MI CRISTO DE LA LANZADA
Cuando contemplo la ría
al fundirse la alborada,
oigo tu voz que decía:
a vino tórnese el agua.
Y en la misma te veía
navegando aquella barca,
que mar adentro se perdía
dejando estela muy blanca.
De hombres eras pescador
y las pruebas son muy claras,
repásese el gran Sermón
llamado de la Montaña.
Pero la envidia te rodeó
como al trigo la cizaña,
que el Maligno le sembró,
al que oía tu Palabra.
Luego el pueblo pedía
crucificaran tu alma,
por decir que eras Mesías,
que al mundo te abajabas.
Te azotaba y encarnecía
pecho, brazos y espalda,
provocándote la agonía,
con inmisericorde saña.
Y a la muerte condenó,
al que Maestro llamaban,
siendo el Cordero de Dios
mas de María sus entrañas.
Y a una cruz te subió,
festejando su venganza,,
chusma sin conmiseración,
que lo divino te negaba.
Las piernas no te rompía,
aquel que portaba su lanza,
aunque tuvo la osadía,
de rasgar tu carne santa.
Mientras tu costado vertía
sangre mezclada con agua,
así hasta nuestros días,
mi Cristo de la Lanzada.
Antonio Rodríguez Mateo