Fue a verla el
siervo de Dios para consolarla y, preguntando a la enferma si se le
antojaba alguna cosa, respondió ella que tenía deseo de unas ciruelas. El
siervo de Dios le dijo: Pues no tenga pena, hermana, que aquí se las
traigo yo”. Meti la mano en la manga y sac de ella quince ciruelas tan
hermosas y tan frescas como si las acabaran de coger del árbol. Comióse
una la enferma y comenzó a mejorar de suerte que dentro de pocos días se
levantó de la cama 82 .
Nicolás de Villa estuvo tres meses enfermo de calenturas (fiebre)
desahuciado de los médicos y recibidos los santos sacramentos. Estando
en este peligro, le fue a ver el siervo de Dios, compadeciéndose de él y le
dijo algunas cosas de consuelo y, al fin, le preguntó, si le apetecía algo.
Respondió que unas ciruelas. Había hecho la diligencia de buscarlas,
pero no era tiempo de ellas ni es fruta que se puede guardar. Al punto el
siervo de Dios, metiendo la mano en la manga del hábito, sacó tres de
bellísima frescura y, poniéndole al enfermo una de ellas en la boca, le
animó a que la comiese. Cosa rara, al punto que la probó, volvió
plenamente en sí, porque estaba casi atónito con el mal, quedó bueno y
sano y, dentro de tres días, se levantó de la cama 83 .
81 Meléndez, p. 582. Este suceso tuvo mucha resonancia dentro y fuera del convento. Lo refieren en el
Proceso varios testigos: El padre fr. Gonzalo García, el padre fr. Juan de Palencia, el padre fr.
Francisco de Oviedo, el padre fr. Manuel Tamayo, el padre fr. Juan de la Torre, el padre fr. Francisco
de Guzmán, fray Juan de la Magdalena (testigo) y otros 21 más.
82 Meléndez, p. 576.
83 Meléndez, p. 577.
40
12. AMOR A JESÚS EUCARISTÍA
Todas las noches iba a rezar a la capilla ante el altar donde estaba el
sagrario con Jesús Eucaristía. Todos los jueves del año, en que se hace
renovación del Santísimo Sacramento, asistía a la misa cantada de rodillas, con
tanto fervor de espíritu, silencio y recogimiento, que se le echaba de ver que
estaba más en la hostia santísima, que adoraba, que en sí mismo. Tal era su
devocin y atencin al sagrario, y al viril, en que tenía clavados los ojos… En
las octavas del Corpus Christi andaba como fuera de sí, enamorado de aquel
manjar de los ángeles y de los hombres.
Iba y venía mil veces de la portería a la iglesia en que estaba expuesto el
Señor. No había rato desocupado en su puerta que no lo ocupase de rodillas en
un rincón de la iglesia, donde, con más disimulo y sin perder de vista a sus
amores en el altar y sagrario, perseveraba, adorándolo 84 .
Cuando estaba en la portería y oía la campanilla que indicaba el
momento de la consagración de la misa que se celebraba en la iglesia, se ponía
de rodillas y quedaba absorto unos momentos 85 .
En los ratos desocupados de su portería solía acudir a la iglesia a oír una
u otra misa fuera de las que oía en la mañana antes de abrir la puerta, porque le
tiraba el corazón al sacrificio santísimo y quisiera, si le fuera posible, no
apartarse un solo punto de la vista del Señor sacramentado. Y sucedióle y
sucedió muchas veces que, no teniendo lugar de desligarse de su oficina a la
iglesia, en oyendo la campanilla que hacía señal al alzar la soberana hostia el
sacerdote, hincarse de rodillas en su portería vuelto el rostro hacia la iglesia y
Dios obraba una maravilla para consolar a su siervo y era que se abriesen las
paredes de la iglesia y de la misma portería, como si fuesen vidrieras
transparentes sin que ni unas ni otras le pudiesen ser de un embarazo
(obstáculo) . Veía (la misa) desde donde estaba hincado de rodillas como si
estuviera a un paso o no hubiera tantas paredes e impedimentos en medio 86 .
Era como si viera la misa por televisión. Por este fenómeno, que ocurría
también en la vida de santa Clara de Asís, la Iglesia la nombró a ella patrona de
la televisión.
84 Meléndez, p. 534.
85 Proceso diocesano N° 13, párrafo 3, tomo 2.
86 Meléndez, pp. 534-535.
41
13. AMOR A MARÍA
Su amor a María era extremadamente grande. Llevaba siempre un rosario
al cuello y otro en la mano izquierda y lo rezaba continuamente. A veces, después
de ser maltratado por los demonios, se le aparecía a su lado, rodeada de
resplandores, la Soberana Reina de los ángeles, Madre de misericordia y
consuelo de los afligidos, María, Señora Nuestra, que con un rostro sereno y
apacible lo animaba y confortaba a resistir las furias infernales 87 .
Había días en que escaseaban los alimentos y fray Juan se retiraba a su
celda a orar a Nuestra Señora en su imagen de Belén (que tenía en la cabecera de
su celda). Y hablando en su santa imagen le decía Nuestra Seora: “Juan, no te
aflijas, confía en la bondad y poder de mi Santísimo Hijo Jesucristo, a quien le
agradan tus obras. Envía por la mañana a pedir a fulano y a zutano, que sin
duda te darán”… Obedeciendo el siervo de Dios, escribía a las personas que la
Señora le había señalado y le acudían, de modo que salía del aprieto 88 .
Tenía mucha devoción a la Salve y acudía todos los días a ella con la
Comunidad, cuando se cantaba solemnemente en la iglesia después de las
Completas de la noche. El día que no podía asistir por algún inconveniente, se
ponía de rodillas, mientras la cantaban, haciéndose presente con el corazón.
Tenía mucha devoción al rezo del rosario. Fuera del que rezaba a coros
con la Comunidad de los religiosos legos y donados en la capilla de la Señora
del Rosario, rezaba entre día otras tres partes enteras meditadas, de rodillas,
que aplicaba a las necesidades de la Iglesia, por sí, por las personas que se le
encomendaban, y por las almas del purgatorio.
La capilla de Nuestra Señora del Rosario era de noche el continuo lugar
de su oración, el descanso de los trabajos del día. Acabado el rosario de la
Comunidad, se quedaba en ella hasta maitines. Tenía allí en su sagrario
personalmente al Hijo y en el nicho principal en su imagen a la Madre con el
Hijo en brazos, con lo que gozaba de todo cuanto podía desear y gozar en el
cielo y la tierra 89 .
Un día vino un gran terremoto. Las puertas y las paredes temblaban. Todo
eran voces de confusión y todos pedían misericordia a Dios. Fray Juan quiso
huir como los demás, pero apenas se movió para levantarse del suelo, cuando la
87 Meléndez, p. 493.
88 Meléndez, p. 513.
89 Meléndez, p. 536.
42
Reina de misericordia, Nuestra Señora, hablándole por la boca de su imagen,
que está en el altar, le dijo amorosamente: “Hijo fray Juan, por qué huyes
estando conmigo? ¿No estoy yo aquí? ¿Por qué temes?... Al hablarle la imagen,
fue tanta la luz que despidió de su rostro que se llenó la capilla de resplandores
del cielo y su alma humilde de soberanos e inefables gozos 90 .
Una noche de san Carlos Borromeo del año 1642, estando el siervo de
Dios en la capilla de Nuestra Señora del Rosario de su convento a las tres de la
noche…, vio todo el ámbito de la capilla poblado de luces celestiales. La
soberana Reina de los cielos se le puso junto a sí en un trono resplandeciente
con su santísimo Hijo Jesús muy pequeñito en sus brazos y, levantándolo por tres
veces, hizo ademán de entregárselo con cariño, más de madre que de reina:
“Aquí le tienes, hijo, pues lo deseas, recíbelo que yo soy quien te lo da, logra tus
ansias y cumple tus deseos”. Fray Juan, entre enamorado y humilde (comenzó a
fluctuar en aquel golfo de luces, por una parte el amor le pedía que recibiese el
inestimable don, y, por otra, su humildad se lo disuadía… Se excus con la
Señora de recibir en sus manos al nio Dios…, pero qued por varios días con
mucha alegría y gusto espiritual en el alma 91 .
14. AMOR A LOS SANTOS
Juan Macías amaba mucho a san José y rezaba frecuentemente ante una
imagen suya que había sobre la puerta del comedor 92 .
Diversas veces le dijo a su confesor, padre Gonzalo García, que tenía allí
consigo, favoreciéndole con sus alegres y celestiales presencias, a Jesucristo,
nuestro bien, a su Madre Santísima, a su alférez real y capitán general, amigo y
compañero, san Juan evangelista, a nuestro glorioso patriarca Santo Domingo,
a san Jacinto, san Luis Beltrán, santa María Magdalena y a muchos otros
santos 93 .
También era muy devoto de las sagradas imágenes a las que reverenciaba
con singulares afectos de su alma. Cuando pasaba delante de ellas, se quitaba la
capucha y, bajando la cabeza con una reverendísima sumisión, daba a entender
que tenía presente el original, a quien hacía aquella reverencia 94 .
90 Meléndez, p. 548.
91 Meléndez, pp. 549-550; Padre Gonzalo García, Proceso apostólico, testigo 11.
92 Meléndez, p. 537.
93 Meléndez, p. 586.
94 Meléndez, p. 532.
43
Cuando mandaba escribir alguna tarjeta para pedir ayuda, siempre
comenzaba con Jesús, María y José. Veamos el ejemplo de una carta dirigida a
Baltasar Carrasco.
