Domingo I de Cuaresma, ciclo A.
Estudio bíblico sobre las tentaciones de Jesús y los cristianos.
Introducción.
Dado que durante el tiempo de Cuaresma estudiamos concienzudamente el
pecado, sus efectos y consecuencias, al iniciar este tiempo de oración, ayuno y
penitencia, la Iglesia nos invita a estudiar profundamente las tentaciones que vivió
Jesús, por cuanto las mismas son un bosquejo de las tentaciones que tenemos que
vencer a lo largo de nuestra vida en el mundo anticristiano en que vivimos, en que
necesitamos poder, riquezas y prestigio para triunfar, en conformidad con nuestros
criterios humanos.
¿Qué son las tentaciones? Según el Diccionario de la R. A. E., éstos son los
significados del término tentación:
""Instigación o estímulo que induce el deseo de algo.
Solicitación al pecado inducida por el demonio".
Veamos unos ejemplos del primer significado de la palabra tentación.
Después de percatarse de las dificultades existentes para encontrar trabajo en
este tiempo de crisis, un adolescente toma la decisión de dejar sus estudios,
pensando que los tales nunca le servirán para nada.
Jorge y Ana se conocieron hace tres meses y han decidido convivir como pareja,
para averiguar si pueden encontrar la felicidad juntos. Dado que han iniciado su
relación sin conocerse, y no saben que es normal el hecho de que no tengan la
misma forma de pensar y actuar, cuando les surgen oportunidades de discutir, en
vez de solventar sus problemas, toman la decisión de separarse, perdiendo, tal vez,
una gran oportunidad de ser muy dichosos, después de formarse convenientemente
para amarse y servirse, y casarse.
¿Es pecaminoso el hecho de tener tentaciones? Las tentaciones por sí mismas no
son malas, aunque sí puede serlo el hecho de no rechazar enérgicamente muchas
de ellas. No debemos olvidar que todas las tentaciones que nos inducen a hacer lo
que no debemos no deben ser consideradas como pecaminosas, dado que no
concebimos las tales con el pensamiento de hacer el mal. Un ejemplo de ello es el
deseo que muchos enfermos de depresión sienten de aislarse del mundo e incluso
de ni siquiera levantarse de la cama, porque no le encuentran un motivo a sus
vidas que les fortalezca para vencer sus dificultades.
Independientemente de que surjan en nuestra mente pensamientos que nos
induzcan a pecar o que, aunque no sean concebidos con el propósito de contradecir
la voluntad de nuestro Padre común, nos hieran de alguna manera, debemos
encontrar la forma de vencer dichas tentaciones. Recordemos que tenemos
tentaciones porque carecemos de la perfección de Dios. Vistas de un modo positivo,
las tentaciones pueden ser concebidas como las oportunidades que necesitamos
para superarnos, aunque fallemos muchas veces en nuestro empeño de superar a
nuestros más brutales adversarios, es decir, a nosotros mismos, cuando perdemos
el tiempo pensando que no podemos vencer dichas tentaciones, que no sabemos
cómo hacerlo adecuadamente, cuando nos encasillamos mentalmente pensando
que es mejor sucumbir ante las mismas aunque estamos totalmente seguros de
que no sabemos hacerlo, porque estamos seguros de que no las vamos a vencer,
aunque no nos esforzamos en poner a prueba nuestra resistencia a dichos
pensamientos, etcétera.
Cuando San Pablo reprendió a los cristianos de Corinto, porque celebraban la
Eucaristía en las casas de los creyentes ricos, los cuales participaban en los
banquetes en que concluían dichas celebraciones en aquel tiempo, de los que
apenas podían participar sus hermanos pobres, los cuales permanecían en los
patios de dichas casas avergonzados, esperando tener la dicha de ser alimentados
con las sobras de los adinerados, les dijo a sus lectores de dicha ciudad:
"Para empezar, ha llegado a mis oídos que, cuando os reunís en asamblea, los
bandos están a la orden del día. Cosa, por cierto, nada increíble, si se piensa que
hasta es conveniente que existan divisiones entre vosotros, para que quede claro
quiénes son los que salen airosos de la prueba" (1 COR. 11, 18-19).
