Encuentro dominical IV-Oración y palabra
Padre Pedrojosé Ynaraja
Vuelvo a recalcar que lo que ansía el hombre desde lo más profundo de sí mismo
es el encuentro trascendente. Muchos lo concebimos como hallazgo entre
amigos, o al menos como entrevista con quien, pese a ser superior, nos puede
entender y tal vez ayudar. La ausencia de una total esperanza sumerge al
hombre en espesa niebla que le desanima. El goce sin finalidad, como mera
situación placentera, a la larga empalaga. La oración, nunca.
Una iglesia no es exclusivamente un recinto de serena meditación. Pero la debe
facilitar. Cuando voy de viaje y visito catedrales o basílicas, estudio sus
estructuras arquitectónicas y las imágenes, pero no olvido nunca buscar el
rincón que alberga al Sagrario, allí donde en cualquier momento, más que
preciosas esculturas, ve uno personas entregadas a la oración. Por mucha prisa
que tenga, no dejo de detenerme unos momentos. Me he referido en muchas
ocasiones a Taizé, por ser lugar emblemático, pero añado ahora que donde me
encuentro mejor, cuando paso por la sugestiva población, es en la “pequea
iglesia románica”. Lo mismo digo de Lourdes. La iglesia subterránea siempre me
causa gran admiracin, pero acercarme por la noche a la “gruta”, sentarme en el
suelo en el lugar que la tradición dice estaba Bernardita y dejarme mecer
espiritualmente bajo el amparo de la Virgen, nunca lo olvido. Me impresiona
también cuando voy a Belén y, si hay tiempo, nos acercamos a la “gruta de la
leche”, recordar las leyendas que conserva, la piedad de tantas mujeres,
cristianas y musulmanas, que allí solicitan de Santa María fecundidad y poder
amamantar a su criatura. Sí, se deja uno llevar por sentimientos folclóricos,
hasta que topa con un recinto silencioso donde en todo momento esta alguna
monja adorando en presencia de Jesús-Eucaristía. No hay nada espectacular que
ver, lo importante se descubre con la mirada interior y el recinto y las personas
meditando la facilitan.
Una de las frmulas de introduccin a la misa, dice: “el Seor Jesús, que nos
invita a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, nos llama ahora…” Reflexiona
uno contemplando la mesa-altar, pero, de inmediato, se pregunta ¿Dónde está
la otra mesa?. Hay que reconocer que, pese a que los textos litúrgicos hablan
del ambón como de un lugar, en muchos casos, lo que ve uno, es un simple
atril, de más o menos acertada factura. Tal es su forma que, en determinadas
ocasiones, lo he visto utilizar para sostener la partitura musical del director de
una coral, que ofrece un concierto.
Se le planteó la cuestión de la ausencia de un digno ambón, al ceremoniero de la
basílica de San Pedro, en el Vaticano y, para sorpresa mía, explicó que el edificio
se había edificado como monumento de homenaje al Apóstol y que, una vez
acabado, se vio la posibilidad de que fuera lugar de celebración de la misa. Fue
fácil hacer la correspondiente mesa-eucarística, dotada de su baldaquín, que las
rúbricas de aquellos tiempos exigían, pero no se supo o no se quiso, diseñar un
digno lugar para la proclamación de la Palabra. Porque, pese al vocabulario
usual, se trata de un espacio de proclamación, no de simple recitación de un
texto. Este ministerio, es decir, servicio sagrado, no requiere ordenación y nada
impide que lo ejerza una mujer, realzando así su dignidad cristiana. Sobre este
tema, el de la “Palabra de Dios en la vida y en la misin de la Iglesia” ha
publicado el Papa una maravillosa exhortación pastoral a la que me dedicaré la
p róxima semana.