Jesús, María y José. Dé Dios a vuestra señoría su santa gracia y le
conserve en ella. Hermano doctor, déle por amor de Dios a este negro Antonillo
para el pan de los pobres. Su hermano indigno de vuestra señoría. Fray Juan
Macías 95 .
15. ALMAS DEL PURGATORIO
Una de las características principales de la vida de san Juan Macías fue su
amor y devoción a las almas del purgatorio. Muchos testigos certificaron en el
Proceso que nunca lo habían visto sin tener el rosario en su mano izquierda. Lo
tenía en la mano cuando partía el pan en el comedor, y cuando se le preguntaba
por quién estaba rezando el rosario, siempre decía que por las almas del
purgatorio.
Una noche, estando en la iglesia, le dieron voces de la capilla de enfrente,
llamándolo por su nombre. Alzó los ojos y vio un gran número de gentes que le
pedían con lágrimas y suspiros los encomendase a Dios y aplicase por ellos sus
oraciones, ayunos y penitencias. Le decían: “Siervo de Dios, acuérdate de
nosotras, no nos olvides; socórrenos con tus oraciones en la presencia de Dios y
ruega a su divina Majestad que nos saque de estas penas”.
Era tanta la multitud que parecía un gran enjambre de abejas y,
entendiendo que eran las almas benditas del purgatorio, les respondi: “Qué
puedo yo, santas almas, hacer ni pedir por vosotras, siendo un hombre tan
miserable?”. Y desde entonces comenz a rogar por ellas, aplicándoles uno de
tres rosarios, que de rodillas, rezaba todos los días y veinte estaciones al
Santísimo Sacramento cada día; y de sus comuniones, una sí y otra no, con otras
obras de piedad, ayunos y penitencias… Y le visitaban muchísimas almas, unas
dándole gracias del beneficio que habían recibido, y otras, que no habían
venido, le buscaban para empeñarle con Dios a que rogase por ellas. Y el siervo
de Dios multiplicaba sus ruegos, doblaba sus penitencias y continuaba los
ayunos 96 .
Otra noche estaba en oración y oyó sobre el altar una gran palmada que
estremeció la capilla y luego, inmediatamente, un suspiro triste y lastimero; y
95 Proceso apostólico, testigo 13.
96 Meléndez, p. 525.
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entendió luego que era alguna alma en pena y le preguntó quién era. Le
respondió que era el alma de fray Juan Sayago que venía a valerse de sus ruegos
para con Dios; que tuviese lastima de él y procurase sacarle del purgatorio,
porque estaba padeciendo atrocísimos tormentos.
Le prometió hacerle así y, aquella noche y las dos que siguieron, le aplicó
todas sus obras interiores y exteriores a este hermano, que era un religioso lego
de la misma Orden, que acababa de expirar en el convento del Rosario de Lima,
y era a la misma hora en que, sacando de la enfermería el cadáver, lo habían
puesto en la iglesia para enterrarlo al día siguiente... A los tres días, estando en
el mismo altar, vio salir una visión hermosa y resplandeciente que, poco a poco,
se fue elevando hacia el cielo, y entendió que era el alma del fraile lego, su
hermano, que libre del purgatorio, pasaba de aquellas penas al descanso de la
bienaventuranza 97 .
Él dijo alguna vez que, según una revelación divina, había conseguido la
liberación del purgatorio de un millón cuatrocientas mil almas. Algunos
sacerdotes de su Comunidad dieron testimonio de esta cifra en el segundo
proceso de Lima, diciendo que habían leído con certeza esta cifra en la relación
de su muerte que circulaba en toda la provincia dominicana de San Juan Bautista
del Perú. Especialmente, su anciano confesor, el padre Gonzalo García, juró
habérselo oído decir y lo mismo el que fue su Prior, el padre Blas de Acosta,
quien aseguró: Todos los días rezaba el rosario por las almas del purgatorio y
hasta aquella hora (en que fray Juan se lo declaraba) habían salido por sus
oraciones del purgatorio un millón cuatrocientas mil almas, según bien lo
recuerdo 98 .
Tanto el padre Blas cono el padre Gonzalo habían dicho eso mismo en el
primer proceso diocesano.
16. COMPENDIO DE SU VIDA
Este compendio fue publicado en Roma, en latín, en 1974 con el título:
Compendium vitae, virtutum et miraculorum, necnon Actorum in causa
canonizationis beati Ioannis Macias, religiosi ex Ordine Praedicatorum. E
Tabulario Sacrae Congregationis pro Causis Sanctorum. Romae MCMLXXIV .
Dice así:
97 Meléndez, pp. 527-528.
98 Testigo 7, N° 37, párrafo 26; testigo 11, N° 37, párrafo 28 y testigo 34, en el tomo 4 del proceso
apostólico, fol 415.
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Nació el 2 de marzo de 1585 de esposos legítimos Pedro Arcas e Inés
Sánchez en la villa de Ribera del Fresno, de la diócesis de Plasencia, España.
Regenerado con el agua del bautismo, alcanzó la fe de sus padres, la integridad
y rectitud de la vida. Poco después, al quedar huérfano, se dedicó al cuidado de
rebaños, a fin de proteger y ayudar a su hermana también huérfana. El Altísimo
desde su adolescencia lo enriqueció con favores celestiales, mientras que él por
su parte, principalmente con la meditación saludable de los misterios del
rosario, se robustecía en la fe y la piedad. Cuando tenía aproximadamente
veinticinco años, salió por primera vez de Extremadura hacia la ciudad de
Jerez..., cerca de Sevilla; después, aceptando los servicios de un mercader,
marchó a lejanas regiones de América, no en busca de riquezas temporales, sino
para cumplir la voluntad divina.
Después de navegar durante cuarenta días, al llegar a Cartagena en
Colombia, fue despedido por el mercader, ya que no le convenía, y entregándose
con espíritu sereno a la voluntad de Dios, prosiguió el camino por lugares
recientemente descubiertos hacia las regiones del Perú. Finalmente, llega a
Lima sin contar con ningún auxilio humano. Nuevamente sirvió a otro mercader
por algunos años, hasta que en el año de 1622 abrazó la Orden de Santo
Domingo en el convento de Santa María Magdalena, y se consagró a Dios
mediante los votos religiosos.
En el mismo convento, ejerciendo el oficio de portero, mientras vivió,
atendía con eximia caridad a los pobres y necesitados, instruía con las
enseñanzas cristianas a los que ignoraban la verdadera fe, imploraba a Dios con
apremiantes súplicas la conversión de infieles y pecadores, uniendo las
oraciones con las austeridades de su vida. A los que acudían diariamente a la
portería del convento los recibía cariñosamente, y mientras los alimentaba en el
cuerpo, los nutría en el espíritu.
Adornado con los dones celestiales, y ardiendo en el amor divino, pasó a
la patria eterna en la misma ciudad de Lima el día 17 de setiembre de 1645, a la
edad de sesentaiún años.
Consta por las Actas de los Procesos, ampliamente comprobadas, que el
bienaventurado Juan Macías alcanzó el grado más eminente en el ejercicio de
las virtudes cristianas, máxime en la palestra de la vida religiosa. Ante todo, que
el crecimiento de su fe llegó a un nivel de heroicidad o plena maduración,
manifiestamente se demuestra por el don divino del entendimiento, con el cual
fue enriquecido maravillosamente por el Altísimo; pues tan lúcida y
distintamente percibía los misterios de la fe y de tal modo hablaba de ellos, como
si los conociera por intuición, es decir, como si conociese con una visión directa
e inmediata. Con tanta perspicacia o penetración de la fe y ardor de la piedad
46
veneraba a Cristo Señor oculto bajo las especies sacramentales, que daba la
impresión de que fray Juan (viese a) Cristo Eucarístico con los ojos corporales.
Aún más, cuando se encontraba ocupado diariamente en el oficio de portero a la
puerta del convento, tan pronto como oía la señal de elevación en el sacrificio de
la misa (lo cual no era posible humanamente por la ubicación de la portería),
permaneciendo de rodillas en el mismo lugar, adoraba con fe viva y piedad el
sacramento eucarístico, deseando devotísimamente servir y participar en la
celebración diaria de cada misa.
Por la práctica y vivencia constante de la fe se animaba y surgía en su
alma una vivísima esperanza de conseguir la felicidad eterna prometida por
Dios; y queriendo con un deseo piadoso “salvar a todos los hombres y llevarlos
al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4) , ofrecía súplicas ardientes a Dios por
la conversión de los infieles; sobre todo, quería ansiosamente, como lo refieren
los testigos en las Actas del proceso, el martirio por la fe de Cristo y la salvación
de las almas.
Del mismo modo, la grandiosidad de su caridad relevante para con Dios,
se demuestra principalmente en esto, que fray Juan todo lo refería a su honor;
por esto en su perseverante y asidua oración tenía siempre atenta y fija la mente
en Dios, encaminándose y buscando en todo únicamente su voluntad divina.
Austero en la disciplina, signo de su libertad y responsabilidad, cumplió
exactísimamente los mandatos de Dios y de la Iglesia y las Reglas de su Orden.