De la misma manera que los estudiantes ponen a prueba los conocimientos de
las materias que estudian cuando son examinados por sus profesores, nosotros, por
medio de las tentaciones características de nuestra vida, tenemos la oportunidad de
demostrarnos tanto a quienes nos rodean como a nosotros mismos, quiénes somos
realmente. Sé que no siempre es fácil vencer las tentaciones que tenemos, pero,
cuanto mayores son las dificultades que las mismas nos presentan y las superamos,
más grande es el mérito que tenemos al lograr nuestro objetivo de mejorar como
personas cristianas.
San Pablo, durante el tiempo de su primer encarcelamiento, les escribió a los
cristianos de Filipo:
"De toda suerte de pruebas puedo salir airoso, porque Cristo me da las fuerzas"
(FLP. 4, 13).
¿De qué manera fortaleció Nuestro Señor Jesucristo a San Pablo, para que el
citado Apóstol pudiera soportar sus largos años de encarcelamiento? Cuando el
citado siervo de Cristo llegó a Roma, alquiló una casa en que les predicaba a
quienes le visitaban. Nuestro admirable Santo, vivía encadenado a soldados, los
cuales eran reemplazados cada dos horas, que tenían la misión de responder del
preso a quien vigilaban estrechamente con su vida. San Pablo soportó esa situación
heroicamente, recordando las promesas divinas, predicando la Palabra de Dios, y
dedicándole tiempo a la oración.
Nuestro Señor le hizo soportable el tiempo de su prisión a San Pablo
haciéndosele presente espiritualmente, por consiguiente, en el libro de los Salmos,
leemos:
"De mi vida errante llevas tú la cuenta,
¡recoge mis lágrimas en tu odre!
Entonces retrocederán mis enemigos,
el día en que yo clame.
Yo sé que Dios está por mí.
En Dios, cuya palabra alabo,
en Yahveh, cuya palabra alabo,
en Dios confío y ya no temo,
¿qué puede hacerme un hombre?" (SAL. 56, 9-12).
San Pablo fue librado de la condena que por causa de la acusación que cayó
sobre él podría haber sufrido, la cual provocó su primer encarcelamiento, porque el
pretor Afranio Burro, -amigo de Séneca, y maestro de Nerón-, falló en favor de su
causa.
¿Cómo nos ayuda Dios cuando sufrimos por cualquier causa? Cuando somos
atribulados, puede sucedernos que Dios nos ayude a solventar las dificultades que
causan nuestro padecimiento, de la misma forma que también puede suceder que,
aunque tengamos que vivir ciertas dificultades durante muchos años, podemos ver
en las mismas la mano de Dios, haciéndonoslas soportables, tal como le sucedió a
San Pablo, tanto durante los años que se prolongó su ministerio, como en las dos
ocasiones en que fue encarcelado.
1. Las tentaciones de Jesús.
En la Carta bíblica a los Hebreos, leemos:
"Y ya que contamos con un sumo sacerdote excepcional, Jesús, el Hijo de Dios,
encumbrado hasta el trono mismo de Dios, mantengámonos firmes en la fe que
profesamos. Pues no es él un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras
debilidades; todo lo contrario, ya que, excepto el pecado, ha pasado por las mismas
pruebas que nosotros" (HEB. 4, 14-15).
Analicemos las palabras con que finaliza el texto de la Epístola a los Hebreos que
acabamos de recordar, dado que las mismas son muy importantes para que las
tengan muy presentes aquellos de nuestros hermanos que se amparan en la falsa
creencia de que son inútiles. Nuestro Señor no pecó jamás, pero pasó por las
mismas pruebas que pasamos nosotros durante los años que se prolonga nuestra
vida, es decir, nuestro Salvador fue tentado, así pues, dado que Jesús pasó por
circunstancias idénticas a nuestras vivencias y por ello comprende la debilidad que
nos caracteriza, es un Sumo Sacerdote capacitado para amarnos, comprendernos y
perdonarnos.
