Domingo II de Cuaresma, ciclo A.
Estudio bíblico sobre la Transfiguración del Señor.
1. ¿En qué contexto sucedió la Transfiguración del Señor?
Entre los Apóstoles de nuestro Señor, existía el anhelo de que uno de ellos
debía ser considerado como el superior de entre sus compañeros. Veamos unos
ejemplos de ello:
Después de que Jesús descendió del monte Tabor, y curó a un joven
endemoniado, aconteció el siguiente hecho:
"Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué
discutíais por el camino?» Ellos callaron, pues por el camino habían discutido
entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si
uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.» Y
tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les
dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que
me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado"" (MC. 9, 33-
37).
Durante la celebración de la última Cena de Jesús con sus Apóstoles, también
acaeció lo siguiente:
"Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos parecía ser el
mayor. El les dijo: «Los reyes de las naciones las dominan como señores
absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores;
pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y
el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la
mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de
vosotros como el que sirve" (LC. 22, 24-27).
Para solucionar las discrepancias entre sus Apóstoles, nuestro Salvador
instituyó el Papado, e instituyó a San Pedro, como su primer representante en la
tierra.
"Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus
discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos
dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno
de los profetas. Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro
contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo:
«Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo
que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del
Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos;
y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la
tierra quedará desatado en los cielos." Entonces mandó a sus discípulos que no
dijesen a nadie que él era el Cristo" (MT. 16, 13-20).
Meditemos el texto de San Mateo que acabamos de recordar.
A pesar de que Jesús había convivido mucho tiempo con sus Apóstoles, solo le
había revelado su identidad de Mesías abiertamente a la samaritana de Sicar, -
cuya conversión recordaremos el próximo Domingo-, en los siguientes términos:
"Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando
venga, nos lo explicará todo.» Jesús le dice: «Yo soy, el que te está hablando.»"
(JN. 4, 25-26).
Cuando Jesús hizo que San Pedro fuera su primer sucesor, le dijo que sus
enemigos (el hades, el infierno) no exterminarían la fundación de la institución
que sería su Reino, la cual nació el día de Pentecostés, cuando sus seguidores
más allegados fueron llenos de los dones del Espíritu Santo.
Aparecen dos símbolos en el versículo 19 de MT. 16 que estamos meditando,
los cuales son; las llaves, y el poder de atar y desatar del Papa. Las llaves
significan la potestad que el Vicario de Cristo tiene de decidir quiénes son hijos
de la Iglesia y quiénes deben ser expulsados de la misma, y, el poder de atar y
desatar, es la potestad que el Papa tiene de regir la Iglesia, en nombre y
representación de Jesucristo, nuestro Señor.
Una vez hubo instituido nuestro Señor el Papado, les recordó a sus Apóstoles
su futura Pasión, muerte y Resurrección. En este relato, el Apóstol que debía
haberles dado ejemplo de fe a sus compañeros, se mostró como el más débil.
Dado que el citado Apóstol se llevó al Señor a parte para persuadirlo de su
intento de sacrificarse, Jesús le reprendió ante sus compañeros duramente, a fin
de que los tales no recelaran del que debían considerar el principal miembro del
Colegio Apostólico. Aunque muchos traductores de la Biblia han hecho llamar a
San Pedro Satanás por parte de Jesús, la traducción original del texto que vamos
a recordar, se limita a hacer que San Pedro recuerde que el cumplimiento de la
misión de nuestro Redentor, era ineludible.
"Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a
Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se
puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá
eso!" Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás!
¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los
de los hombres! Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera
salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues
¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué
puede dar el hombre a cambio de su vida? «Porque el Hijo del hombre ha de
venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno
según su conducta. Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no
gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino."" (MT.
16, 21-28).
Dado que, en vez de analizar profundamente los textos en que se sitúa el
contexto en que aconteció la Transfiguración del Señor, solo estamos
considerando los aspectos más destacables de los mismos, en el caso que nos
ocupa, debemos recordar que nuestro Señor no nos prometió jamás ninguna
vida fácil o regalada en este mundo, y, especialmente a los predicadores, nos
prometió una vida plagada de dificultades.
