ENCUENTRO DOMINICAL
Padre Pedrojosé Ynaraja
Pese a carecer de categoría académica para ejercer de tutor, dadas mis
múltiples aficiones, he colaborado con personas amigas que, en diversos
campos del saber, han querido finalizar alguno de los caminos de su vida,
presentando, leyendo o defendiendo una tesina, un trabajo, un proyecto o
una tesis. Soy por ello muy consciente del atractivo que tiene una tal tarea
para el que la elabora y la satisfacción con que la culmina, pero también de
lo arduo que resulta su lectura a causa de la densidad y precisión que la
caracterizan. Voy a huir, pues, durante unas cuantas semanas, de este
género, pero tratando de que la amenidad no lesione o ignore ricos
contenidos.
Me propongo escribir sobre la misa. Pretendo únicamente iluminar la mente
del buen cristiano, tan abundante hoy en día, que pretende vivir lo que se
ha venido a llamar una vida sacramental “a la carta”, sin lograr plena
satisfacción con ello, o que no tiene claro el porqué de ciertas normas.
Nadie, pues, crea que va a aprender liturgia, que sobre esta materia hay
suficientes y excelentes manuales.
De lo que cuento hará casi 40 años. Se presentó la jovencita en mi casa un
28 de diciembre, con su criatura en brazos. Había nacido pocos días antes,
mi casa era una nevera, pero se encontraba muy sola, en la población
donde dio a luz. Por supuesto era soltera, necesitaba estar junto a un
amigo, de aquí que acudiera a mi casa. Al cabo de un tiempo quiso bautizar
al chiquillo. Conocía a la madre suficientemente bien, como para saber que
sus intenciones respondían a su Fe cristiana. No tuve, pues, ningún
inconveniente en administrar el sacramento. Muy al contrario, bautizar es
uno de los últimos deseos del Señor, manifestado poco antes de abandonar
su presencia física entre nosotros. Acudió el padre. ´Su estado civil era
casado. También venía de muy lejos. Poco después de la ceremonia, me
decía con sinceridad y pena: ¿por qué no puedo yo, comulgar?. Le recordé
que su situación y proceder eran irregulares, pero que no sobraba en la
Iglesia. Escuchar las lecturas y rezar, tenía mucho valor… Lo sé, lo sé, me
decía, pero me gustaría comulgar.
Charles Peguy, apasionado socialista de aquellos tiempos (siglo XIX) se casó
civilmente como correspondía a sus convicciones, con una mujer de
semejantes ideas. Sus reflexiones personales, le condujeron a la Fe
cristiana, que había recibido en el bautismo, pero abandonada desde
antiguo. Creo que por entonces tenía ya cuatro hijos. Se planteó si debía
formalizar su situación, recibiendo el sacramento del matrimonio. No creyó
que debiera exigírselo a su fiel compañera. Empezó a asistir fervorosamente
a misa, pero al llegar al momento de la comunión y no poder hacerlo, se
echaba a llorar. Como le daba vergüenza que le vieran, se iba a ermitas
donde nadie le pudiera observar y allí se entregaba a la meditación. Un día
se confesó y marcho al frente de la Gran Guerra, murió enseguida. Hoy es
el gran autor místico de la Esperanza.
Preguntaba no hace mucho, porqué un matrimonio no venía a misa, dadas
sus buenas costumbres y sus convicciones cristianas. Se me dijo: fue en
aquellos tiempos de las manifestaciones, se encontraron en un portal
ocultándose dela policía. Surgió el flechazo y se apresuraron a casarse. Si
imprudente fue el gesto, más irresponsable quien celebró el aparente
sacramento. Se separaron pronto. Al cabo de un tiempo él se caso
civilmente. Le han dicho que no puede comulgar, siendo así, no va a misa.
Pese a que me he referido a unos casos concretos, vividos junto a mí, estoy
convencido de que el lector conocerá otros semejantes y tal vez no sabe
que respuesta dar o el porqué de la disciplina vigente. Para situaciones
semejantes y para tantos otros caídos en la rutina de asistir a misa porque
así está mandado, sin pretender sacarle el rico jugo espiritual contenido en
la misa, iré ofreciendo mis reflexiones.