¿Cómo pudo Jesús evitar el hecho de ceder ante las tentaciones del demonio?
¿Sucedió ello porque el Mesías se valió del poder de su Divinidad para superar las
mismas, o logró nuestro Señor su propósito por causa de su amor a Dios y de su
perfección?
Para hallar una respuesta a la pregunta que nos hemos planteado, nos es
necesario recordar el pecado de nuestros ancestros. Dado que, al comer del fruto
prohibido, nuestros padres renunciaron a una vida semiperfecta, era necesario que
esa desobediencia fuese corregida, no por medio de un sacrificio cualquiera, sino
por la ofrenda de una víctima sumamente perfecta, porque, aunque nuestro Santo
Padre nos ama muy a pesar de nuestra imperfección, El no está relacionado con el
pecado de los hombres. Si los hebreos, durante los cuarenta años que se prolongó
su peregrinación a través del desierto camino de la tierra prometida, no superaron
las tentaciones a que hubieron de enfrentarse, fue necesario que Jesús superara las
tentaciones de la humanidad con sus tres tentaciones tipológicas en que se
resumen las tentaciones de la humanidad, para que comprendiéramos el valor y la
necesidad de aplicar las siguientes palabras de nuestro Salvador a nuestra vida:
"Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis
recibido y lo obtendréis" (MC. 11, 24).
Por otra parte, en la profecía de Habacuc, leemos:
"«He aquí que sucumbe quien no tiene el alma recta,
más el justo por su fidelidad vivirá"" (HAB. 2, 4).
Dado que no siempre nos es fácil superar las tentaciones que nos caracterizan,
en la Biblia se nos insta a confiar en Dios, imitando la fe inquebrantable de nuestro
Redentor.
"Pon tu suerte en Yahveh,
confía en él que él obrará;
hará brillar como la luz tu justicia (tu fe, tu rectitud),
y tu derecho igual que el mediodía" (SAL. 37, 5-6).
Si las tentaciones son pruebas que debemos vencer para superarnos, ¿debemos
pensar que Dios es el tentador que nos impone dichas pruebas?
"Nadie acosado por la tentación tiene derecho a decir: "Es Dios quien me pone
en trance de caer." Dios está fuera del alcance del mal, y él tampoco instiga a nadie
al mal" (ST. 1, 13).
Si Dios no nos induce a pecar, ¿quién nos hace sucumbir bajo nuestra humana
fragilidad, para que acabemos pecando una y otra vez?
"Cada uno es puesto a prueba por su propia pasión desordenada, que le arrastra
y le seduce. Semejante pasión coincide y da a luz al pecado; y éste, una vez
cometido origina la muerte" (ST. 1, 14-15).
Jesús superó las tentaciones a que fue sometido por el demonio, porque no
actuaba como quienes se dejan arrastrar por las pasiones de que Santiago habla en
su Epístola Universal.
Las tentaciones a que fue sometido Jesús, se narran en los siguientes pasajes
bíblicos: MT. 4, 1-11; MC. 1, 11-12, y LC. 4, 1-13. Dado que este año meditamos la
gran mayoría de los domingos el Evangelio de San Mateo, estudiaremos dichas
tentaciones, siguiendo el orden en que las expone dicho Evangelista.
1-1. La primera tentación de Jesús. La autosuficiencia excesiva.
"Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se
conviertan en panes.»" (MT. 4, 3).
¿Por qué le dijo el demonio a Jesús que se alimentara? San Mateo responde esta
pregunta, en los términos que siguen:
"Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el
diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin
sintió hambre" (MT. 4, 1-2).