El final del texto que estamos considerando, puede confundirnos, así pues, el
mismo, bien puede referirse al pasaje de la Transfiguración del Señor, -un
pasaje evangélico en que Jesús adoptó su cuerpo de resucitado, con el rostro
resplandeciente y vestiduras blancas-, a las apariciones de Jesús Resucitado a
sus Apóstoles, -en que nuestro Salvador se les mostró a sus seguidores más
allegados como Rey del universo-, o a la segunda venida de nuestro Salvador al
mundo. La posibilidad de que MT. 16, 28 se refiera a la Parusía del Mesías, ha
hecho que muchos crean que, lo mismo que le sucedió a San Pablo, Jesús debió
creer que estaba a punto de acontecer la instauración del Reino de Dios en la
tierra, un hecho que, personalmente, no creo que fuera cierto.
2. La Transfiguración del Señor.
"Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a
Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba,
el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante"
(LC. 8, 29-30).
"Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz" (MT. 17, 2).
¿Por qué los Apóstoles Pedro, y los hermanos Juan y Santiago, fueron los que
acompañaron a Jesús en momentos muy destacables de su Ministerio público?
Ello sucedió porque tales amigos de Jesús debían tener un conocimiento de la
Palabra de Dios y un acercamiento al Hijo de Yahveh que no caracterizaba tanto
a sus compañeros como a ellos.
La blancura de los vestidos de Jesús transfigurado, significa la pureza de
nuestro Salvador, y la limpieza interior que anhelamos, con tal de poder ser
buenos imitadores del Hijo de Dios y de María de Nazaret.
El resplandor del rostro de Jesús, significa que aún nos queda un largo camino
que recorrer en términos espirituales, para que podamos estar listos para ser
glorificados con nuestro Salvador.
Al redactar brevemente su recuerdo de la Transfiguración del Señor, San
Pedro afirmó haber visto la Majestad del Redentor de la humanidad.
"Cuando os anunciamos la venida gloriosa y plena de poder de nuestro Señor
Jesucristo, no lo hicimos como si se tratara de leyendas fantásticas, sino como
testigos oculares de su majestad" (2 PE. 1, 16).
Sabemos que los Apóstoles tenían dificultades para comprender la razón por la
que Jesús quería sacrificarse, así pues, ¿por qué debía el Mesías, -el Hijo del
Dios Todopoderoso-, entregar su vida, en beneficio de los pecadores, de quienes
los judíos creían que no merecían ninguna consideración? Dado que Jesús no
consiguió inculcarles a sus compañeros el valor de su entrega sacrificial, hasta
que resucitó de entre los muertos, y el Espíritu Santo iluminó su entendimiento,
nuestro Señor quiso que, los más allegados a Sí de sus Apóstoles, tuvieran la
dicha de contemplarlo tal como sería después de vencer a la muerte.
"En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él" (MT. 17,
3).
Moisés era representante de quienes creían que se salvaban por causa de su
estricto cumplimiento de la Ley.
"Y ahora, Israel, ¿qué te pide tu Dios, sino que temas a Yahveh tu Dios, que
sigas todos sus caminos, que le ames, que sirvas a Yahveh tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos de Yahveh y sus
preceptos que yo te prescribo hoy para que seas feliz?" (DT. 10, 12-13).
Elías representaba, en el relato de la Transfiguración del Señor, a quienes
serán salvos por su fe. Dado que los creyentes seremos vivificados al final de los
tiempos, aunque muramos, a este respecto, el hecho de que Elías fue ascendido
al cielo sin experimentar la muerte, debe hacernos creer que nuestra fe es
cierta.
Veamos cómo, ante los ojos de Eliseo, -siervo de Elías-, el citado profeta fue
ascendido a la presencia de Dios.