También en las obras de caridad o de misericordia para con el prójimo,
espirituales y corporales, se ejercitaba y sobresalía saludablemente; tres veces
cada día ofrecía íntegramente la recitación del rosario de María: por sí mismo,
por la conversión de los pecadores y por el sufragio de los fieles difuntos. El
reparto de limosnas lo hacía el bienaventurado Juan de rodillas, uniendo la
práctica de la caridad con una admirable humildad. Tuvo aquella caridad llena
de entrañable bondad para con los enfermos, igualmente religiosos y seglares,
que, por esta virtud y otras obras semejantes de misericordia, en todas partes
era llamado “padre de los pobres y varón evangélico”. Y cuánto Dios se
complacía en estas obras de caridad de fray Juan, se infiere también por
aquello que, no pocas veces, para alimentar a tantos pobres, los víveres se
multiplicaban de manera maravillosa en sus manos.
47
17. RELATO AUTOBIOGRÁFICO
Es el relato de las confidencias que el mismo fray Juan hizo a su confesor
el padre Gonzalo García y al Prior, padre Blas de Acosta, el 14 de setiembre de
1645. Fueron escritas y firmadas por su confesor, quien se las entregó al padre
Juan Meléndez. Este dice: Tengo la declaración original de letra y firma de su
mismo confesor 99 .
Dice así: Estando yo guardando un poco de ganadillo de mi amo en una
dehesa, llegó a mí un niño que me parecía sería de mi edad y me saludó
diciendo: “Juan, estés enhorabuena”.
Yo le respondí con lo mismo. Y prosiguió en plática diciendo: “Yo soy san
Juan evangelista que vengo del cielo y me envía Dios para que te acompañe,
porque miró tu humildad. No lo dudes”.
Y yo le dije: “¿Pues quién es san Juan evangelista?”.
Y respondió: “El querido discípulo del Señor. Y vengo a acompañarte de
buena gana, porque te tiene escogido para sí. Téngote de llevar a unas tierras
muy remotas y lejanas a donde te han de labrar (construir) templos . Y te doy
por señal de esto que tu madre Inés Sánchez, cuando murió, de la cama subió al
cielo; y tu padre Pedro Arcas, que murió primero que ella, estuvo algún tiempo
en el purgatorio, pero ya tiene el premio de sus trabajos en la gloria”.
Cuando supe de mi amigo san Juan la nueva de mis padres y la buena
dicha mía, le respondí:
- Hágase en mí la voluntad de Dios, que no quiero sino lo que Él quiere.
Se fue san Juan, despidióse de mí y yo quedé como muchacho muy
contento; y, aunque lo era, muy pesaroso de la ida de mi amigo san Juan. Y
acordéme que, rezaba el paternóster y el avemaría. Y así lo hice y quedé muy
consolado.
Después de algunos días volvió mi amigo san Juan evangelista,
haciéndome muchos favores. Y cierto que me llevaba donde él quería. Díjome:
“Juan, yo te quiero llevar a mi tierra”.
Y no sé cómo fue ni cómo lo diga: si fue sólo el espíritu o el cuerpo con él.
Yo quedé sin los sentidos y me parece que vide (vi) y gocé de una muy hermosa
99 Meléndez, p. 454.
48
ciudad con mucha luz, y los ciudadanos y moradores de ella bien vestidos y
adornados. Y vide a Dios con tanta y tan grande majestad que me quisiera haber
quedado allá. Y díjome mi amigo san Juan:
- Aquella que viste es mi tierra. Y cuando te mueras, te tengo de llevar
conmigo allá para que vivas para siempre.
Siendo de veinte o más años, pasé de Extremadura a Jerez de la Frontera,
cerca de Sevilla, donde entrando en un convento de Predicadores a oír misa, que
serían las diez del día, habiéndola oído me llevó san Juan donde él quiso y sabe,
allá muy lejos. Llevóme como otras veces a ver a Dios, donde vide tales cosas
que no se pueden decir ni declarar, porque el espíritu vido (vio) la gloria del
Señor. Volví en mí y quedé pesaroso de haber perdido lo que dejé. Dos veces me
sucedió esto en aquella iglesia de Predicadores de Jerez de la Frontera. Y tenía
terror y miedo de ir a ella por la gente que me miraba, en particular los frailes
de Santo Domingo de aquel convento. Y me pedían que fuera fraile. Y no estaba
de Dios que yo allí lo fuese. Determiné venirme de Jerez a Sevilla con un
mercader que venía a las Indias y concertéme con él para venirle sirviendo en
ellas. Y así me recibió en su compañía.
El año 1619 me embarqué para las Indias, no con intento ni deseo de
adquirir riquezas, sino para que se hiciese la voluntad de Dios en mí. Y en
cuarenta días llegaron galeones y flota con buen tiempo a Cartagena.
Yo, como no era para nada ni me acomodaba a mercader ni a servir de
cajero a mi amo, por no saber ni escribir ni contar (y cierto que era la voluntad
de Dios ésa) díjome un día mi amo en Cartagena:
- Hermano Juan, ya yo he visto para lo que sois en cuarenta días que ha
que navegamos. Yo he menester un mozo que sepa escribir y contar,
porque voy a Portobelo, a Panamá y al Perú. Vos no sois para mi
propósito. Buscad amo.
Y cierto que tenía razón, porque aquélla era la voluntad de Dios.
Aquella era la voluntad de Dios: que no fuese a Portobelo ni a Panamá,
como me dijo mi amigo san Juan, sino que fuese a las Indias por tierra. Y así me
avié, partí con mi amigo san Juan de Cartagena a la Barranca. Y luego hallé
una canoa y fui a Tenerife, pasé a Mompoz; y de allí a Ocaña, Pamplona y
Tunja, a la ciudad de Santa Fe de Bogotá. Y por el valle de Neiva con flotilla,
por temor de los indios de guerra, venimos a Timaná y de allí a Tocaina y
Almaguer. Luego a la ciudad de Pasto. Y al fin a Quito.
49
De Quito a pie y a mula, llegué a esta ciudad de Lima. De suerte que 900
leguas que hay de esta ciudad de Lima a Cartagena vinimos en cuatro meses y
medio. Llegado a esta ciudad, me fui a una casa de posadas de San Lázaro. En
esta casa de posadas de San Lázaro esperé a que se hiciese la voluntad de Dios,
que fue servido me concertase con Pedro Jiménez Menacho para que guardase
el ganado menor del matadero.
Oh, Señor. ¡Qué regalos y mercedes me hizo Dios en aquellos campos!
San Juan evangelista me asistía y me acompañaba y me llevaba a donde él
quería. Allá, allá, tan lejos que no sé cómo decirlo. Y esto no sé si sólo el espíritu
o el espíritu y el cuerpo. Sólo sé yo que aquello que yo veía y gozaba no es
decible. Ni los ojos, ni la lengua, ni las orejas lo vieron ni entendieron. Basta
decir con verdad que mi compañero san Juan lo dirá, allá, allá, a su tiempo.
Estuve en este oficio de guardar ganado como dos años y medio. Y
después de este tiempo fuíme a mi amo un día y díjele:
- Hermano Jiménez: la voluntad del Señor es que yo vaya a servirle a la
casa de la penitente Magdalena de los Predicadores. Dos años ha y
más que le sirvo con fidelidad y verdad. Mire su Merced el libro en
qué mes entré (y me acuerdo que no hicimos recaudo ni papel).
Haga la cuenta de la soldada que me debe y dará de ella a las pobres
buenas y necesitadas hasta doscientos pesos. Lo demás envíelo al portero de la
casa, fray Pablo, para el convento. Yo no le he defraudado en nada. Perdóneme
los descuidos que como hombre flaco habré tenido.
Víneme al convento y el bueno de Jiménez Menacho cumplió en brevedad
lo prometido y mucho más, porque, dada la limosna a los pobres, envió a fray
Pablo, portero, el alcance. Y después hasta que murió me envió muchas
limosnas.
Yo me vide con nuevas obligaciones y pedíle a Dios que me diese fuerzas
y espíritu en la Religión para que con brío, fervor y espíritu le sirviese y
agradase. Y a san Juan le pedí no me desamparase. Y él lo prometió.
¡Oh, Dios inmenso de suma misericordia! No sé cómo lo diga. Como mi
compañero era tan bueno y penitente y tenía tanta caridad con los pobres, con su
santo ejemplo comencé yo, pecador, a tener seis y siete horas de oración de día y
de noche. Y cierto digo verdad que me faltaba tiempo y me parecía un cuarto de
hora.
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Vestíame de cilicio y, a veces, me ponía una cadena al cuerpo. Ayunaba.
Tratábalo mal al pobrecito de mi cuerpo. Esto fue veinticuatro años hasta ahora.
Jamás le tuve amistad. Tratéle siempre como a enemigo. La segunda ración y
pitanza le daba a comer y no más con un pedazo de pan. Lo demás, a mis pobres.
Dábale muchas ásperas disciplinas con cordeles y cadenas de hierro. Ahora me
pesa, ya que al fin me ha ayudado a ganar el reino de los cielos.
Estuve en la portería como un año, después de la profesión. Y como yo
era endeble y flaquillo, de la oración, como estaba casi siempre de rodillas, se
me hizo en una de ellas una apostema. Y reventó en materias y curáronme
cirujanos. Y siempre iba a más el dolor y la llaga no curaba. Ordenó la
obediencia que me fuese a la Sierra, que era tierra fría, y sanaría luego. Porque
entraban los calores y me caería cáncer en la pierna.
