SANTO ENTIERRO DE CRISTO
De la cruz desenclavado,
un cuerpo yace en el suelo,
antes fue crucificado,
y ahora espera su entierro.
Sangre le han quitado,
y unos clavos de hierro,
que sus carnes han sajado
y las venas le han abierto.
Ya amasan cristales,
en un crisol añejo,
que rompa opacidades,
e iluminen los senderos;
desmoronen umbrales,
y descubran señuelos,
que ha muerto el Cofrade,
que nos vino del Cielo.
Hoy se hace presente,
en urna acristalada,
cerúleo y yacente,
y con adormecida alma.
De modo irreverente,
fariseos exclaman:
engañaba a la gente,
que nada le importaban.
Sigue su recorrido,
en busca de la sepultura,
en piedra la han construido,
y nueva es su estructura.
A nadie ha acogido,
conservándose pura,
para que el Mesías prometido,
culminara su encarnadura.
A las afueras de Jerusalén
y dentro de un huerto,
con la luz del anochecer,
enterraron al Maestro,
cerrando tras de Él,
la puerta del templo,
una Ermita que lo es,
de la iglesia de San Pedro.
Su nombre Soledad,
pequeña y hermosa,
de blancura sin igual,
simétrica y luminosa.
Cobijo de una Hermandad,
emblemática y añosa,
y Huelva es la ciudad,
que la tiene orgullosa.
Antonio Rodríguez Mateo