"Esto pasó cuando Yahveh arrebató a Elías en el torbellino al cielo. Elías y
Eliseo partieron de Guilgal. Dijo Elías a Eliseo: «Quédate aquí, porque Yahveh
me envía a Betel.» Eliseo dijo: «Vive Yahveh (juro por Dios) y vive tu alma (y
juro por tu alma), que no te dejaré.» Y bajaron a Betel. Salió la comunidad de
los profetas que había en Betel al encuentro de Eliseo y le dijeron: «¿No sabes
que Yahveh arrebatará hoy a tu señor por encima de tu cabeza?» Respondió:
«También yo lo sé. ¡Callad!» Elías dijo a Eliseo: «Quédate aquí, porque Yahveh
me envía a Jericó.» Pero él respondió: «Vive Yahveh y vive tu alma, que no te
dejaré», y siguieron hacia Jericó. Se acercó a Eliseo la comunidad de los profetas
que había en Jericó y le dijeron: «¿No sabes que Yahveh arrebatará hoy a tu
señor por encima de tu cabeza?» Respondió: «También yo lo sé. ¡Callad!» Le
dijo Elías: «Quédate aquí, porque Yahveh me envía al Jordán.» Respondió: «Vive
Yahveh y vive tu alma que no te dejaré», y fueron los dos. Cincuenta hombres
de la comunidad de los profetas vinieron y se quedaron enfrente, a cierta
distancia; ellos dos se detuvieron junto al Jordán. Tomó Elías su manto, lo
enrolló y golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, y pasaron
ambos a pie enjuto. Cuando hubieron pasado, dijo Elías a Eliseo: «Pídeme lo que
quieras que haga por ti antes de ser arrebatado de tu lado.» Dijo Eliseo: «Que
tenga dos partes de tu espíritu.» Le dijo: «Pides una cosa difícil; si alcanzas a
verme cuando sea llevado de tu lado, lo tendrás; si no, no lo tendrás.» Iban
caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con caballos de fuego
se interpuso entre ellos; y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo le veía y
clamaba: «¡Padre mío, padre mío! Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo!» Y
no le vio más. Asió sus vestidos y los desgarró en dos. Tomó el manto que se le
había caído a Elías y se volvió, parándose en la orilla del Jordán. Tomó el manto
de Elías y golpeó las aguas diciendo: ¿Dónde está Yahveh, el Dios de Elías?»
Golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, y pasó Eliseo.
Habiéndole visto la comunidad de los profetas que estaban enfrente, dijeron: «El
espíritu de Elías reposa sobre Eliseo.» Fueron a su encuentro, se postraron ante
él en tierra" (2 RE. 2, 1-15).
¿DE qué hablaron los dos Profetas más relevantes del Antiguo Testamento con
nuestro Señor?
"Y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los
cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en
Jerusalén" (LC. 9, 31-32).
Es importante constatar que Jesús, Moisés y Elías, no hablaban de la muerte
de Jesús, como si la misma fuese una tragedia sin sentido, sino que meditaban
la partida de nuestro Redentor de este mundo a la presencia de nuestro Padre
común. Tales Profetas debieron confortar a Jesús, pues faltaba
aproximadamente un año para que el Hijo del carpintero nazaretano
experimentara su Pasión, muerte y Resurrección. Jesús sabía que con su
Resurrección nos iba a demostrar que la puerta del cielo está abierta para todos
nosotros, pero, para lograr su objetivo, tenía que humillarse, hasta experimentar
la muerte.
"Portaos, en fin, como lo hizo Jesucristo. A pesar de su condición divina, Cristo
Jesús no quiso hacer de ello ostentación. Se despojó de su grandeza, tomó la
condición de siervo (Jesús no se hizo esclavo, sino siervo, porque los siervos
actúan libremente, y no obligados, como lo hacen los esclavos)y se hizo
semejante a los humanos. Más aún, hombre entre hombres, se rebajó a si
mismo hasta morir por obediencia y morir en una cruz. Por eso, Dios le exaltó
sobre todo lo que existe y le otorgó el más excelso de los nombres, para que
todos los seres, en el cielo, en la tierra y en los abismos, caigan de rodillas ante
el nombre de Jesús, y todos proclamen que Jesucristo es Señor, para gloria de
Dios Padre" (FLP. 2, 5-11).
¿Cómo contemplaron los Santos Pedro, Juan y Santiago la escena de la
Transfiguración del Señor?
"Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían
despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él" (LC. 9,
32).
El estado de sopor que experimentaron los Apóstoles de Jesús, es
perfectamente comprensible. Por una parte, ellos conocían las consecuencias
expuestas en el Antiguo Testamento que vivirían quienes vieran a Dios sin haber
superado su condición de pecadores. Dado que Yahveh no está relacionado con
el pecado, su justicia ha de ejecutar inmisericordemente a los pecadores que se
le acerquen sin estar completamente purificados. A pesar de este hecho tan
conocido, los tres amigos del Señor debieron asombrarse, al constarles que, al
estar delante de quien sabían que era el Mesías de Dios, -el Unigénito de Dios, el
mismo Dios-, en vez de ser exterminados instantáneamente, sintieron una dicha
inexplicable.
