Domingo VII del tiempo Ordinario.
¿Cuál es la religiosidad que Dios desea que observemos?
Estimados hermanos y amigos:
Desde que empecé a valerme de Internet para predicar el Evangelio, no he
dejado de recordarles a mis lectores que la vida cristiana se alimenta con una
buena formación, se verifica por la acción que nos permite poner en práctica lo
aprendido durante los años de estudio, y se acrecienta por medio de la oración.
Dado que el Evangelio de hoy (MT. 5, 38-48) nos invita a ser caritativos e
incluso a amar a nuestros posibles enemigos, he creído conveniente desarrollar
esta meditación en torno al modo de obrar característico de los cristianos.
El Hagiógrafo Santiago, responde la pregunta que nos sirve como título de
esta meditación, en los siguientes términos:
"He aquí la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre: asistir
a los débiles y desvalidos en sus dificultades y mantenerse incontamido del
mundo" (ST. 1, 27).
Cuando Dios creó el mundo, no contempló la posibilidad de que existiera
ningún tipo de discriminación, así pues, de la misma manera que nuestro Padre
común no estableció diferencias entre el hombre y la mujer, quiso que la
humanidad no tuviera carencias. Veamos estas dos realidades en la Biblia.
"Esta es la lista de los descendientes de Adán: El día en que Dios creó a Adán,
le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó
«Hombre» en el día de su creación" (GN. 5, 1-2).
"Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó,
macho y hembra los creó" (GN. 1, 27).
Si Dios creó el mundo con tal de que el hombre alcanzara la plenitud de la
felicidad, ¿por qué existen los casos de marginación? Sabemos que los textos
bíblicos fueron escritos a lo largo de muchos siglos, lo cuál causó el hecho de
que entre sus autores existieran diversidad de opiniones con respecto a algunos
de los temas tratados por los tales. Un ejemplo de ello lo constituye el trato que
Dios quiso que el hombre le dispensara a la mujer al principio de la creación, y el
trato que se les dispensaba a las cristianas del siglo I, con respecto a quienes
escribió San Pablo, en su primera Carta a los cristianos de Corinto:
"Las mujeres deben guardar silencio en la asamblea; no les está, pues,
permitido tomar la palabra, sino que deben mostrar el mayor acatamiento. Así
lo manda la misma Ley. Si desean saber algo, que se lo pregunten en casa a sus
maridos, porque no está bien que la mujer hable en la asamblea" (1 COR. 14,
34-35).
Si las cristianas del siglo I no podían hablar en sus reuniones, ¿Por qué
actualmente las mujeres pueden ser catequistas, proclamar lecturas bíblicas en
las celebraciones y distribuir la Sagrada Comunión? Ello sucede porque la Iglesia
ha comprendido que este hecho, no solo no perjudica su obra evangelizadora y
favorece la participación de las tales en dicha obra, sino que también hace
posible que las mujeres se sientan más integradas en la fundación de Cristo.
Existen creencias que cambian con el paso del tiempo porque ello es positivo,
pero, nuestras creencias dogmáticas, no pueden ser sustituidas por otras, de
hecho, es esta la razón por la que la Iglesia tarda muchos siglos en definir sus
dogmas.
Muchos de nuestros hermanos, cuando son víctimas del sufrimiento, no cesan de
interrogarse sobre por qué tienen que sucumbir bajo los efectos del dolor. El
Hagiógrafo Santiago, escribió con respecto a esta cuestión:
"Alegraos profundamente, hermanos, cuando os sintáis cercados por toda
clase de dificultades. Es señal de que vuestra fe, al pasar por el crisol de la
prueba, está dando frutos de perseverancia" (ST. 1, 2-3).
¿Por qué es necesario que suframos? Respondamos esta pregunta con un
símil. ¿Cómo pueden saber quienes están casados si sus cónyuges les aman
profundamente? Ello es posible que suceda, si los tales son capaces de resistir
incertidumbres, dolor y contrariedades. Es esta la causa por la que el citado
autor bíblico afirma en su Carta Universal:
"Pero es preciso que la perseverancia lleve a feliz término su empeño, para
que seáis perfectos, cabales e intachables" (ST. 1, 4).
Si quienes están casados se separan de sus cónyuges apenas les acaece una
simple dificultad, o si padres e hijos se separan por causa de sus desavenencias,
ello sucede porque una de las partes conflictivas no desea esforzarse con tal de
mejorar la calidad de sus relaciones.
¿Cómo podemos superar nuestras dificultades de cualquier índole? Cuando
seamos nosotros mismos quienes no cesemos de crearnos todo tipo de
problemas, apliquémonos las siguientes palabras del primo de nuestro Salvador:
"Si alguno de vosotros anda escaso de sabiduría, pídasela a Dios, que reparte
a todos con largueza y sin echarlo en cara, y él se la dará. Pero debe pedirla
confiadamente, sin dudar, pues quien duda se parece a las olas del mar, que van
y vienen movidas por el viento. Nada puede esperar de Dios un hombre así,
indeciso e inconstante en todo cuanto emprende" (ST. 1, 5-8).
