Domingo V del Tiempo Ordinario del ciclo A.
Comentario de 1 COR. 1--2, 5.
Permanezcamos unidos.
Por José Portillo Pérez.
Introducción.
Estimados hermanos y amigos:
Las características de la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo, son
cuatro, así pues, nuestra Iglesia es Una, Católica, Apostólica y Romana. La
unidad de nuestra Iglesia, nos indica que, aunque todos los católicos no
pensemos lo mismo con respecto a todos los aspectos vitales, permanecemos
vinculados, lo cual lo demuestra la universalidad de la fundación de Cristo, cuya
misión principal es transmitirle la Palabra de Dios a toda la humanidad. La
Iglesia Apostólica, cuya doctrina, adaptada a la iluminación de las circunstancias
de los tiempos en que predica el Evangelio, procede del Sacrosanto Colegio
Apostólico, bajo la autoridad del sucesor de San Pedro, sigue llevando a cabo la
obra evangelizadora de Nuestro Salvador.
1. Dios nos ha concedido los dones y virtudes del Espíritu Santo, para que
vivamos como cristianos ejemplares.
"Pablo, elegido por designio de Dios para ser apóstol de Cristo Jesús, y el
hermano Sóstenes, a la Iglesia de Dios reunida en Corinto" (1 COR. 1, 1-2a).
Dado que por medio de su primera Carta a los Corintios, San Pablo pretendía
corregir algunos aspectos de la vida de muchos de sus lectores, con tal que los
mismos fueran aceptos al Dios Uno y Trino, por cumplir su voluntad, el citado
Santo, les recordó a los corintios, que fue Dios, y no él mismo u otro hombre,
quien le concedió la responsabilidad y el gozo del apostolado.
Este hecho me recuerda que todos los cristianos, independientemente de que
seamos religiosos o laicos, debemos ofrecerle a Dios nuestros pensamientos y
obras, como si de los mismos dependiera la conclusión de la instauración del
Reino de nuestro Padre común en el mundo. Debemos darle gracias sin cesar al
Dios Uno y Trino por concedernos este privilegio. Debemos estar orgullosos de
tener el privilegio de poder servir al Dios que nos ha demostrado su amor
sorprendentemente, por medio de la Pasión, muerte y Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo. De la misma manera que San Pablo les recordó a los corintios
que Dios tuvo a bien concederle el privilegio de ser Apóstol de Jesús, sintámonos
orgullosos de tener la alegría de decirle al mundo que somos miembros de la
Iglesia de Cristo.
"A vosotros que, consagrados por Cristo Jesús, habéis sido elegidos por Dios
para ser su pueblo, junto con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre
de Jesucristo, que es Señor de ellos lo mismo que de vosotros" (1 COR. 1, 2b).
Mediante su Pasión, muerte y Resurrección, al purificarnos de nuestros
pecados, Jesús nos ha consagrado a Dios, y nos ha hecho miembros de la Iglesia
Católica, la cual es el pueblo de nuestro Santo Padre. Esta es la causa por la que
debemos permanecer unidos a nuestros hermanos de fe, aunque
circunstancialmente suceda que no estemos totalmente de acuerdo con la forma
de pensar y proceder de los tales. Recordemos que nunca llueve a gusto de
todos. Vivimos en un tiempo en que los laicos desean tener un papel más activo
en la Iglesia. Muchos desean que el celibato no sea obligatorio para los
religiosos, y que las mujeres puedan acceder al sacerdocio. Un gran número de
laicos no están de acuerdo con la forma de actuar del clero. Los pecados de los
clérigos que no han actuado en conformidad con la voluntad de Dios en su
tiempo amenazan con obstaculizar la actividad de los religiosos honrados. En
estas circunstancias, nos conviene evitar el hecho de juzgar a personas y
situaciones sin un total conocimiento de las mismas, y orar mucho, para que
podamos permanecer unidos.
En tiempos de crisis religiosas como el actual, todos los cristianos, -religiosos
y laicos-, tenemos la oportunidad de examinar nuestra forma de proceder, pues,
si verdaderamente, la doctrina de nuestra fe es inalterable, sin modificar la
misma, tenemos el deber de intentar iluminar las circunstancias que vivimos,
con tal de que podamos aumentar el número de quienes anhelamos la Parusía o
segunda venida al mundo de nuestro Hermano y Señor Jesucristo.