Fuíme a una doctrina de un buen fraile de nuestra Orden, donde él me
regaló mucho y con el buen temperamento clima, estuve como dos meses y
me alivié mucho de mi mal. Mas no se me quitó la llaga, hasta que supe de mi
amigo san Juan que era ya tiempo de volverme a la portería. Y fue voluntad del
Señor que una mañana me hallé sano y bueno de repente de mi rodilla.
Víneme al convento ya bueno y valiente. Y cuando llegué, ya a mi buen
compañero fray Pablo de la caridad había mandado la obediencia fuese a ser
portero del convento del Rosario de Lima, con que quedé yo solo en la portería
de la penitente Magdalena.
¡Ay, Dios mío! No sé cómo lo diga, cuando me vide solo, sin mi buen
compañero y portero. Consolóme mucho mi buen san Juan. Mas la noche
siguiente, como a las once de la noche, estando en nuestra celda rezando,
llegaron muchos demonios a oscuras y me aporrearon y arrastraron. Mas me
armé contra ellos, diciendo: “Jesús Salvador, María y José sean conmigo". Con
lo cual me libré de ellos y me dejaron por entonces. Más de doce años me
persiguieron casi todas las noches, tratándome muy mal de palabra y de obra.
Mas yo siempre quedaba libre con decir: “Jesús Salvador, María y José sean
conmigo”.
Es tan terrible el frío, y el tormento y dolores que me causan cuando voy
arrojado por el aire por los demonios, que si Dios no me amparara, no hay duda
que, la primera vez que me arrojaron los demonios, y en todas esas otras veces
que me sucede lo mismo, llegara muerto a la parte a que me arrojan.
Una noche, entre otras, estando haciendo oración en el altar de Nuestra
Señora del Rosario, en medio del ejercicio, de repente se me puso delante un
demonio en figura de un hombre muy grande, muy negro, muy feo y horroroso,
51
porque por boca, ojos y narices echaba fuego y llamas, con un humo pestilente,
más que de alquitrán y azufre. Me cogió por la capilla (capucha) y me sacó
arrastrando por el suelo, desde el altar hasta debajo del púlpito: y me puso el
pie a los pechos, y con la mano puesta a la garganta me amenazaba a quererme
ahogar; mas mi amantísimo Señor me libró, porque yo le llamé diciendo:
“JESÚS SALVADOR, MARÍA, y JOSÉ SEAN CONMIGO”. Llamaron a los
maitines y fui a ellos, y me consolé con alabar a Dios en compañía de aquellos
siervos suyos.
Nunca le he pedido a Nuestro Señor que me revele cosa ninguna, porque
el demonio es muy sutil y desea acabar de una vez con nosotros.
Si salía fuera de casa (que eran muy pocas veces y por mandato de la
obediencia), cuando volvía y entraba por la portería, decía: “Gracias a Dios,
que he llegado, amantísimo Jesús mío”. Que, aunque fuera de casa iba
compuesto y no miraba a nadie, se pasaban dos o tres días para aquietar y
sosegar el espíritu. Cuando volvía de fuera, llegaba menos fraile que cuando
estaba en el convento; y la noche siguiente lo pagaba mi cuerpo, dándole áspera
disciplina.
En materia de mujeres en especial, me tuvo Dios de su mano; y pudiera
decir yo ahora lo que nuestro Padre Santo Domingo cuando murió: que por la
gracia de Dios, había conservado hasta aquel punto la joya preciosísima de la
virginidad y que así moría virgen.
La noche que por lo menos no tenía tres o cuatro horas de oración, no
tenía al día siguiente cara para aparecer delante de Dios. Muchas veces, orando
a deshoras de la noche, llegaban los pajarillos a cantar y yo apostaba con ellos:
a quién más alababa al Señor; ellos cantaban y yo replicaba con ellos, mas
siempre me ganaban ellos 100 .
¡Oh Señor! ¿Cuándo tendrán fin tantos pecados? ¿Cuándo te amarán los
hombres? ¿Cuándo acabarán de temerte y te adorarán tus criaturas?
A los principios, no era yo tan devoto de las almas del purgatorio. “Siervo
de Dios (me decían), acuérdate de nosotras, no nos olvides, socórrenos con tus
oraciones en la presencia de Dios y ruega a su divina Majestad que nos saque de
estas penas”. Era tanta la multitud que parecía un gran enjambre de abejas.
100 El Papa Pablo VI en la homilía de su canonización 28-09-75 añadió al recordar estas últimas palabras:
Son frases de encantadora poesía que dejan entrever las largas horas dedicadas a la oración, a la
devoción a la Eucaristía y al rezo del rosario.
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¿Qué puedo yo, santas almas, hacer ni pedir por vosotras siendo un hombre
miserable? Y al decir esto su rostro resplandecía.
18. ÚLTIMA ENFERMEDAD Y MUERTE
A fines de agosto de 1645 se sintió muy enfermo de disentería. Los
médicos lo desahuciaron. Lo visitaron el virrey, marqués de Mancera, y su hijo y
otros altos dignatarios. El padre Prior, Blas de Acosta, le dio el viatico
(comunión) que recibió con singular devoción, ternura y lágrimas . La
Comunidad acompañó al Prior con cirios encendidos. Al acercarse a su celda el
Santísimo Sacramento, fray Juan se puso de rodillas sobre su cama, lo que dejó
admirados a todos considerando por una parte su mucha flaqueza, ya que no
tenía en su cuerpo más que la pura armazón de los huesos y la piel pegada a
ellos.
Ocho días continuos recibió la sagrada comunión. El padre Prior celebraba
la misa en su celda y él siempre se ponía de rodillas sobre su cama para comulgar
y salían de su rostro resplandores que parecían sobrenaturales.
Un día de estos fue a visitarlo Juan de Quesada y le pidió que no se
olvidara de él ante Dios y le respondió: ¿Qué me dice, hermano? ¿Olvidarme?
En el corazón lo llevo atravesado, y a la señora Doña Sebastiana su mujer . Algo
parecido le sucedió a Don Antonio Alarcón, que estaba sordo y le decía: Padre,
¿cómo se nos va y me deja sordo? Y le respondió.
- Váyase hermano, a su casa, que en la iglesia me volverá a ver y en la
sala del Capítulo .
No entendió el amigo lo que le decía, pero después de su muerte, al
venerar su cuerpo y poner su mano sobre su oído, quedó totalmente curado.
Unos días antes de morir hizo una confesión general con su confesor, el
padre Gonzalo García. Como vio el confesor que aquella era la última confesión,
le apretó un poco más en el examen, así de la conciencia como de los favores y
mercedes que en toda su vida había recibido de Dios, para ver si se ratificaba en
los referidos y si descubría otros nuevos. Y le dijo tantos y tan admirables cosas,
que hasta entonces había tenido ocultas en el secreto de su corazón, que
pareciéndole al confesor que necesitaba de más examen, le dijo que le convenía
que se declarase a otro para que viesen mejor qué cosas eran aquellas y le
pudiesen encaminar por la segura vereda de su salvación. Vino en ello el
humilde siervo de Dios fray Juan y, saliendo de su celda el confesor, se fue a la
del padre Blas de Acosta (Prior) y le dijo de esta suerte: “Padre, se venga
53
conmigo a la celda del hermano fray Juan Macías, videbis mirabilia Dei in terra
nostra” (verás maravillas de Dios en nuestra tierra). Entendile el Prior, salió,
siguiendo al confesor y, entrando en la celda del enfermo, le dijo al confesor:
Hermano fray Juan, yo le mando por obediencia y en nombre de la Santísima
Trinidad que le diga al padre (Blas de Acosta) lo que le pasó en Jerez siendo
zagalejo…
Después de haber comulgado le dijo el bendito enfermo: “Siéntese, no se
vaya”. Y queriendo sentarse sobre su cama, como otras veces lo hacía, le
replic: “Ahí no”. Y, sealándole un banco raso, aadi: “Allí digo que se
siente”. Y vínole al padre Blas el pensamiento: “Si acaso el no permitirle que se
sentase en su cama había sido, porque tenía ocupado aquel lugar con alguna
visita del cielo”... Y declara su confesor que estaba muy gozoso y echaba
resplandores por el rostro con que se verificaba lo que decía 101 .
El último día de su vida recibió la unción de los enfermos con plena
lucidez. Entregó su alma a las seis y cuarenta y cinco minutos de la tarde del 17
de setiembre de 1645, a los 60 años y siete meses de edad.
A continuación, los religiosos amortajaron el cadáver, los vistieron con
sus hábitos y lo llevaron a la iglesia, colocándolo en la capilla mayor donde todos
acudieron a venerarlo, besándole las manos y los pies y tocando su cuerpo con
medallas, cruces, rosarios, pañuelos etc., para tenerlos como reliquias. Algunos le
rompían el hábito, que hubo de ser cambiado dos o tres veces. Por ello, tuvo que
enviar el virrey una compañía de soldados para cuidar el cuerpo, no lo fueran a
destrozar. Y todos cuantos se acercaban a venerarlo observaron que salía de él
una fragancia celestial.
