¿Culpable o inocente? Seguirá siendo amigo
P. Fernando Pascual
20-2-2011
Érase una vez... En una ciudad había un juez famoso por su bondad, por su integridad, por su
energía para perseguir a los culpables y para defender a los inocentes.
Casi todos le apreciaban. Muchos acudían a él para resolver problemas, para pedir consejos. Entre
sus colegas tenía fama de insobornable.
Un día la ciudad quedó consternada. La policía arrestó al juez. Había sido acusado de encubrir
varios crímenes y de colaborar con grupos delincuentes. Empezó el proceso en medio de un clima
de fuerte rabia: la gente se sentía engañada.
El padre abad había sido amigo del juez durante años. Una mañana le dijo a un sacerdote de su
convento: “Voy a la cárcel a hablar con el juez”.
El otro sacerdote le preguntó: “¿Para qué va usted a encontrarse con un miserable que nos engañó a
todos? Es mejor no mancharse el nombre y mantenerse lejos de quien ha sido un hombre
despreciable”.
El padre abad le miró con el rostro sereno, quizá con un deje de tristeza. Luego, pausadamente, le
contestó:
“Q uizá usted tiene razón. Hay quienes consideran que los malhechores no merecen ninguna ayuda.
Pero hay varios puntos que no están del todo claros en esta historia.
Además, ¿deja de ser amigo el que comete errores graves? ¿Somos sacerdotes sólo para cuidar a los
buenos? Si este juez ha sido tan miserable como ahora muchos dicen, merece una mano amiga para
que sienta algo de la misericordia divina, para que pida perdón sinceramente, para que repare el
daño que haya hecho a las víctimas, para que rompa con su pasado y empiece una vida de
penitencia y de justicia.
Si ha sido acusado falsamente, si es un inocente víctima de traiciones canallescas, ¿podemos dejarlo
solo? Todavía está en proceso. Hay que ver las pruebas. Quizá algún día salga adelante la verdad y
se descubra que las acusaciones eran falsas. Si eso ocurriera, ¿no sentiríamos una pena intensa al
reconocer que no habíamos ayudado a un inocente mientras sufría de modo infinito por culpa de
acusaciones sin fundamento?
Por eso, aunque pueda perder algo de mi fama, pienso ir para estar un rato a su lado y para hablarle
como amigo, como hermano, como sacerdote. La misericordia es para los pecadores, no para los
justos. La bondad se ofrece a quienes se abren al arrepentimiento desde la acción de Dios en las
almas.
No tengo ahora certeza sobre este caso. Culpable o inocente, sigue siendo un amigo. En los dos
casos, necesita ayuda. Si es culpable, para recapacitar y pedir perdón. Si es inocente, para que el
desprecio de casi todos pueda ser compensado por el cariño de un amigo fiel.
Sea cual sea la conclusión de las investigaciones, no dejaré de ayudar a este hombre. No sólo
porque le conozco desde hace años, sino, sobre todo, porque Cristo vino para perdonar a los
pecadores y para consolar a los que sufren persecuciones injustas.
Voy en nombre de Cristo, y espero ofrecerle lo más grande que tenemos los seres humanos: la
certeza de que existe en los cielos un Padre que conoce los corazones, que consuela a los tristes, que
levanta a los abatidos, que perdona a los culpables, que está al lado de las víctimas inocentes...”