Domingo VI Ordinario del ciclo A.
¿Nos afectan a los cristianos los mandamientos de la antigua Ley de los
hebreos?
Estimados hermanos y amigos:
Existen confesiones cristianas cuyos adeptos no comprenden que vivimos en el
tiempo del Nuevo Testamento, para las cuales es de vital importancia el
cumplimiento de la antigua Ley de Moisés. A pesar de ello, los componentes de
otras confesiones, al entender que ha pasado el tiempo del Antiguo Pacto,
consideran que no deben acatar los preceptos de dicha Ley. Con tal de resolver
esta cuestión que divide a los cristianos, los católicos, con la Biblia en la mano,
haremos con respecto a la Ley de Moisés, aquello que Jesús nos dice referente a
la misma.
Nuestro Señor nos dice en el Evangelio de hoy:
"«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a
abolir, sino a dar cumplimiento" (MT. 5, 17).
¿Cuál era la misión de la Ley? San Pablo, nos dice:
"A nadie, en efecto, restablecerá Dios en su amistad a partir de las
disposiciones de la Ley. La misión de la Ley era hacernos conscientes del
pecado" (ROM. 3, 20).
En la Biblia se nos enseña que la obediencia a Dios nos ayuda a alcanzar la
plenitud de la felicidad, así pues, recordemos, -a modo de ejemplo-, el siguiente
texto del Génesis:
"Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín
puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque
el día que comieres de él, morirás sin remedio"" (GN. 2, 16-17).
Cuando Moisés hizo un balance de cómo Dios cuidó a los judíos durante los
cuarenta años que se prolongó su peregrinación a través del desierto, les dijo:
"Date cuenta, pues, de que Yahveh tu Dios te corregía como un hombre
corrige a su hijo, y guarda los mandamientos de Yahveh tu Dios siguiendo sus
caminos y temiéndole" (DT. 8, 5-6).
Cuando en la Biblia se nos habla del temor de Dios, no debemos entender que
nos es preciso sentir miedo a la hora de pensar en nuestro Padre celestial, pues
el citado temor es un don del Espíritu Santo, gracias al cual, aprendemos a
respetar al Dios Uno y Trino, quien cuida de nosotros porque es nuestro Padre,
y, a través de los preceptos de su Ley, nos enseña a evitar el pecado, y a vivir
en conformidad con el cumplimiento de su voluntad, que consiste en que todos
podamos alcanzar la plenitud de la felicidad en su Reino.
"Y ahora, Israel, ¿qué te pide tu Dios, sino que temas a Yahveh tu Dios, que
sigas todos sus caminos, que le ames, que sirvas a Yahveh tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos de Yahveh y sus
preceptos que yo te prescribo hoy para que seas feliz?" (DT. 10, 12-13).
Al recordar que gracias a los preceptos de la Ley divina podemos distinguir el
bien del mal, nos preguntamos: ¿Qué quiso decir Jesús en MT. 5, 17 (el primero
de los textos bíblicos de esta meditación), al afirmar que vino al mundo a darle a
dicha Ley su acabado cumplimiento? Dado que nuestro Salvador vivió como
cualquiera de sus hermanos de raza, Jesús se sometió al cumplimiento de la Ley
de Moisés. A pesar de este hecho, Jesús no hizo referencia en el versículo citado
a su ejemplaridad en el cumplimiento de los preceptos de dicha Ley, pues hizo
referencia a la reforma que hizo de la misma, no invalidándola, sino
perfeccionándola.
Veamos un ejemplo de la transformación que Jesús llevó a cabo en uno de los
preceptos de la Ley de Moisés.
Los judíos podían separarse de sus mujeres si lo deseaban, según la Ley de
Moisés, por cualquier causa.
"Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no
halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le
redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en su mano y la despedirá de su
casa" (DT. 24, 1).
