“El que quiera ser grande, sea vuestro
servidor” (Mc 10,43)
Felipe Santos, SDB
Jesús va a Jerusalén a dar la vida. Los discípulos
van a Jerusalén con pretensiones de acumular poder
y dominio. El contraste es evidente. Recorre este
día el sendero del servicio. No es muy transitado,
pero conduce a un bellísimo paisaje.
Cada noche me preguntas:¿Serviste hoy?
Y yo, sin decir nada, te muestro el delantal,
abro mis manos ante Ti.
Desde el comienzo del evangelio de Marcos Jesús aparece
invitando a hombres y mujeres a seguirle. Y es justamente
en ese camino de Galilea a Jerusalén donde Jesús va
explicando claramente cuáles son las principales actitudes
del discípulo. Es en ese camino, que le conduce a él al
supremo servicio de entregar su vida, donde debe corregir
en su comunidad la herejía del poder. Esta herejía no
consiste en cometer un error teórico, sino en desfigurar el
rostro y la misión de Jesús. Cada cristiano debe mostrar el
verdadero rostro de Jesús y su misión. La forma de
organizar nuestra comunidad, nuestra iglesia, puede o
mostrar o desfigurar el rostro de Jesús.
Jesús entendía el ejercicio del poder como servicio, y
además como servicio compartido entre servidores, con
orden y con diferentes roles, pero sin jerarquías ni
centralización del poder. Pero entre Jesús y nosotros hubo
un acontecimiento que marcó a la Iglesia para siempre: la
alianza con el emperador Constantino. Y desde entonces
fuimos volviéndonos, como Juan y Santiago, buscadores
del poder y no del servicio.