El mismo día de su muerte, Doña María Sola se hallaba muy cerca de
seguirle con su muerte, porque hacía tres años y medio que padecía una
cruelísima enfermedad de disentería continua, a que se añadía una calentura
lenta, accidente que suele acompañar ordinariamente al primero. Estaba reducida
a una flaqueza tan grande que ya, desesperada de la vida, esperaba por instantes
el verse apoderada de la muerte. Oyó decir del concurso de la ciudad al entierro
del siervo de Dios y con mucha confianza se animó, se vistió y, sacando fuerzas
de su flaqueza, se fue a la iglesia de la Magdalena... Besó muchas veces las
manos y pies del venerable cadáver y encomendándose con todas las veras que
le dictó su necesidad, se volvió a su casa, cogió un jubón del mismo siervo de
Dios, que tenía guardado como un precioso tesoro, algunos años hacía, púsole
101 Meléndez, pp. 585-586.
54
sobre el vientre y así se acostó a dormir con tanta felicidad que el día siguiente
amaneció buena y sana 102 .
Al día siguiente, dieciocho, se había publicado que sería el entierro y llegó
gran multitud de gente de toda clase y condición. Terminadas las exequias,
tomaron sobre sus hombros el ataúd, el mismo arzobispo, el virrey, los Oídores y
demás Prelados de las distintas Órdenes religiosas y lo llevaron a la Sala
capitular para enterrarlo, pero el pueblo pedía a gritos que lo dejasen todavía un
tiempo pare poder venerarlo. De modo que el arzobispo aceptó que quedara tres
días en la Sala del Capítulo sin enterrar.
En esos tres días en que estuvo expuesto su cuerpo, el Señor hizo muchos
milagros. El cuerpo de Juan Macías estaba flexible, como si estuviera vivo, y
salía de él una fragancia celestial. Su rostro aparecía sonrosado y radiante. Al
tercer día lo enterraron en la Sala del Capítulo.
19. MILAGROS DESPUÉS DE SU MUERTE
Fray Dionisio de Vilas fue muy querido del siervo de Dios y le sucedió en
el oficio de portero de su convento de la Magdalena. Recibió muchos y muy
singulares favores de Dios por su intercesión. Hallóse en una ocasión con un
accidente grave de mal de ojos, que padeció por espacio de cinco meses, y,
aunque en ellos le hicieron y se probaron muchas medicinas, ninguna le
aprovechó.
Veíase muy afligido, porque no veía cómo servir a su Comunidad y a los
pobres, si no veía, porque corría peligro de perder la vista y se hallaba obligado
por el achaque a vivir encerrado en la celda sin luz... Un día se fue a su
sepultura y, poniéndose de rodillas delante de ella, le pidió con muchas lágrimas
intercediese con nuestro Señor Jesucristo para que le diese la salud y, al
quererse levantar, se halló sin el accidente, ya que no le ofendía la luz ni le
escocían los ojos; libre perfectamente del achaque, que le parecía a él que jamás
lo había tenido, se volvió a la portería a continuar con su oficio y nunca más le
volvió tal accidente a los ojos 103 .
Doña Gerónima de Monroy, de un flujo de sangre que le duró tres meses,
llegó a estar desahuciada por el doctor Gerónimo Navarro, a quien llamaban
“per omnia”, asegurando a la enferma que, según las reglas de la medicina,
moriría sin remedio. Ella, afligida con tan mala nueva, se hizo llevar al convento
102 Meléndez, p. 596.
103 Meléndez, p. 620.
55
de la Magdalena en una silla de manos, porque la suma flaqueza no le permitía
andar. Entró en la iglesia, pidió un poco de tierra de la sepultura del siervo de
Dios, bebióla en un vaso de agua y, al punto, se estancó la sangre y se halló con
tantas fuerzas que se volvió por sus pies a su casa con estar muy distante del
convento 104 .
Doña Eufemia de la Cuesta tenía una negra llamada María de Angola, la
cual, habiéndole dado unas viruelas y estando casi buena, le acometió una fiera
calentura tan grande que la privó del juicio y hacía y decía mil disparates.
María de Alarcón aconsejó a su ama que untasen a la enferma con la tierra del
sepulcro del siervo de Dios fray Juan y, teniéndola en su casa, viniendo a ello,
mezclaron la tierra con agua y con el barro le untaron a la negra la cara, los
pulsos y las sienes y, al momento, le dio un sueño tan grande que a las personas
que se hallaron presentes les pareció que se había muerto la esclava y se
llegaban a ella a examinar la respiración. Pero, al cabo de cinco horas, despertó
la negra sana, buena, sin dolor y en su juicio y se levantó de la cama 105 .
Con una estampa del bendito fray Juan sanó, aplicándosela al pecho y
encomendándose a él, instantáneamente, Doña Isabel de Torres, de una
enfermedad de asma que le había durado por tres años 106 .
Juan Esteban de Bilbao tenía una hija de quince años llamada Antonia
Basilia que, de una enfermedad de garrotillo, llegó a estar desahuciada… El
padre acudió a la intercesión del siervo de Dios, buscando en ella remedio para
su hija. Pidió a un amigo un lienzo pequeño del retrato del bendito fray Juan y,
envuelto en un tafetán, lo llevó a su casa. Halló a su hija agonizando, tenía los
ojos quebrados y daba ciertas señales de que se iba despidiendo el alma. A toda
prisa, aplicándole el tafetán en que venía envuelto el retrato a la garganta y
abriéndole la boca con un hisopillo, le echó en ella unas gotas de un ungüento
egipciaco batido con la tierra del sepulcro de su devoto fray Juan y, al mismo
punto, sin más dilación abortó por la boca la doliente una apostema, pidió de
comer y bebió y, sin repetir remedios de la botica, al cuarto día estuvo buena del
todo 107 .
La cuchara de leño con que su siervo fray Juan sacaba la comida de las
ollas para repartirla a los pobres la tuvo Antonio de Alarcón y la guarneció de
plata. No está en un solo lugar, anda de mano en mano, que la piden por la
virtud de hacer prodigios que parece se le pegó de andar en las de fray Juan.
Los pedazos de sus hábitos y de sus túnicas, de sus jubones, de su frazada, el
104 Meléndez, p. 622.
105 Meléndez, pp. 637-638.
106 Meléndez, p. 662.
107 Meléndez, p. 641.
56
cíngulo con que se ceñía el hábito y, lo que es más, sus medias, sus calcetas, sus
escarpines..., se estiman hoy como prendas del mayor precio y todos las reciben,
si tienen la dicha de encontrar quien se las dé, mejor que si fueran joyas de las
más preciosas de los mayores monarcas 108 .
Hasta los retratos que se hicieron en Lima del siervo de Dios fray Juan y
las estampas de papel que se llevaron de Roma con sus remisoriales ha querido
Nuestro Señor que hagan grandes maravillas 109 .
Un fenómeno extraordinario que se observó en algunas pinturas y retratos
del santo fue el sudor abundante que rezumaban estas imágenes, lo cual fue
presenciado por testigos respetables en distintos lugares. Veamos el testimonio
de más garantía, pues quedó escrito con registro notarial.
En el valle de Lima, en una hacienda cercana al pueblo de Surco, tenía
Melchor de Galas un lienzo con un retrato del siervo de Dios al natural, de
medio cuerpo, que por el mes de julio de 1655 comenzó a sudar un día.
Limpiáronle el sudor con un lienzo y prosiguió sudando de manera que, aunque
le limpiaban muchas veces hasta dejarle enjuto (seco) el rostro, volvía luego a
cubrirse del mismo sudor y era en tan grande copia (abundancia) que le caían
gotas del rostro al hábito. Melchor de Galas, despachando un hombre a Lima le
envió el aviso de esta maravilla al padre Maestro fray Felipe de Espina, Prior de
la Magdalena. El padre Prior, al mismo punto, despachó con el mismo hombre a
la hacienda al padre Presentado y predicador general fray Antonio José de
Pastrana, notario apostólico, para que viese lo referido y para que, habiéndolo
examinado, se lo diese por fe. Llegó el padre notario a la hacienda de Melchor
de Galas y, habiendo entrado en una pieza de la casa donde tenían el retrato, y
reconociendo el lienzo y la pared de donde estaba pendiente por ver si había
alguna humedad o sospecha de ella, no halló cosa de donde pudiese proceder
aquel sudor, ni aun en menor copia de la que era, porque el lienzo estaba seco y
la pared seca y, habiéndose detenido dos días, lo vio sudar por cinco veces
distintas y en diferentes horas.
Y una de las cinco veces fue tanto lo que sudó que, corriendo por el
rostro, llegó a salpicar lo que estaba junto al lienzo. Limpiábalo el padre
Presentado con unos algodones y quedaban como mojados en agua. Tentábale el
rostro y hallábale tan caliente como si fuera de una persona viva y, probando los
circunstantes lo mismo, experimentaron todos que, cuando sudaba, tenía caliente
el rostro. Duró y continuóse este sudor prodigioso después de despedido el
padre notario, hasta los fines de octubre del mismo año, repitiéndose muchas
108 Meléndez, pp. 649-650.
109 Meléndez, p. 657.
57
veces con admiración de todos, porque concurrieron muchos a ver aquel gran
prodigio. Y, a los quince días después de haber cesado el sudor, sucedió aquel
gran terremoto a los trece de noviembre. Entendimos por la fuerza con que vino
que hubiera de una vez acabado con la ciudad y, repitiendo otros menos por
espacio de quince o veinte días, se hacían muchos sermones, así en iglesias como
en las plazas y calles, movida la ciudad a pública penitencia. Y públicamente
dijeron los predicadores que aquel sudor del siervo de Dios había pronosticado
esta amenaza de la divina justicia; y que en demostración de haberse interpuesto
con la Majestad de Dios para templar sus enojos, había hecho aquella maravilla
de sudar, como dando a entender la congoja en que se hallaba, a nuestro modo
de hablar, de ver el azote levantado contra una ciudad donde Dios le había
traído a vivir y morir y ser sepultado en ella; títulos que le obligaban a mirar
por su conservación y a pretender la enmienda de sus culpas en la presencia de
Dios.