¿Cómo pudo sobrevivir Jesús cuarenta días sin alimentarse? En términos
humanos, en el caso de que Jesús tuviera esta vivencia, y la misma no haya sido
una invención de los hijos de la Iglesia Madre de Jerusalén, para ilustrar las
tentaciones a que Jesús hubo de enfrentarse durante los años que se prolongó su
Ministerio público, a menos que no utilizara su poder divino para soportar el
hambre, no tenemos más remedio que aceptar el hecho de que el Mesías tuvo que
alimentarse de hierbas, con tal de poder sobrevivir a su larga estancia apartado del
mundo.
Hay un detalle en el texto de San Mateo que estamos meditando que no
debemos olvidar. En el versículo 1, se nos dice que Jesús fue llevado al desierto por
el Espíritu Santo para ser tentado. En cuanto se hizo Hombre, nuestro Señor, por
medio de sus vivencias de Persona humana, tenía que demostrarnos que, a pesar
de nuestra fragilidad, -la debilidad que El experimentó hasta el extremo de la
muerte-, estamos capacitados, para cumplir la voluntad de nuestro Padre común,
en conformidad con nuestras posibilidades.
¿Cuál es el significado de la tentación que estamos considerando? Después de
pasar cuarenta días sin comer o mal alimentado, nuestro Señor debía ser víctima
de los dolores angustiosos que causa el hambre en el Tercer Mundo. Ante la
propuesta que le hizo el demonio, Jesús debió haberse interrogado: ¿Debo esperar
que Dios me alimente, o debo sustentarme por mi medio? ¿Por qué le voy a pedir a
Dios que haga algo que puedo hacer por mí mismo?
Ante tan desesperado dilema por causa de los dolores que debía producirle el
hambre, Jesús decidió confiar en Dios, recordando que, muchas veces, la
autosuficiencia excesiva, -el amor propio desmedido-, nos aleja de la presencia de
nuestro Creador. No pretendo decir que los desempleados dejen de buscar trabajo
y que esperen que Dios les lleve el pan a sus hogares, sino que, aunque nuestra
forma de proceder nos conduzca a actuar inadecuadamente, que nunca vivamos al
margen de nuestro Santo Padre.
Jesús, al rechazar la citada tentación, nos recordó que, si tenemos fe en el Dios
Uno y Trino, debemos alimentarnos de su Palabra, al mismo tiempo que
consumimos alimentos físicos para poder vivir.
"Mas él respondió: «Está escrito:
No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"" (MT. 4, 4).
1-2. La segunda tentación de Jesús. El empeño humano de probar la fidelidad de
Dios.
"Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del
Templo, y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:
A sus ángeles te encomendará,
y en sus manos te llevarán,
para que no tropiece tu pie en piedra alguna."
Jesús le dijo: «También está escrito:
No tentarás al Señor tu Dios" (MT. 4, 5-7).
Por medio de la tentación que estamos considerando, el demonio le dijo a Jesús:
"Haz lo que quieras, porque Dios está contigo". Existe, desde hace siglos, una
peligrosa costumbre, que consiste en interpretar la Biblia, no en conformidad con la
voluntad de Dios, sino de acuerdo a los deseos de muchos lectores de la misma.
Hay pasajes en la Biblia que, si se interpretan literalmente, pueden ser textos
letales para quienes los interpretan inadecuadamente. Desgraciadamente, muchos
piensan que, sus interpretaciones bíblicas, les son inspiradas por el Espíritu Santo,
lo cual solo les sirve, para hacer, las obras que no deberían llevar a cabo jamás,
bajo ningún concepto.
Hay entre nosotros quienes piensan: "Nosotros vivimos y dejamos que los
demás vivan. No pecamos porque no robamos ni matamos". Es verdad que quienes
así piensan no cometen los pecados más graves, pero, al no dejarse purificar por la
Palabra de Dios, se pierden la dicha de sentirse aceptos por nuestro Padre común.
El demonio fue muy astuto cuando sometió a Jesús a la tentación que estamos
considerando, pues, al citar Sal. 91, 11-12, se saltó la parte del citado texto,
referente a que los ángeles le guardarían en todos sus caminos, así pues, dichas
palabras son un gran consuelo para quienes vivimos por la fe que profesamos.