Recordemos que Rabbi Aquiba, -que vivió el siglo II después de Cristo-,
defendía la creencia de que cualquier hombre podía separarse de su mujer por
cualquier cosa, incluso si la misma no era guapa, y, para defender su creencia,
recurría a las palabras "si no haya gracia a sus ojos", del versículo bíblico
anteriormente citado. Por su parte, el historiador Flavio Josepho, se gloriaba de
haberse separado de su mujer, la cual era madre de tres hijos, simplemente,
porque no le gustaban sus costumbres.
¿Qué pensaba Jesús del divorcio?
"Y se le acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, le dijeron:
«¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?» El respondió:
«¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y
que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino
una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre"" (MT. 19, 3-
6).
Si al principio de la Biblia Dios estableció que no existiera el divorcio, ¿por qué
Moisés autorizó a sus hermanos de raza a que se separaran de sus mujeres?
Jesús les dijo a sus oyentes:
""Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió
repudiar a vuestrass mujeres; pero al principio no fue así"" (CF. MT. 19, 8).
Si los hebreos podían separarse de sus mujeres por cualquier nimiedad, no ha
de extrañarnos las barbaridades que podían hacer con las mismas, si se
percataban de que les habían sido infieles.
"Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto
el adúltero como la adúltera" (LV. 20, 10).
¿Qué pensaba Jesús que había de hacerse con las mujeres infieles?
"Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de
fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete
adulterio" (MT. 5, 32).
En tiempos de Jesús, existían dos formas de pensamiento en Palestina, que
interpretaban de diferente manera DT. 24, 1. La tendencia de Sammai, solo les
permitía a los hombres que se separaran de sus mujeres, en el caso de que las
tales cometieran adulterio. En contraposición a dicha forma de pensamiento, la
tendencia de Hillel, era totalmente condescendiente con los hombres, pues les
permitía repudiar a sus cónyuges por motivos absurdos.
¿Cómo debemos interpretar las palabras "excepto el caso de fornicación" de
MT. 5, 32? San Agustín consideró en su tiempo que nuestro Señor quiso
abstenerse de dar su opinión con respecto al divorcio. Por su parte, San
Jerónimo, compartió la opinión de la mayoría de los Padres de la Iglesia,
referente a que el Señor creía que debía existir la separación "quoad torum", la
cual no significa que han de romperse los vínculos matrimoniales, sino que, en
caso de tener problemas, los cónyuges son autorizados a vivir separados, hasta
que solucionen sus diferencias.
Dado que el vocablo arameo "zakut" (fornicación) tenía en la literatura
rabínica el sentido de matrimonio ilegal o de concubinato, podemos entender
que Jesús no pensara que tales relacioness debían ser consideradas al nivel que
habían de respetarse los matrimonios contractuales.
A pesar de las interpretaciones que se pueden hacer de las citadas palabras de
MT. 5, 32, la más acertada de las mismas, es la siguiente: La preposición griega
(parektus) que comúnmente traducimos por "excepto", también podemos
traducirla como "además de". Teniendo en cuenta dicha traducción, no erramos
al considerar que Jesús no aprobaba la comisión de adulterio por parte de las
mujeres, de la misma forma que hacemos bien al considerar que nuestro Señor
instaba a los hombres a que perdonaran la infidelidad de sus mujeres,
haciéndoles pensar que, si las abandonaban, dado que las tales no tenían voz ni
voto en Palestina, las inducían a adulterar nuevamente contra ellos, así pues, el
Hijo de María se valía del amor propio de quienes no consideraban a sus mujeres
como personas con dignidad y derechos, para, al intentar los tales evitar que sus
cónyuges adulteraran nuevamente contra sus personas, no dejaran de brindarles
la protección que ellas necesitaban, en una sociedad en que eran vistas como
esclavas.
Se me puede objetar diciéndoseme que, si Dios es justo, Jesús no parecía ser
muy caritativo con las mujeres, pero, en una sociedad en que hasta los
intérpretes de la Ley se avergonzaban de hablar con sus mujeres en la calle, el
pensamiento del carpintero nazaretano podía ser visto incorrectamente, tal como
debió suceder con el autor de la Carta a los Efesios, cuando, en un tiempo en
que los padres consideraban a sus hijos como esclabos, escribió:
"Y vosotros, los padres, no hagáis de vuestros hijos unos resentidos, sino
educadlos, instruidlos y corregidlos como lo haría el Señor" (EF. 6, 4).
