Características de un auténtico diálogo
P. Fernando Pascual
13-2-2011
Dialogar resulta difícil cuando estamos cerrados al otro, cuando tenemos prejuicios arraigados,
cuando nuestras ideas o las del interlocutor no son claras, cuando tenemos miedo a “perder”,
cuando falta tacto en el modo de exponer el propio punto de vista, cuando no entendemos la
situación de uno mismo o la del otro, o por otros motivos.
Por eso hay tantos diálogos que parecen simplemente monólogos paralelos, o que desembocan en
situaciones de tensión, de rabia, de ruptura.
Algunos obstáculos se pueden superar a base de un camino sereno, honesto, por aclarar las propias
ideas, por escuchar al otro, por vivir en actitudes de acogida y de respeto.
Entre las características del auténtico diálogo, encontramos cuatro que recogió el Papa Pablo VI en
el n. 31 de su primera encíclica, publicada en 1964 con el título Ecclesiam suam . Vamos a
transcribir aquí algunas de sus palabras.
La primera característica es la claridad: “el diálogo supone y exige la inteligibilidad: es un
intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre”.
Por eso, seguía el Papa, valdría la pena revisar las formas del propio lenguaje, “viendo si es
comprensible, si es popular, si es selecto”.
La segunda característica sería la afabilidad, “la que Cristo nos exhortó a aprender de Él mismo:
'Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón' ( Mt 11,29); el diálogo no es orgulloso, no es
hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que
difunde, por el ejemplo que propone; no es una mandato ni una imposición. Es pacífico, evita los
modos violentos, es paciente, es generoso”.
La tercera característica radica en la confianza, “tanto en el valor de la propia palabra como en la
disposición para acogerla por parte del interlocutor; promueve la familiaridad y la amistad;
entrelaza los espíritus por una mutua adhesión a un Bien, que excluye todo fin egoístico”. Un sinfín
de incomprensiones se superan cuando nos colocamos en esta dimensión de la confianza y acogida
mutua, cuando recordamos, como se subraya un poco más adelante en la misma Ecclesiam suam (n.
33) que “el clima del diálogo es la amistad”.
La cuarta y última característica mencionada por Pablo VI es “la prudencia pedagógica, que tiene
muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye: si es un niño, si es una persona
ruda, si no está preparada, si es desconfiada, hostil; y si se esfuerza por conocer su sensibilidad y
por adaptarse razonablemente y modificar las formas de la propia presentación para no serle
molesto e incomprensible”.
La experiencia de la vida y la complejidad de los corazones nos descubre que no siempre
“funcionan” estas características pues no son fórmulas mágicas que se aplican e inmediatamente
dan frutos. Existen, por desgracia, muchas situaciones en las que uno no está en condiciones de
dialogar o el otro no consigue abrirse a la escucha.
Pero más allá de las dificultades, si existe un amor profundo por el otro, un auténtico espíritu de
conversión y una apertura cordial a las luces del Espíritu Santo, será posible mejorar nuestros
diálogos. Entonces sabremos pedir perdón cuando hayamos faltado a la verdad y al respeto debido
al otro, y reemprenderemos una y otra vez el diálogo arduo pero bello que une a los hombres en el
camino que nos lleva, poco a poco, al encuentro con la Verdad completa.