"Que él dará orden sobre ti a sus ángeles
de guardarte en todos tus caminos.
Te llevarán ellos en sus manos,
para que en piedra no tropiece tu pie" (SAL. 91, 11-12).
1-3. La tercera tentación de Jesús. Cambiar la fe y obediencia a Dios por la
posesión del poder, fama y prestigio, que son tan necesarios para triunfar en este
mundo.
"Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los
reinos del mundo y su gloria, y le dice: «Todo esto te daré si postrándote me
adoras.» Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito:
Al Señor tu Dios adorarás,
y sólo a él darás culto"" (MT. 4, 8-10).
Dado que el demonio había fallado en sus dos intentos anteriores de conquistar
el corazón de Jesús, proponiéndole en el primer caso que tuviera una existencia
fácil y vacía, y, en el segundo, que se ganara el corazón de los hombres,
haciéndose para los tales un ídolo y por consiguiente que rechazara a Dios
actuando al margen del Padre y del Espíritu Santo, Satanás atacó a Jesús con toda
la agresividad y astucia que fue capaz de concentrar en sí mismo, proponiéndole,
abiertamente, que le adorara a El, y renegara de Dios, a cambio de cederle su
dominio sobre la tierra. Lo que parecía una excelente oportunidad para Jesús de
acabar con la miseria que afligía la humanidad, solo era un imperdonable acto de
idolatría, pues, en el libro de los Salmos, leemos:
" ¡Reina Yahveh! ¡La tierra exulte,
alégrense las islas numerosas!" (SAL. 97, 1).
¿Qué significa el hecho de que Dios es Rey? Esta realidad le recordó a Jesús que
el demonio mentía al intentar hacerle creer, -en vano, por supuesto-, que él era el
soberano de la tierra.
Si Dios no ha solventado los problemas de la humanidad, ello sucede porque aún
no ha acabado el tiempo en que hemos de ser probados y purificados, así pues,
este hecho no ha de instarnos a ser idólatras, sino, al contrario, ha de
entusiasmarnos la idea de vivir en base a la fe que profesamos.
La Palabra de Dios tiene que fortalecernos para que podamos resistir las
tentaciones que, al convertirse en obras, impiden que seamos aptos para vivir en la
presencia de Dios, a no ser que corrijamos nuestra conducta.
San Pablo les escribió a los cristianos de Éfeso:
"Y para terminar os pido que os hagáis fuertes, unidos al poder irresistible del
Señor. Utilizad todas las armas que Dios os proporciona, y así haréis frente con
éxito a las estratagemas del diablo. Porque no estamos luchando contra hombres
de carne y hueso, sino contra las potencias invisibles que dominan en este mundo
de tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal habitantes de un mundo
supraterreno. Por eso es preciso que empuñéis las armas que Dios os proporciona,
a fin de que podáis manteneros firmes en el momento crítico y superar todas las
dificultades sin ceder un palmo de terreno. Estad, pues, listos para el combate:
ceñida con la verdad vuestra cintura, protegido vuestro pecho con la coraza de la
rectitud y calzados vuestros pies con el celo por anunciar el mensaje de la paz.
Tened siempre embrazado el escudo de la fe, para que en él se apaguen todas las
flechas incendiarias del maligno. Como casco, usad el de la salvación, y como
espada, la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios" (EF. 6, 10-17).
2. ¿Cómo debemos reaccionar los cristianos cuando seamos tentados?
Como he demostrado en esta meditación, necesitamos ser tentados, con el fin
de que seamos probados. El caso de que no superemos esas pruebas, lo único que
significa, es que no debemos de dejar de esforzarnos por seguir perfeccionándonos,
así pues, solo porque somos humanos, estamos destinados a fallar muchas veces
en el periodo de nuestra superación, porque no somos perfectos. Recordemos que
Dios probó la fe de Abraham, cuando le mandó que sacrificara a su hijo Isaac.