"Y sucedió que, al separarse ellos de él (Elías y Moisés), dijo Pedro a Jesús:
«Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía" (LC. 9, 33).
Ilustremos con un ejemplo lo que le sucedió a San Pedro en el monte Tabor.
Imaginemos el caso de un hombre a quien le ha salido mal en la vida la gran
mayoría de actividades que ha emprendido, y que vive aislado. Al vivir
intensamente unos ejercicios espirituales durante tres días, descubre que
muchos de sus conceptos son erróneos. Al final de dicha vivencia, el
protagonista de esta historia que resumo mucho, siente que no quiere
abandonar la casa de espiritualidad en que ha descubierto que la felicidad existe
realmente. Después de decirle lo que le sucede al director de los ejercicios que le
han revitalizado el alma, éste le dice que es normal que tenga miedo de
enfrentarse con sus problemas actuales y los recuerdos amargos del pasado, y le
recuerda que los ejercicios espirituales tienen la misión de fortalecer a los
creyentes, para que éstos sean fuertes para enfrentarse a sus dificultades, para
que, a través de las mismas, maduren la fe y la caridad cristianas en sus
corazones, para que sean aptos para vivir en la presencia de nuestro Padre
común.
San Pedro fue uno de los primeros seguidores de nuestro Señor, y, por tanto,
uno de los primeros creyentes en tener problemas por causa del Evangelio.
Jesús sacaba de la gran mayoría de problemas que vivían a sus Apóstoles, pero,
a pesar de ello, el hecho de seguir a Jesús, comportaba algo más que
satisfacciones, lo cual, más que agradable, era angustioso muchas veces.
Después de pasar años siguiendo a Jesús sin comprenderle plenamente, San
Pedro encontró un poco de tranquilidad entre el aturdimiento que vivió en la
presencia de Jesús transfigurado, de Moisés y de Elías. Aunque el citado Apóstol
aún tenía que engrandecer su fe y practicar las virtudes que le concedió el
Espíritu Santo, sintió el deseo de quedarse para siempre en el Tabor, más allá de
los sufrimientos que, a fuerza de convivir con ellos, se hacen familiares, pero
cuyo peso no disminuye nunca, aunque a veces creemos que ello no es cierto.
"Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su
sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la
nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle.»" (LC. 9, 34-35).
Dios Padre, que se hizo presente en la Transfiguración del Señor, no permitió
que su justicia se ejecutara contra aquellos hombres que luchaban
incesantemente por ser purificados. El Padre Santo de los judíos, cristianos y
musulmanes, les dijo a aquellos hombres que escucharan a su Hijo, pues El es el
Camino que nos conduce a su presencia, la Verdad que nos santifica y nos hace
libres, y la Vida de gracia que anhelamos (CF. JN. 14, 6).
Jesús se fortaleció después de vivir su Transfiguración para llevar a cabo su
misión redentora.
"Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en
su voluntad de ir a Jerusalén" (LC. 9, 51).
Jesús sabía el dolor que le iba a costar nuestra salvación. Para poder cumplir
su misión, nuestro Señor se empobreció totalmente.
"Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.»
Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo
del hombre no tiene donde reclinar la cabeza»" (LC. 9, 57-58).
Al meditar la Transfiguración del Mesías, aceptemos el hecho de ser
transfigurados y configurados a la imagen y semejanza de nuestro Salvador.
"Por el amor de Dios os lo pido, hermanos: presentaos a vosotros mismos
como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Ese ha de ser vuestro auténtico
culto. No os amoldéis a los criterios de este mundo. Dejaos transformar;
renovad vuestro interior de tal manera, que sepáis apreciar lo que Dios quiere,
es decir, lo bueno, lo que le es agradable, lo perfecto" (ROM. 12, 2).
"¡Qué amor tan inmenso el del Padre, que nos proclama y nos hace hijos
suyos! Si el mundo nos ignora, es porque no conoce a Dios. Ahora, queridos
míos, somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que hemos
de ser. Pero sabemos que el día en que se manifieste seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es. Esta esperanza que hemos puesto en él es la que
nos urge a ser cada día más perfectos, como él es perfecto" (1 JN. 1, 1-3).
(José Portillo Pérez y María Dolores Meléndez Ortega).