LANZADA DE CRISTO
Lloran los silencios
entre gotas de lluvia,
al rasgarse los templos
en medio de sus angustias.
Consumado el hecho,
los cielos se mustian
con temblores del suelo,
que su muerte anuncian.
Sobre una roca pelada
donde aposentaron la cruz,
ya no ruge la marejada,
al dispersarse la multitud.
¡Ha muerto la esperanza!;
¿dónde está la infinitud?.
Exclaman sin tardanza,
discípulos en acritud.
Si, sus venas desangradas,
entregan la salvación,
el costado sangre y agua
manantial de puro amor.
Tras recibir la lanzada,
que el romano propinó,
al que vivo esperaba
y muerto le encontró.
Muerto Jesús ya estaba
cuando apareció Longino,
para clavarle su lanza
al Mesías prometido.
De piernas no quebradas,
por ser Cordero Divino
y precursor de almas,
que vagan por el olvido.
Sus últimos estertores
la Madre los recibió
y siete rojas flores,
siete espadas de dolor.
Señora de los Dolores,
Patrocinio del fervor,
el Hijo de tus amores,
sale muerto en procesión.
La tarde del Martes Santo,
en memoria del suceso,
para sufrir los quebrantos,
por crucificar al Maestro.
Y las Colonias, su barrio,
al verlo llora en silencio,
comprobando que el costado,
herido lo lleva abierto.
Antonio Rodríguez Masteo