"Después de estas cosas sucedió que Dios tentó a Abraham y le dijo:
«¡Abraham, Abraham!» El respondió: «Heme aquí.» Díjole: «Toma a tu hijo, a tu
único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en
uno de los montes, el que yo te diga"" (GN. 22, 1-2).
Sabemos que, aunque Abraham se dispuso a sacrificar a su hijo, Dios no
permitió que asesinara al depositario de la promesa de hacerle descendiente de una
muchedumbre incontable.
San Pablo indicó en su segunda Carta a los cristianos de Corinto que tenía
derecho a enorgullecerse por causa de ciertas revelaciones que le hizo el mismo
Dios. También dijo en la citada carta que tenía un aguijón, -el cual no sabemos si
era un vicio, una enfermedad u otro problema-, del cual le pidió a Dios que lo
librara, porque se le hacía difícil el hecho de soportarlo. Dios le indicó al citado
Santo que no lo iba a librar del citado aguijón, sino que, amparándose en su gracia,
tendría que sobrevivir con él, el tiempo que le fuera necesario, en conformidad con
su crecimiento espiritual.
"Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue
dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no
me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él
me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza».
Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para
que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las
injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por
Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2 COR. 12,
7-10).
¿Creemos que en nuestra debilidad se muestra perfecta la fuerza de Dios?
¿Cómo es posible este hecho, si no cesamos de equivocarnos cuando tomamos
decisiones, y, en el caso de estar enfermos, tenemos la sensación de no saber
sobrellevar como buenos cristianos nuestros padecimientos? Si nos encontramos en
esta situación de desconfianza tanto en Dios como en nosotros, nos es conveniente
aplicarnos las palabras del Apóstol San Pablo:
"Seguro estoy de que nada, ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni cualquiera otra
suerte de fuerzas sobrehumanas, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes
sobrenaturales, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni criatura alguna existente, será
capaz de arrebatarnos este amor que Dios nos ha mostrado por medio de Cristo
Jesús, Señor nuestro" (ROM. 8, 38-39).
A pesar de que San Pablo sabía que era inferior a nuestro Señor, no dudó en
confiarse a Cristo, para que el Salvador del mundo le hiciera instrumento de la
salvación de sus oyentes y lectores.
"Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí. Mi vida en este mundo
consiste en creer en el Hijo de Dios, que me amó y entregó su vida por mí" (GÁL. 2,
20).
Al mismo tiempo que los hebreos probaron la fidelidad de Yahveh en su
peregrinación a través del desierto, Dios probó la fe de su pueblo, por medio de las
dificultades que le hizo vivir.
"Los israelitas, toda la comunidad, llegaron al desierto de Sin el mes primero, y
se quedó todo el pueblo en Cadés. Allí murió María y allí la enterraron. No había
agua para la comunidad, por lo que se amotinaron contra Moisés y contra Aarón. El
pueblo protestó contra Moisés, diciéndole: «Ojalá hubiéramos perecido igual que
perecieron nuestros hermanos delante de Yahveh. ¿Por qué habéis traído la
asamblea de Yahveh a este desierto, para que muramos en él nosotros y nuestros
ganados? ¿Por qué nos habéis subido de Egipto, para traernos a este lugar pésimo:
un lugar donde no hay sembrado, ni higuera, ni viña, ni ganado, y donde no hay ni
agua para beber?" Moisés y Aarón dejaron la asamblea, se fueron a la entrada de la
Tienda del Encuentro, y cayeron rostro en tierra. Y se les apareció la gloria de
Yahveh. Yahveh habló con Moisés y le dijo:
«Toma la vara y reúne a la comunidad, tú con tu hermano Aarón. Hablad luego a la
peña en presencia de ellos, y ella dará sus aguas. Harás brotar para ellos agua de
la peña, y darás de beber a la comunidad y a sus ganados."
Tomó Moisés la vara de la presencia de Yahveh como se lo había mandado.