San Pedro, siendo consciente de que las mujeres no podían ni siquiera tomar
decisiones insignificantes, y que vivían sometidas tanto a sus maridos como a
sus hijos si los tales eran mayores de edad, les escribió a aquellos de sus
lectores que estaban casados:
"En cuanto a vosotros, maridos, llevad adelante vuestra convivencia
matrimonial en un clima de respeto y comprensión. Tened en cuenta que la
mujer es un ser más delicado y que habéis de heredar junto con ellas el don de
la vida. Tendréis así asegurado el éxito de vuestras oraciones" (1 PE. 3, 7).
Nuestro Señor, nos sigue diciendo, en el Evangelio de hoy:
"Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde
de la Ley sin que todo suceda" (MT. 5, 18).
Dado que Dios se sirvió de la Ley para que los creyentes aprendiéramos a
distinguir el bien del mal, es importante que cumplamos los preceptos de la
misma, -adaptándolos al punto de vista de Jesús-, para que no invalidemos la
misión que dicha Ley está destinada a desempeñar. A este respecto, se me
puede objetar diciéndoseme que la Ley de Moisés no era perfecta, dado que,
entre sus preceptos, existen injusticias, como el apoyo de la esclavitud, que,
gracias a Dios, ha sido avolida en muchos países. Nos es necesario recordar que
la Biblia fue escrita a lo largo de un periodo histórico que abarcaba muchos
siglos, en que las circunstancias que vivían tanto sus autores como el pueblo de
Yahveh eran totalmente diferentes unas de otras. Debemos considerar que tanto
las leyes del código de Hammurabi como la Ley de Moisés, en su tiempo, al ser
comparadas con otras leyes anteriores, debían ser consideradas como grandes
avances sociales.
¿Es válida la Ley de Moisés para nosotros? Quienes no tienen esclavos, pero
tienen trabajadores a su servicio, al aceptar la reforma de dicha Ley que llevó a
cabo nuestro Señor, -y teniendo en cuenta nuestras leyes cívicas-, saben que no
pueden golpear a sus trabajadores, al mismo tiempo que recuerdan que, si bien
han de exigirles a los tales que les sean rentables, tienen el deber de respetarlos
como personas con dignidad y derechos.
Jesús nos sigue diciendo en el Evangelio de hoy:
"Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo
enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en
cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los
Cielos" (MT. 5, 19).
Aunque muchos de nuestros hermanos cometen el error de pensar que Jesús
nos ha dispensado a sus creyentes de cumplir la Ley de Moisés, la verdad es que
el Mesías, además de exigirnos el cumplimiento cabal de los mandamientos de la
misma, ha hecho más difícil que podamos cumplir su voluntad, porque ha
endurecido los preceptos de la antigua Ley, porque se nos puede exigir que
seamos más bondadosos que los antiguos hebreos ya que nuestras sociedades
han evolucionado positivamente, y para que nos quede claro que nuestra
salvación no es consecuente del cumplimiento de dicha Ley, pues es la causa del
amor con que nos ama el Dios Uno y Trino.
Veamos un ejemplo de cómo Jesús ha endurecido los preceptos de la antigua
Ley.
"Si unos hombres, en el curso de una riña, dan un golpe a una mujer encinta,
y provocan el parto sin más daño, el culpable será multado conforme a lo que
imponga el marido de la mujer y mediante arbitrio. Pero si resultare daño, darás
vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie,
quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal" (EX. 21,
22-25).
Si podemos pensar que el sabor de la venganza puede ser muy dulce en
determinadas ocasiones, Jesús nos complica la vida, cuando nos dice:
"«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues
yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para
que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman,
¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y
si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No
hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre celestial" (MT. 5, 43-48).
Concluyamos esta meditación pidiéndole a nuestro Padre común que nos
inspire el deseo de vivir en su presencia, para que no nos sea gravoso el
cumplimiento de sus Mandamientos.
(José Portillo Pérez).