"Que Dios, nuestro Padre, y Jesucristo, el Señor, os concedan gracia y paz" (1
COR. 1, 3).
Necesitamos la gracia de Dios para no perder la fe, ora cuando vivimos
dificultades difíciles de superar, ora cuando existe la posibilidad de que, más o
menos conscientemente, evitemos el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Evitemos que el excesivo apego a las riquezas y las diversiones contribuyan a
que se nos debilite dicha fe, para que nunca dejemos de creer en el autor de
nuestra salvación.
También necesitamos que la paz domine el mundo, pero, para poder ser
transmisores de dicha paz, necesitamos sentir el citado don divino en nuestro
interior.
"Doy gracias sin cesar a mi Dios por lo generoso que ha sido con vosotros,
porque mediante Jesucristo, os ha enriquecido sobremanera con toda clase de
dones, tanto en lo que se refiere al conocer como al hablar. Y de tal manera se
ha consolidado en vosotros el mensaje de Cristo, que de ningún don carecéis
mientras estáis a la espera de que nuestro Señor Jesucristo se manifieste. El
será quien os mantenga firmes hasta el fin, para que nadie pueda acusaros de
nada el día de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Dios, que os ha llamado a
compartir la vida de su Hijo Jesucristo, es un Dios que cumple su palabra" (1
COR. 1, 4-9).
¿Cómo podemos creer que Dios nos ha colmado de sus dones y virtudes para
que seamos buenos cristianos, si, cuando nos observamos, vemos que tenemos
multitud de defectos?
¿Cómo podemos creer que Dios nos ha concedido sus dones y virtudes, si
celebramos la Eucaristía por rutina, solo oramos cuando necesitamos que dios
nos favorezca, y no nos acordamos del día en que abrimos la Biblia por última
vez?
Aunque no hayamos conseguido en la vida todo aquello a lo que hayamos
podido aspirar, es bueno que le agradezcamos a nuestro Padre común su
generosidad para con nosotros. Pensemos en los enfermos que viven postrados
en sus camas. Pensemos en quienes de la noche a la mañana lo perdieron todo.
Pensemos en quienes viven solos. Pensemos que somos afortunados por el
hecho de tener una vivienda, una familia, y algunas posesiones. Pensemos
también que, si olvidáramos la costumbre de quejarnos hasta por cosas
insignificantes, seríamos más felices.
2. Permanezcamos unidos.
"Pero tengo algo que pediros, hermanos, y lo hago en nombre de nuestro
Señor Jesucristo: que haya concordia entre vosotros. Desterrad
cuanto signifique división y vivid en total armonía de pensamiento y de
sentimiento. Digo esto, hermanos míos, porque los de Cloe me han informado de
que hay discordia entre vosotros. Y, haciéndome eco de lo que anda diciendo
cada uno de vosotros, resulta que uno es partidario de Pablo; el otro, de Apolo;
éste, de Pedro, y aquél, de Cristo. Pero bueno, ¿es que Cristo se os ha repartido
en pedazos? ¿O acaso crucificaron a Pablo por vosotros? ¿O habéis sido
bautizados en el nombre de Pablo?" (1 COR. 1, 10-13).
Aunque unos seamos de izquierdas y otros de derechas, y aunque el
tradicionalismo y el progreso pugnen por obstaculizar nuestras relaciones,
hemos de evitar la tentación de separarnos, porque, Jesucristo, -el Pastor
Supremo de nuestra Santa Iglesia Católica-, quiere que permanezcamos unidos.
Juzguemos la Historia justamente para no dejarnos arrastrar por la debilidad de
quienes pecaron en su tiempo, para que, la santidad de quienes viven en la
presencia de Dios, nos ayude a seguir creciendo como buenos hijos de nuestro
Padre celestial.