Convocaron Moisés y Aarón la asamblea ante la peña y él les dijo: «Escuchadme,
rebeldes. ¿Haremos brotar de esta peña agua para vosotros?» Y Moisés alzó la
mano y golpeó la peña con su vara dos veces. El agua brotó en abundancia, y bebió
la comunidad y su ganado. Dijo Yahveh a Moisés y Aarón: «Por no haber confiado
en mí, honrándome ante los israelitas, os aseguro que no guiaréis a esta asamblea
hasta la tierra que les he dado.» Estas son las aguas de Meribá, donde protestaron
los israelitas contra Yahveh, y con las que él manifestó su santidad" (NM. 20,
1-13).
San Pablo nos insta a evitar las tentaciones que nos inducen a incumplir la
voluntad de nuestro Padre común. Veamos unos ejemplos de ello.
En la Iglesia de Corinto, había fieles que, aunque estaban casados, querían
evitar el hecho de mantener relaciones maritales, con el fin de dedicarse al servicio
de Dios. San Pablo, previendo más allá del deseo de sus creyentes discípulos, la
posibilidad de que, tanto los tales como sus cónyuges, pudieran caer en el pecado
de fornicación, les indicó a sus lectores:
"No pongáis dificultades a vuestra mutua entrega, a no ser de común acuerdo y
por cierto tiempo con el fin de dedicaros más intensamente a la oración. Pero luego
debéis volver a la vida normal de matrimonio, no sea que, incapaces de guardar
continencia, os arrastre Satanás al pecado" (1 COR. 7, 5).
San Pablo velaba por la fe de sus oyentes y lectores de Corinto, porque no
quería que ninguno de ellos incumpliera la voluntad de Dios.
"Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados con un
solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo. (La perfecta relación entre
Dios y los hombres, es simbolizada con una gran boda en la Biblia). Pero temo que,
al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras
mentes apartándose de la sinceridad con Cristo" (2 COR. 11, 2-3).
Es importante que, a pesar de las dificultades que tengamos, nunca dejemos de
creer en Dios, por consiguiente, San Pablo les escribió a los cristianos de
Tesalónica:
"Ya os lo dije cuando estuve entre vosotros: "Es preciso que sobrevengan
dificultades". Y es lo que ha sucedido, como bien sabéis. Así que, no pudiendo
aguantar ya más, envié a Timoteo para que me informara acerca de vuestra fe, no
sea que el tentador os lleve por mal camino, y todo mi esfuerzo termine siendo
baldío" (1 TES. 3, 4-5).
En el ambiente de no creyentes en que la mayoría de los cristianos vivimos, se
nos presentan muchas oportunidades de renegar de Dios.
"No os encariñéis con este mundo ni con lo que hay en él, porque no son
compatibles el amor al Padre y el amor al mundo. Y es que cuanto hay de malo en
el mundo -pasiones carnales, turbios deseos y ostentación orgullosa-, del mundo
procede y no del Padre. Pero el mundo y sus pasiones se desvanecen; sólo el que
hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 JN. 2, 15-17).
Creo necesario interrumpir la meditación en que estamos ocupados, para hacer
una breve aclaración sobre las palabras de San Juan que acabamos de recordar.
Para comprender el citado texto, nos es necesario recordar, que, el mismo, fue
escrito en un tiempo, en que los cristianos eran ferozmente perseguidos, lo cual
hacía que los tales se distinguieran del mundo, por causa de la opresión que
padecían. En aquel tiempo, formar parte del mundo, significaba renunciar al Dios de
los cristianos, y, por tanto, a su Iglesia. Actualmente, quienes no estamos siendo
perseguidos, no debemos odiar este mundo, pero sí debemos rechazar todo lo que
se opone a nuestro Dios Uno y Trino. Debemos amar el mundo en que vivimos, no
solo porque somos sus hijos, sino porque tenemos el deber de contribuir, con
nuestras palabras y obras, a la salvación de nuestros hermanos,
independientemente de que los tales sean creyentes en Dios, pues, por esta causa,
lleva la Iglesia a acabo, su obra de Evangelización.