El testimonio que dio de todo el caso el padre Presentado y notario
apostólico es del siguiente tenor: “Yo, el infrascrito notario apostlico, doy fe y
verdadero testimonio cómo, habiendo ido a la hacienda que el capitán Melchor
de Galas tiene arrendada, que está a una legua de esta ciudad de Lima, hoy once
de julio de 1655, entre las seis y siete de la noche, habiendo estado gran en la
sala de la dicha hacienda, entré en un aposento que había estado cerrado por
fuera con llave, donde sobre un bufete pequeño estaba un lienzo del venerable
siervo de Dios fray Juan Macías de medio cuerpo. Estaba cubierto de un sudor
caliente y despedía de sí aquel sudor con el cual mojaba cuanto había delante y,
después que lo limpié con unos algodones, reparé que estaba caliente aquella
parte por donde había sudado, que parecía que había estado cerca del fuego, y
pasado un rato se volvió a su natural... De todo lo cual fueron testigos Melchor
de Galas, Doña Francisca Romaní, su mujer, José de Guía, Juan Bautista de
Ocampo, Doña María de la O, Doña Inés de Ocampo, Doña Juana de Guía,
Doña Josefa de Galas, el padre Francisco Camarena (agustino) , Doña Jacinta
Tusiño, Doña María Álvarez de Meneses y otras muchas personas que acudieron
a la noticia de este prodigio. Y para que de ello conste, di este testimonio y
certificación, hoy doce del mes de julio de 1655. En testimonio de verdad. Fray
Antonio José de Pastrana, notario apostólico 110 .
110 Meléndez, pp. 664-666.
58
20. TRASLADO DE SU CUERPO
Después de su fallecimiento y debido a la generosidad de Don Pedro
Granada se levantó en la portería del convento una suntuosa capilla, adornada
con pinturas, retablos y azulejos en la que expusieron al culto el Santo Cristo que
había allí y la imagen de la Virgen de Belén, que el santo tenía en la cabecera de
su cama.
Al abrir el sepulcro de la sala del Capítulo para su traslado a la capilla,
encontraron el cadáver entero y sin corrupción, flexible en todas sus partes . Le
pusieron hábito nuevo y lo colocaron en un féretro de cedro, imitando el mármol,
y lo colocaron con permiso del arzobispo al pie del crucifijo, debajo del altar de
la capilla, defendido por una fuerte reja de hierro dorado. Era el día 17 de
setiembre de 1646. Al año de su muerte.
Allí estuvo dos años hasta que lo trasladaron a una celda, ubicada detrás
del altar de la capilla. Allí estuvo su cuerpo encerrado en un sencillo ataúd de
madera sin más adorno que un crucifijo colgado de la pared. Sin embargo, su
cuerpo permanecía incorrupto y tenía una fragancia de cielo.
Y seguía haciendo maravillosos milagros. Dice el padre Meléndez: No es
poca la maravilla de las que se ven y suceden en su sepulcro, desde antes y
después de mudado de la fosa del camarín, el olor suavísimo y fragante que
muchas veces se ha sentido al acercarse al lugar del venerable cadáver, siendo
así que jamás se le ha puesto ni en el cuerpo ni en la caja ni en los hábitos cosa
que naturalmente pueda causar aquella grande fragancia. Antes bien sucede una
cosa singular y es que no se siente siempre aquel buen olor sino
interpoladamente, porque habiéndolo sentido muchas veces el padre fray
Antonio José de Pastrana…, volviendo en otras ocasiones con cuidado de ver si
volvía a sentirle, unas veces olía y otras no, siendo sin número las que llegó a
sentir esta fragancia con no poca admiración 111 .
Y sucede otro gran prodigio y es que con sacarle tanta tierra todos los
días y horas, así para la ciudad como para todo el reino y fuera de él, sacándola
para Europa y, no negándose a nadie sino que todos la sacan a su placer y en la
cantidad que quieren, nunca ha faltado la tierra, antes se ve otra rara maravilla:
Han dejado un agujero por donde sólo cabe el brazo de una persona y cuantos
buscan la tierra, con sólo meter el brazo dan con ella perseverando siempre a
una distancia sin que sea necesario profundizar más ni abrir el agujero en otra
parte 112 .
111 Meléndez, p. 630.
112 Meléndez, p. 634.
59
Su cuerpo permaneció en la celda detrás de la capilla hasta 1746, cuando
un terremoto destruyó el convento con su iglesia. El cuerpo de fray Juan fue
trasladado al convento de Santo Domingo del centro de Lima. Actualmente, se
conservan sus restos en una capilla lateral de la basílica del Rosario, aneja a este
convento, en unión con los restos de santa Rosa de Lima y de san Martín de
Porres.
21. PROCESO DE BEATIFICACIÓN
En las Actas del capítulo provincial tenido en el convento del Rosario de
Lima en 1649, a los cuatro años de su muerte, los padres capitulares reconocieron
la santidad de Juan Macías. El cronista dice: Era Juan Macías puerta de toda
misericordia y piedad, padre de los pobres, huérfanos y viudas, varón de
penitencia, observante humildísimo y de la obediencia 113 .
En 1648, a los tres años de su muerte se comenzó el proceso de
beatificación con el testimonio de 157 testigos. Este proceso diocesano fue
enviado a Roma. En 1693 se terminó y completó la documentación del Proceso
apostólico, después de la visita al sepulcro, de la habitación donde murió, del
pozo de donde fue sacado vivo el negrito Antonio, y del naranjo de las cruces.
Toda esta documentación fue enviada a Roma a la Congregación de Ritos y
pereció en el naufragio del barco ese mismo año. Se sacó otra copia de los
documentos, que se terminó en enero de 1699, y se envió a Roma.
Veamos ahora los dos milagros aprobados para la beatificación por el
Papa Gregorio XVI.
a) Francisco Ramírez, novicio, ocho días después de haber vestido el hábito
dominico, a sus veinte años, en 1678, regresando del coro alto con los
demás novicios a las 10 de la mañana, entró en el noviciado y se recogió
en su celda. Se puso a levantar un baúl con todas sus fuerzas y se le
produjo la rotura de la ingle izquierda, donde había sufrido siendo niño
una hernia. Y le salieron los intestinos.
Avisado el padre Maestro de novicios, fray Francisco de Borja, le
hizo trasladar a su celda y mandó llamar a los médicos Diego Rodríguez y
Antonio de Zúñiga. Lo examinaron y dijeron que se hallaba en grave
peligro. Le aplicaron muchos remedios durante cinco días, pero fue todo
113 Actas del Capítulo provincial de 1649, primera serie, p. 410: Arévalo, Los dominicos en el Perú ,
Lima, 1970.
60
en vano. La gran rotura, la llaga de las membranas que envolvían los
intestinos, la gran hinchazón y los espasmos y gritos del paciente
indujeron a ordenar que le dieran los sacramentos.
Al oír esto el novicio se confesó y conformó con la voluntad de
Dios. Entre sus angustias le presentó el padre Maestro un cuadro pequeño
de fray Juan Macías y le exhortó a confiar en su intercesión.
Estaba presente el padre Prior fray Nicolás Ramírez, que le había
dado el hábito y no podía contener las lágrimas, viendo sufrir a tan buen
novicio. Éste le rogó:
- Padre Prior, mande por amor de Dios, con un precepto de
obediencia al siervo de Dios fray Juan Macías que me obtenga de
su divina Majestad la salud, si conviene a mi alma.
El Prior, por darle gusto, accedió a su deseo. Se acercaba la media
noche. Los facultativos que, desde el mediodía habían estado en vano
componiendo la rotura, se marcharon diciendo: A la mañana lo
encontraremos cadáver.
Después de idos los médicos, vomitó el enfermo dos veces y quedó
más abatido y debilitado, casi boqueando y batallando con la muerte.
En este momento se volvió el novicio al retrato, lo besó,
implorando su intercesión, bañando el cuadro con lágrimas, púsolo sobre
el vientre y lo tuvo así abrazado toda la noche. Al punto cerró sus
párpados y tuvo plácido sueño que le duró hasta las siete de la mañana.
Estaban con él dos cooperadores y el padre Maestro.
A esa hora llegó el cirujano Antonio de Zúñiga, examinó el vómito
y lo juzgó señal de próxima muerte. Y volvió a salir. Vino el otro cirujano
y dijo lo mismo respecto del vómito, pero se acercó a ver al enfermo que
sabrosamente dormía . Retiró el cuadro y, viendo cerrada y sana la rotura,
todo vuelto a su lugar, exclamó:
- ¡Milagro! ¡Gran milagro que ha hecho Dios por intercesión de su
siervo fray Juan Macías!
A estas voces despertó el enfermo. Acudieron varios religiosos. Y
glorificaron al Señor. En esto regresó el cirujano Antonio de Zúñiga. Y,
viendo que no había quedado ni huella de la dolencia sufrida, dijo
asombrado:
61
- ¡Milagro! ¡Gran milagro que ha obrado el Señor!