3. El misterio de la cruz y la humildad de los hijos de Dios.
"¡Es como para dar gracias a Dios de no haber bautizado entre vosotros más
que a Crispo y a Gayo! Así nadie puede presumir de haber quedado vinculado a
mí por el bautismo. Ahora que me acuerdo, también bauticé a la familia de
Estéfanas; fuera de éstos, no creo haber bautizado a ningún otro. Y es que
Cristo no me envió a bautizar, sino a proclamar el mensaje de salvación. Y a
proclamarlo sin alardes de humana elocuencia, para que toda su eficacia radique
en la muerte de Cristo en la cruz. El mensaje de la muerte de Cristo en la cruz
es, ciertamente, un absurdo para los que van por sendas de perdición; más
para nosotros, los que estamos en camino de salvación, es poder de Dios. Lo
dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios y haré fracasar la
inteligencia de los inteligentes. ¿Quién se atreverá a presumir de sabio, de
maestro o de investigador de los secretos de este mundo? ¿No ha demostrado
Dios que la sabiduría de este mundo es pura necedad? En efecto, el mundo con
su sabiduría no ha llegado a conocer a Dios a través de la sabiduría desplegada
por Dios en sus obras. Por eso, Dios ha decidido salvar a los creyentes a través
de un mensaje que parece absurdo. Los judíos, sí, piden milagros y los griegos
buscan sabiduría; nosotros anunciamos a Cristo crucificado. Este Cristo es, para
los judíos, una piedra en que tropiezan; y para los griegos, cosa de locos; mas
para los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, es poder y sabiduría de
Dios. Que no en vano lo que en Dios parece absurdo, aventaja, con mucho, al
saber de los hombres, y lo que en Dios parece débil, es más fuerte que la fuerza
de los hombres. Basta con que os fijéis en cómo se ha realizado ahí el
llamamiento de Dios; cómo no abundan entre vosotros los considerados sabios
por el mundo, ni los poderosos, ni los aristócratas. Al contrario, Dios ha escogido
lo que el mundo tiene por necio, para poner en ridículo a los que se creen
sabios; ha escogido lo que el mundo tiene por débil, para poner en ridículo a los
que se creen fuertes; ha escogido lo humilde, lo despreciable, lo que no cuenta a
los ojos del mundo, para anular a quienes piensan que son algo. De este modo,
ningún mortal se atreverá a endiosarse. A vosotros Dios os ha injertado en
Cristo Jesús, que se ha convertido a su vez, para nosotros, en sabiduría, en
fuerza salvadora, santificadora y liberadora. Así que, como dice la Escritura, si
de algo hay que presumir, que sea de lo que ha hecho el Señor" (1 COR. 1, 14-
31).
Parece absurdo el hecho de creer que Jesús nos ha ganado la salvación con su
Pasión, muerte y Resurrección, porque no siempre es fácil encontrar gente
abnegada que se sacrifique por una causa justa sin obtener algún beneficio a
cambio de ello, y, sin embargo, nuestra salvación, no depende de que
cumplamos la Ley de Dios, sino de que creamos que Jesús es nuestro Redentor.
Mientras que los judíos les exigían a los cristianos milagros para poder creer
en Jesús, y los griegos buscaban su justificación a través de una doctrina más
políticamente correcta que el misterio de nuestra salvación, Dios nunca se cansó
de pedirles a sus creyentes que jamás dejaran de creer en la fuerza de su amor.
Por si no bastara con la dificultad de creer en el misterio de la cruz, la Iglesia
Primitiva, en sus comienzos, fue una asamblea de gente muy pobre, incapaz,
por sí misma, de sacar adelante la fundación de Cristo, sin la asistencia del
Espíritu Santo.
"Yo mismo, hermanos, cuando llegué a vuestra ciudad, no os anuncié la
verdad de Dios con alardes de sabiduría o elocuencia. Decidí que entre vosotros
debía ignorarlo todo, a excepción de Cristo crucificado. Me presenté, pues, a
vosotros sin recursos y temblando de miedo; mi predicación, mi mensaje, no se
apoyaban en una elocuencia inteligente y persuasiva; era el Espíritu con su
poder quien os convencía, de modo que vuestra fe no es fruto de la sabiduría
humana, sino del poder de Dios" (1 COR. 2, 1-5).
Dado que nuestra fe no se basa en conocimientos humanos, sino en los
misterios de Dios, es preciso que anunciemos el Evangelio, pero no con
presunción, sino con humildad, siendo conscientes de los problemas que ello
puede suponernos, y, al mismo tiempo, anhelando la salvación de nuestros
oyentes.