ES preciso que cuando tengamos problemas, independientemente de que
tomemos decisiones acertadas o erróneas, no nos pasemos la vida dudando
sobre lo que debemos hacer. En esas situaciones, debemos pedirle a Dios que
nos conduzca por el camino correcto, y arriesgarnos, ora a alcanzar el estado
que deseamos, ora a vivir un estrepitoso fracaso, con tal de que, aunque suceda
esto último, aprendamos algo útil. En este sentido, los pobres pueden aplicarse
las siguientes palabras de Santiago:
"El hermano de humilde condición debe sentirse orgulloso de la alta dignidad
que Dios le concede" (ST. 1, 9).
¿En qué consiste tal dignidad? Dios no actúa de la misma forma con los
creyentes y con quienes carecen de fe. Si los cristianos, por medio de la Biblia y
los predicadores, podemos ser advertidos de los errores que podemos cometer,
o de las situaciones que podemos vivir, quienes carecen de nuestra fe, hasta que
no viven dichas circunstancias, no pueden percatarse de que nuestro Creador
también los llama a ellos a su presencia.
"Ruego a los lectores de este libro que no se desconcierten por estas
desgracias; piensen antes bien que estos castigos buscan no la destrucción, sino
la educación de nuestra raza; pues el no tolerar por mucho tiempo a los impíos,
de modo que pronto caigan en castigos, es señal de gran benevolencia. Pues con
las demás naciones el Soberano, para castigarlas, aguarda pacientemente a que
lleguen a colmar la medida de sus pecados; pero con nosotros ha decidido no
proceder así, para que no tenga luego que castigarnos, al llegar nuestros
pecados a la medida colmada. Por eso mismo nunca retira de nosotros su
misericordia: cuando corrige con la desgracia, no está abandonando a su propio
pueblo" (2 MAC. 6, 12-16).
En la Biblia se intenta, tanto con promesas referentes a la recepción de
dádivas espirituales, como con amenazas, que los creyentes se compadezcan de
los pobres, aquellos con quienes muchos se niegan a ser misericordiosos,
acusándoles de ser viciosos. Es cierto que muchos pobres se han hecho a sí
mismos y desaprovechan las oportunidades que se les presentan de mejorar su
vida, pero otros tantos no tienen posibilidades de mejorar su situación. En la
Biblia se nos dice que, frente a un mundo en que todos valemos el precio de
nuestras riquezas, que seamos caritativos con los pobres, por consiguiente, en el
tiempo de Cuaresma, recordaremos el siguiente texto de Isaías:
"Clama a voz en grito, no te moderes;
levanta tu voz como cuerno
y denuncia a mi pueblo su rebeldía
y a la casa de Jacob sus pecados.
A mí me buscan día a día
y les agrada conocer mis caminos,
como si fueran gente que la virtud practica
y el rito de su Dios no hubiesen abandonado.
Me preguntan por las leyes justas,
la vecindad de su Dios les agrada.
-¿Por qué ayunamos, si tú no lo ves?
¿Para qué nos humillamos, si tú no lo sabes?
-Es que el día en que ayunabais, buscabais vuestro
negocio
y explotabais a todos vuestros trabajadores.
Es que ayunáis para litigio y pleito
y para dar de puñetazos a malvados.
No ayunéis como hoy,
para hacer oír en las alturas vuestra voz.
¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero
el día en que se humilla el hombre?
¿Había que doblegar como junco la cabeza,
en sayal y ceniza estarse echado?
¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahveh?
¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero:
desatar los lazos de maldad,
deshacer las coyundas del yugo,
dar la libertad a los quebrantados,
y arrancar todo yugo?
¿No será partir al hambriento tu pan,
y a los pobres sin hogar recibir en casa?
¿Que cuando veas a un desnudo le cubras,
y de tu semejante no te apartes?
Entonces brotará tu luz como la aurora,
y tu herida se curará rápidamente.
Te precederá tu justicia,
la gloria de Yahveh te seguirá.
Entonces clamarás, y Yahveh te responderá,
pedirás socorro, y dirá: «Aquí estoy.»
Si apartas de ti todo yugo,
no apuntas con el dedo y no hablas maldad,
repartes al hambriento tu pan,
y al alma afligida dejas saciada,
resplandecerá en las tinieblas tu luz,
y lo oscuro de ti será como mediodía.
Te guiará Yahveh de continuo,
hartará en los sequedales tu alma,
dará vigor a tus huesos,
y serás como huerto regado,
o como manantial
cuyas aguas nunca faltan" (IS. 58, 1-11).
¿Hasta qué punto debemos ayudar a los pobres? ¿Es ello obligatorio? San
Pablo les escribió a los cristianos de Corinto:
"Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado,
pues: Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmaros de toda
gracia a fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún
sobrante para toda obra buena" (2 COR. 9, 7-8).
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a nuestro Padre común, que, por
medio de las dificultades que tengamos que vivir, aprendamos a ser caritativos,
para que así anhelemos que en nuestro mundo no haya nadie con carencias, que
no sea atendido.
(José Portillo Pérez).