El novicio se levantó de la cama el mismo día para asistir a la
profesión de un compañero suyo; y no volvió a sentir jamás dolor o
molestia alguna a pesar de levantar pesos notables 114 .
b) Francisca de Argote, negra, criada de Doña Isabel Manrique, sufrió un
ataque de apoplejía que le paralizó por completo el lado izquierdo. Se
arrastraba sobre el derecho encogida y contorsionada.
La vio el padre Domingo Gil yendo a confesar a una enferma. Le
preguntó si había usado de la medicina. Ella dijo que por espacio de tres
años la habían tratado con esmero varios médicos sin resultado alguno.
Entonces le dijo que hiciera una novena en el sepulcro de fray Juan
Macías, confesando y comulgando, para que le obtuviera la gracia de la
salud intercediendo ante el Señor.
Francisca siguió el consejo. Al día siguiente madrugó y,
arrastrándose con gran dificultad, llegó a la capilla del Santo Cristo, en la
portería en donde se hallaba el sepulcro del santo. Con abundancia de
lágrimas prometió enmienda en su vida, y pidió la salud. Perseveró en la
oración hasta las seis de la tarde, hora en que regresó a su casa confiada en
ser oída.
Por la noche tuvo un sueño. Le pareció ver a fray Juan que hablaba
con ella y le decía que se enmendara. En el sueño comenzó a dar voces y
despertó asustada. Al otro día repitió las visitas con idénticas lágrimas y
promesas. Por la noche, mientras dormía, sintió hacia las doce, que le
daban golpes y le estiraban los miembros. Despertando al punto, divisó
junto a sí a un religioso dominico que le pareció ser fray Juan. Dio un
grito y cayó desmayada.
Al día siguiente, clareando aún, se levantó para continuar la
novena. Llegó a la capilla fatigada en extremo. Rezó y lloró. Y valiéndose
de la mano derecha, introdujo la izquierda, que tenía como muerta, con un
rosario, por entre las verjas de hierro, hasta lograr tocar el sepulcro.
114 Declaración del padre Francisco de Borja, Proceso apostólico, testigo 116.
62
Al instante sintió flexibilidad en la mano y movimiento en los
dedos. Por tres veces la introdujo por entre las rejas y otras tantas la sacó
sana. Oyó entonces una voz que le decía: ¡Levántate y camina!
No pensó que iban dirigidas a ella; pero al oírlas por segunda vez,
volvió los ojos hacia el Cristo y a la imagen del santo en un cuadro
colgado a los pies de aquél. Y advirtió en el crucifijo que estaba fresca la
sangre del costado y que el retrato de fray Juan mostraba encendido el
rostro. Y oyó de nuevo, en tono más alto: ¡Levántate y camina!
Se levantó inmediatamente, arrojó las muletas, se puso a saltar de
alegría y a correr con toda libertad y soltura por la capilla y el claustro. Y
entró en la iglesia para dar gracias a Dios por la curación lograda.
Dominada por la emoción, comenzó a gritar: ¡Milagro, milagro!
Alborotóse el convento, salió la Comunidad, juntóse la gente y,
viéndola sana, se hincaron de rodillas dando gracias a Dios. Fray Dionisio
de Villa le dio a beber un vaso de agua. Ella bebió, fue luego a la iglesia y
anduvo después por la ciudad corriendo y voceando el favor recibido. Por
la tarde, al toque de la oración, volvió a dar gracias a Dios 115 .
El Papa Gregorio XVI lo beatificó solemnemente en la basílica vaticana el
22 de octubre de 1837. En las Letras apostólicas Amantissimus ille para su
beatificación manifestó: Inspirado por Dios, no solamente le fue posible conocer
las cosas ocultas, predecir lo futuro, sondear enteramente los pensamientos
secretos de los hombres, hablar, no siendo docto ni culto, con gran sabiduría de
los misterios más elevados de la fe y de las cuestiones más difíciles, sino también
gozaba de coloquios divinos, obraba milagros y, mientras se entregaba a la
contemplación de las cosas celestiales, le vieron que divinamente era levantado
en alto desde el suelo.
22. MILAGRO PARA LA CANONIZACIÓN
El padre Luis Zambrano Blanco había fundado en 1934, con la señorita
María Grajera Vargas, una Institución con el nombre Hogar de Nazaret para
ayudar a los sacerdotes en las parroquias. Y puso la Institución bajo el patrocinio
del beato Juan Macías. La primera casa fue abierta en el pueblo natal del santo,
Ribera del Fresno. El 23 de enero de 1949, domingo, siendo párroco de Olivenza,
ocurrió en este pueblo el milagro de la multiplicación del arroz, aprobado por la
Iglesia para la canonización del beato Juan Macías. La cocinera, Leandra Rebollo
115 Meléndez, pp. 631-632.
63
Vázquez, lo narró así: Aquel día, las cosas no se habían desarrollado como de
costumbre, porque, no habiendo recibido recados, no podía preparar el
almuerzo para los pobres, ni para los niños de la escuela. Me limité sólo a
preparar comida para las chicas de la “Proteccin de menores”.
Del almacén de la cocina había sacado yo misma tres tazas de arroz,
menos de un kilo, no más. No se sacaba nunca para los pobres y, en aquel
momento, no hubiese podido pedir a la Directora del Hogar, que estaba en
Villarreal, un pueblecito del campo
Las tres tazas sólo alcanzaban para las chicas; eran absolutamente
insuficientes para la comida de los pobres, y menos para las chicas, los chicos y
los pobres, todos juntos.
Se lo comuniqué a la señorita Ana María Marzal (encargada de organizar
los grupos de reparto) y, pensando en los pobres, echando las tazas de arroz a la
olla, dije: “Bienaventurado, los pobres sin comida!”. Para mí que soy de
Ribera del Fresno y para todas nosotras (del Hogar), cuando decimos “el
bienaventurado”, slo nos referimos al bienaventurado Juan Macías.
La olla de hierro esmaltado a donde eché los 750 gramos de arroz, con
poquita carne, tenía una capacidad de 10 litros. Salí de la cocina... la única
persona que estaba en el piso, era la madre del párroco. El acceso al lugar
estaba prácticamente impedido a cualquier persona, hubiesen debido llamarme y
yo hubiese salido a abrirles la puerta. Después de un cuarto de hora, más o
menos, regresé a la cocina, para controlar la cocción del arroz, y noté con
asombro que la cantidad de arroz aumentaba y el nivel subía hasta el borde de
la olla.
Al ver el prodigioso aumento del arroz no me quedó más remedio que
llamar a la madre del párroco; la cual, siendo ya mayor, se acercó con
dificultad a la cocina y, viendo la olla llena, me dijo: “Tendremos que buscar
otra olla, porque ésta rebosa”. No me acuerdo si llamé inmediatamente al
párroco o a la Directora para que acudieran al Hogar... o si, en la cocina, ya
empecé a echar a otra olla el arroz rebosante; pero, antes o después que fuese,
empezamos a sacar el arroz y a echarlo a una segunda olla, más pequeña que la
primera, como de ocho litros; pero, dado que el nivel de la primera olla seguía
subiendo sobre el fuego, tuvimos que buscar, fuera de casa, una tercera olla,
más o menos como la primera, que nos prestó la señora Isabela Fuentes.
El padre Luis Zambrano declaró: Al entrar en la cocina, sobre el fuego,
había dos envases; el primero, una cacerola, donde se habían echado las tazas
de arroz. A su lado había una olla más alta, cilíndrica, un poco redonda. La
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primera estaba casi toda llena de arroz; al removerlo, el arroz del fondo
aparecía crudo, por lo cual se veía necesario sacarlo de ahí. Entonces yo mismo
saqué bastante cantidad de arroz y lo eché a la olla que estaba al lado, donde
acababa de cocerse; y se le repartió a las chicas y a los chicos que esperaban el
almuerzo.
Me quedé delante del aparato de la cocina, desde que llegué hasta las
4:30 pm ó 4:45 pm. Yo mismo saqué parte del arroz de la primera cacerola a la
olla que estaba sobre el fuego; a pesar de ir sacando arroz, el nivel de la
primera no disminuía. Puedo dar testimonio de este hecho hasta con mi misma
vida.
La cantidad de arroz multiplicado se puede deducir de las raciones
repartidas, que fueron aproximadamente ciento cincuenta, entre los pobres y los
chicos; destacando que los chicos y chicas comieron todo lo que quisieron; y a
los pobres de la calle aproximadamente unos ochenta o noventa se les
brindó un cucharón a cada persona, y para algunos un poco más, según el
número de los familiares necesitados.
La directora del Hogar Nazareth, María Grajera Vargas, presente en el
fenómeno, declaró: Yo observaba que, removiendo el arroz con el cucharón,
aparecían nuevos granos de arroz, duros y blancos. Me consta que unos granos
de este arroz fueron recogidos y se guardan con veneración.
Carmen Núñez dice: No se explica cómo el arroz, después de tanto tiempo
de cocción, podía aparecer todavía crudo. Y Rosa Andrade Castaño: Agarré en
mis manos y guardé en un papel unos granos cocidos y otros crudos.
El hecho fue que, durante cuatro horas, estuvieron sacando arroz y dando
de comer hasta las 5:00 pm. Ahora en el pueblo hay un dicho: Esto crece más
que el arroz del padre Luis.