La fuente más poderosa de tentaciones a la que debemos enfrentarnos, somos
nosotros mismos.
"Cada uno es puesto a prueba por su propia pasión desordenada, que le arrastra
y le seduce" (ST. 1, 14).
NO temamos el hecho de ser tentados, pues, San Pablo, nos instruye:
"Hasta ahora, ninguna prueba os ha sobrevenido que no pueda considerarse
humanamente soportable. Por lo demás, Dios es fiel y no permitirá que seáis
puestos a prueba más allá de vuestras fuerzas; al contrario, junto con la prueba
os proporcionará también la manera de superarla con éxito" (1 COR. 10, 13).
Somos débiles para superar nuestras tentaciones, por consiguiente, en nosotros
se cumplen las palabras que Jesús les dijo a los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan,
cuando, en la noche en que Judas le entregó a sus enemigos, les encontró
durmiendo, cuando les pidió que oraran, con tal de no caer en tentación.
"Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero
la carne es débil"" (MT. 26, 41).
En quienes, aunque fallen en su crecimiento espiritual, se mantienen fieles al
Señor, se cumple esta promesa magnífica:
"Tú has sido fiel a mi consigna de aguantar con paciencia el sufrimiento. Por eso,
yo lo seré contigo en esta difícil hora que se avecina sobre el mundo entero, en la
que serán puestos a prueba los habitantes de la tierra. Estoy a punto de llegar.
Conserva, pues, lo que tienes, para que nadie te arrebate la corona. Al vencedor le
pondré de columna en el templo de mi Dios, para que ya nunca salga de allí. Y
sobre la columna grabaré el nombre de mi Dios, y grabaré también, junto a mi
nombre nuevo, el nombre de la ciudad de mi Dios , la Jerusalén nueva, que
desciende del trono celeste de mi Dios" (AP. 3, 10-12).
NO dejemos de orar, para que Dios no permita que pasemos por la prueba de
caer en la tentación que nos aparta de El.
Jesucristo, -el Sembrador de la Palabra de Dios en nuestros corazones-, nos
dice:
"El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe
con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y,
cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra,
sucumbe enseguida" (MT. 13, 20-21).
Con tal de que evitemos el hecho de caer en la tentación de pecar, muchos
predicadores nos dicen que no nos relacionemos con quienes incumplen la voluntad
de Dios. ¿Qué nos dice San Pablo con respecto a este hecho?
El Apóstol nos dice que todos los hijos de la Iglesia deben ser puros.
"¡La cosa no es como para que os sintáis orgullosos! ¿No sabéis que un poco de
levadura hace fermentar toda la masa? Eliminad todo resto de vieja levadura
(cambiad vuestra antigua condición pecadora por la nueva condición de seguidores
de Cristo); vosotros debéis ser panes pascuales, de masa nueva y sin levadura,
porque Cristo, que es nuestra víctima pascual, ya ha sido sacrificado. Hagamos,
pues, fiesta; pero no a base de la vieja levadura -me refiero a la maldad y a la
perversidad- , sino con los panes pascuales de la sinceridad y de la verdad. Os
decía en mi otra carta que no tuviéseis trato con gente lujuriosa. Es claro que no
hablaba en plural, de todos los lujuriosos de este mundo , como tampoco de todos
los avaros, ladrones o idólatras; para evitar todo trato con esta gente tendríais que
vivir en otro mundo. Lo que quería deciros en la carta es que no tengáis trato con
quien presume de cristiano y es lujurioso, avaro, idólatra, calumniador, borracho o
ladrón. Con alguien así, ¡ni sentarse a la mesa!" (1 COR. 5, 6-11).
Concluyamos esta meditación, aplicándonos las siguientes palabras de San
Pablo:
"Nosotros, en cambio, que pertenecemos al día (pertenecemos a Cristo),
debemos estar vigilantes: que la fe y el amor nos rodeen como una coraza; que la
esperanza de la salvación nos sirva de casco protector" (1 TES. 5, 8).