La búsqueda del bien
P. Fernando Pascual
27-2-2011
Todos los hombres buscan ser felices. Así, al menos, se puede interpretar la enseñanza de
Aristóteles en su famosa Ética nicomáquea . Pero si vamos más a fondo, los hombres desean no un
genérico ser felices, sino alcanzar aquello que desean, que aman, en lo más profundo de su corazón.
Sólo entonces, como consecuencia de haber conquistado un sueño muy querido, serían felices, lo
cual también había sido señalado por el mismo Aristóteles.
Los problemas que surgen en la práctica son múltiples. Unos nacen por el hecho de que no tenemos
clara la meta por la que trabajamos y sufrimos, por la que descansamos y soñamos, por la que
invertimos el dinero de los propios ahorros y las fuerzas comple tas de la propia vida. No hay viajero
más confundido que aquel que no sabe si quiere llegar a Madrid, a Amsterdam o a Buenos Aires.
Otros problemas aparecen cuando la meta escogida es clara pero dañina. El joven (o el adulto) que
opta por la droga, por el dinero convertido en fin absoluto, por los continuos ascensos profesionales,
por el placer a cualquier precio, por el triunfo en las apuestas, por la ambición del poder, por el
fanatismo ideológico, ¿no ha equivocado el centro de su corazón? ¿No persigue fantasmas vacíos o
modos de vivir que le perjudican a él mismo o a quienes están a su lado?
Más problemas surgen cuando no identificamos con claridad cuáles son los medios eficaces y
buenos para alcanzar las propias metas. Si uno quiere apagar un incendio (una meta urgente,
inmediata, inaplazable) hará una opción totalmente equivocada si arroja sobre las llamas cubetas de
gasolina, o si toma una manguera y la conecta al único grifo que no funciona.
El panorama de los problemas es muy amplio, y aquí ha quedado reducido casi a fórmulas
insuficientes. La realidad es que cada ser humano, rico o pobre, sano o enfermo, libre o
encarcelado, alberga en lo más íntimo de su alma un deseo irrenunciable por llegar a conquistar un
objetivo bueno y asequible. No estará jamás contento si persigue una sombra, o un engaño, o un
sucedáneo. Quien desea una felicidad auténtica necesita alcanzar un bien verdadero.
Por eso, la pregunta por el bien supone orientarnos hacia la verdad desde las dimensiones íntimas
del alma, desde las facultades que nos llevan a pensar y nos permiten amar.
Sólo cuando las respuestas sean acertadas, cuando individuemos el bien de la propia vida, cuando
encontremos los medios justos para alcanzarlo, habremos empezado a recorrer el camino que lleva a
la felicidad plena.