El Papa Pablo VI lo canonizó en la basílica vaticana el 28 de setiembre de
1975 con estas palabras: En honor de la santa e individua Trinidad, para la
exaltación de la fe católica y promoción de la vida cristiana, con la autoridad de
Nuestro Señor Jesucristo, de los apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra,
después de madura deliberación e implorar intensamente la ayuda divina, oído
el consejo de muchos de nuestros hermanos, decretamos y definimos que el beato
Juan Macías es santo y como tal lo inscribimos en el catálogo de los santos,
estableciendo que sea venerado con piadosa devoción entre los santos de toda la
Iglesia. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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En su homilía habla el Papa de san Juan Macías como padre de los
pobres, huérfanos y necesitados.
A raíz de su canonización se erigió en Lima una parroquia en honor de san
Juan Macías 116 .
Ha sido nombrado por la Iglesia patrono de los emigrantes y, en el Perú,
especial patrono de los campesinos emigrados.
23. DEVOCIÓN A SAN JUAN MACÍAS
La devoción va creciendo por Extremadura y otras regiones de España en
virtud de los favores que Dios concede a los que lo invocan. Hay en la iglesia
parroquial de Ribera del Fresno una imagen del santo, cuya entrada dejó
recuerdo en la villa.
Dos años después, una sequía pertinaz asolaba los campos. Como de
costumbre, hicieron la novena al Santo Cristo, con éxito en tantas ocasiones.
Esta vez, en cambio, quiso oír el ruego por medio de su siervo.
Al ver el párroco la novena terminada y sin lluvia, propuso comenzar
otra. Uno de los parroquianos levanta la voz diciendo: “Y por qué no hacérsela
a nuestro beato, ya que entró en el pueblo bajo un diluvio de agua?”.
Todos aprobaron la idea. Y comenzaron la novena, sin vislumbre de agua
en toda ella. El último día se organizó una procesión con la imagen. Iban
rezando el rosario, intercalando en cada decena el canto penitencial. “Perdn,
oh Dios mío”. Al salir de la iglesia, comenzó un viento fuerte, a cubrirse de
nubes el cielo, antes limpio y sereno. Al entrar, de regreso, descargaba copiosa
lluvia.
Y ahora, otro favor con visos claros de milagro. Año 1964. El hacendado
Sebastián López iba en moto a visitar a los obreros por un camino lleno de
baches, causados por una tormenta. Abstraído, contemplando el paisaje, cayó
con la moto en un socavón. Gritó pidiendo auxilio y llegaron los obreros más
cercanos. Estos avisaron a la esposa, que lo llevó a Badajoz en un taxi.
116 Así se cumplía la profecía que le había dado san Juan evangelista: Te tengo de llevar a unas tierras
muy remotas y lejanas donde te han de labrar (construir) templos.
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En la clínica los doctores vieron que tenía la pierna izquierda del todo
astillada y era necesario cortarla. La señora se opuso. Y al ver que nada
consiguió, les rogó que esperasen a su vuelta.
En el mismo taxi voló a su casa, cien kilómetros, tomó un botijo, lo llenó
de agua en el pozo del santo y volvió a Badajoz. El personal clínico se había
retirado. Ella le dio con gran fe a beber al enfermo. Al terminar de beber el agua
obligado por su esposa, comenzó a dar gritos:
- ¡Fuego, fuego! ¡Que me quemo!
A las voces todo el servicio se puso en movimiento. Él se calló y quedó
dormido. Luego abrió los ojos y, asustado, miró en torno suyo y dijo:
- ¿En dónde estoy?
- ¿Dónde vas a estar, sino en la clínica? le dice su esposa.
- Pues ¿qué hago aquí?
- Pues que te van a cortar la pierna.
- ¿Qué pierna?
- La izquierda.
Entonces, levantándose y dando fuertes golpes en ella, comenzó a andar
como si nada hubiera tenido. Los doctores le sacaron otra radiografía y no
vieron rotura ninguna. Don Sebastián y su esposa regresaron en el taxi a Ribera
del Fresno, glorificando a Dios y a Juan Macías.
Hoy día sobre el pozo del milagro está construida una capilla o templete
de piedra, diseñado por el ingeniero José María Miota, que se inauguró en 1957 y
es lugar de peregrinación para sus devotos. Se le llama el pozo de san Juan
Macías.
Es el pozo de donde a sus cinco años con sus oraciones, sacó al cerdito de
un amiguito, como lo indicamos al principio de este libro.
Por otra parte, existe en Lima un famoso sillón donde se sentaba san Juan
Macías. Es un sillón de cuero, con los pasamanos de tabla lisa, cómodo y
elegante en su sencillez. Fray Juan Macías lo encontró en la portería cuando se
hizo cargo de ella. En él se sentaba frecuentemente. Después de su muerte se
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convirtió en una reliquia que sigue siendo utilizado por las futuras madres para
obtener la protección del santo y un buen parto.Al principio del siglo XIX lo
llevaron al beaterio llamado del Patrocinio. En 1937, el arzobispo entregó este
beaterio a las misioneras dominicas del Rosario y hoy es la residencia de la Curia
provincial de esta Congregación en el Perú. El sillón lo tienen en una pequeña
sala alfombrada.
Al lado del sillón se ha colocado una mesa donde siempre hay un
cuaderno y un lapicero para que dejen constancia los devotos de sus plegarias. Es
constante el desfile de gente por el Patrocinio y algunas parejas regresan con su
bebé a dar gracias; ya que especialmente van parejas a pedir por el nuevo hijo
que está en camino. Este convento del Patrocinio está ubicado en la casa donde
vivió nuestro santo al llegar a Lima en el barrio de san Lázaro, distrito del Rímac.
CRONOLOGÍA
1585.- Día 2 de marzo, nacimiento y bautismo.
1592.- Primera aparición de san Juan Evangelista.
1595.- Con su oración alcanza el milagro del pozo.
1613.- El día 24 de diciembre (Nochebuena) se despide de Ribera del Fresno.
1619.- Embarca en Sevilla para Cartagena de Indias.
1620.- Hace viaje a Lima durante cuatro meses y medio. Llega hacia el mes de
setiembre
1622.- El día 22 de enero toma el hábito en la Magdalena.
1623.- El día 23 de enero profesa.
1630.- En un terremoto, la Virgen habla a fray Juan en la capilla del Rosario.
1641.- Se realiza el milagro del negrito Antonio Macías.
1643.- Dos jóvenes mulatos cantores comen el pan milagroso que les ofrece fray
Juan.
1645.- El día 17 de setiembre fallece.
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1646.- El día 17 de setiembre se realiza el traslado del cuerpo a la nueva capilla
de la portería.
1648.- En el mes de agosto comienza el Proceso diocesano.
1683.- El día 22 de enero se clausura el Proceso apostólico.
1693.- El día 25 de setiembre se remite a Roma una copia del Proceso y se pierde
en un naufragio.
1699.- El día 28 de marzo se envía nueva copia a Roma. Llega a su destino.
1837.- El día 27 de setiembre el Papa Gregorio XVI beatifica simultáneamente a
Juan Macías y a fray Martín de Porres.
1926.- Se promueve el Proceso de canonización.
1949.- El día 23 de enero, domingo, se obra el milagro del arroz.
1967.- El mes de agosto se inaugura la capilla del pozo milagroso en Ribera del
Fresno.
1975.- El día 28 de setiembre es canonizado solemnemente en la basílica del
Vaticano por el Papa Pablo VI.
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CONCLUSIÓN
Después de haber leído atentamente la vida de san Juan Macías, el Señor
nos ha dado un claro mensaje: nuestra fe católica es verdadera y debemos vivirla
en plenitud. Dios quiere que seamos santos y que vivamos nuestra fe en todos sus
aspectos. Debemos saber que el demonio nos atacará con tentaciones o malas
inspiraciones, pero, al igual que san Juan Macías, podemos vencerlo con la ayuda
de Dios.
Él usaba el agua bendita y oraba ante las imágenes de los santos. En
especial oraba todas las noches ante el Santísimo Sacramento y ante la imagen de
la Virgen María. Era un hombre mortificado, que nos enseña con su vida que no
debemos buscar a todo trance el placer y la comodidad, sino que, para superar las
tentaciones, es importante la mortificación de los sentidos.
Él tuvo la gracia especialísima de tener al mismo san Juan evangelista
como amigo y compañero. Nosotros tenemos a nuestro ángel custodio, que es un
compañero para toda la vida y a quien debemos invocar y pedir ayuda.
Él amó mucho a las almas del purgatorio. Algunos lo han llamado el
ladrón del purgatorio . Oremos también nosotros por nuestros familiares difuntos
y por las almas más abandonadas y olvidadas. Todos los santos sin excepción
han orado por ellas. Y todos han centrado su fe en Jesús Eucaristía y en el amor a
María y la intercesión de los santos, confesando y comulgando frecuentemente.
Recordemos que ser católicos de verdad es vivir en plenitud nuestra fe, tal
como la han vivido los santos, que son una guía y un ejemplo para nosotros en
nuestro caminar por la vida. Leyendo vidas de santos, podremos aprender a vivir
mejor nuestra fe, pues ellos fueron Evangelios vivientes, ya que vivieron de
acuerdo al Evangelio, tal como la Iglesia nos enseña.
Que Dios te bendiga por medio de María. Saludos de mi ángel y saludos a
tu ángel.
Pueden leer todos los libros del autor en www.libroscatolicos.org
Tu hermano y amigo del Perú.
P. Ángel Peña O.A.R.
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