«Semillas de esperanza»
Tu misión es la de salvar almas

Autor: Padre Fernando Torre, msps.

 

 

Concepción Cabrera de Armida es para los miembros de las Obras de la Cruz —y espero que también lo sea para ti— una luz que ilumina nuestra manera de colaborar en la misión de la Iglesia.

Un día ella escuchó que Jesús le decía: «Tú incendiarás a muchos corazones, con el fuego del Espíritu Santo, y los herirás con el santo leño de la Cruz»[1]. Y así ha sido.

A esta mujer, laica, mexicana, de principios del siglo XX, muchos la llamamos “Nuestra Madre”. Ella perteneció totalmente a Jesús y estuvo decididamente orientada a la salvación del mundo. Sus hijos e hijas espirituales debemos tener su parecido[2].

En el año de 1889 Conchita asiste por primera vez a unos ejercicios espirituales. Son predicados por el P. José Antonio Plancarte. Allí escucha la palabra que marcará toda su existencia: «Tu misión es la de salvar almas»[3]. Salvar almas es la vocación de Conchita; su misión en la Iglesia. Para esto nació.

Como su experiencia de Dios es auténtica, no puede encerrarse en sí misma a gozar de las gracias recibidas durante los ejercicios. El Espíritu Santo la impulsa a la misión. A los pocos días, en Jesús María, S.L.P., hacienda de su hermano Octaviano, junta a un grupo de mujeres y les transmite las enseñanzas que ha recibido.

Recibir y transmitir será, para Conchita, el latido constante de su espíritu. «Son muchas gracias para una sola alma»[4], le dirá Jesús muchas veces.

El 14 de enero de 1894, impulsada por el amor, Conchita graba en su pecho el monograma JHS. Con esto ella buscaba un mayor acercamiento a Jesús, ser totalmente de Él. Pero el Salvador, al aceptar la ofrenda de Conchita, la consagra y le cambia la finalidad; le da la misma dirección que Él lleva. Por eso, ella no puede dejar de exclamar insistentemente: «Jesús, Salvador de los hombres, sálvalos, sálvalos»[5].

La consagración a Dios —la de Conchita, a través del monograma, y la nuestra, a través del bautismo, la profesión religiosa o la ordenación sacerdotal— siempre es salvífica, siempre produce un bien para los demás. De lo contrario, no es verdadera consagración o no es consagración al verdadero Dios.

Los miembros de las Obras de la Cruz somos una respuesta concreta de Jesús al clamor sacerdotal de intercesión que Conchita elevó: «Tú me pedías que salvara a los hombres, y Yo he venido de nuevo a salvarlos por medio de estas Obras… Oh hija, y ¡qué grandes son las Obras de la Cruz! Sólo Yo puedo medir la extensión que abarcan y el bien que en el mundo harán»[6].

Conchita realizó una amplia labor apostólica a través de sus escritos. Su palabra tiene una eficacia divina que mueve los corazones: «tus palabras tendrán vida, porque la voz de Dios obra. Quiero que lo que digas o escribas, que es lo mismo, tenga germen de vida divina, que sea como semilla que fructifique para el cielo»[7].

Por medio de sus libros, ella da a conocer la doctrina de la Cruz[8], busca que Dios sea amado y trata de propiciar la conversión en los lectores.

Cada carta que escribió es una predicación personalizada, una palabra dirigida al corazón del destinatario. Obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos y familiares suyos se beneficiaron del apostolado epistolar de Conchita.

Sus escritos autobiográficos, aunque no los escribió con la intención de publicarlos, son una fuente inagotable de gracias. Quien lee esas páginas, se encuentra con Dios.

Como fruto de la gracia de la encarnación mística (que ella recibió el 25 de marzo de 1906), el Espíritu Santo le comunica a Conchita una especial fecundidad. Siendo madre de Jesús sacerdote, la hace «madre de los sacerdotes»[9]. Ellos son los principales destinatarios de su misión[10]. Las confidencias para los sacerdotes, que Conchita escucha que Jesús le dicta, son una manifestación de su maternidad en favor de los pastores del Pueblo de Dios[11].

Sin descuidar sus deberes de esposa y madre, Conchita realiza un apostolado que trasciende el ambiente familiar[12]. Su misión tiene las dimensiones de la misión de la Iglesia: la salvación de la humanidad. Para encontrar colaboradores que le ayuden a realizar esta misión, Jesús la hace entrar en contacto con la jerarquía eclesiástica. La fundación de cada una de las Obras de la Cruz no habría sido posible sin el dinamismo de Conchita y sin la colaboración del P. Alberto Mir, de Mons. Ramón Ibarra, de Mons. Leopoldo Ruiz, del P. Félix Rougier…

La oración, sobre todo la adoración nocturna, y el sacrificio fueron medios apostólicos a los que Conchita dio especial importancia. Ella es consciente de que sus palabras no pueden mover los corazones, pero también sabe que Dios sí puede hacerlo; por eso ora; por eso se sacrifica. Y su oración fue escuchada. Y su sacrificio fue fecundo.

Concepción Cabrera de Armida tuvo una viva conciencia de ser un instrumento en las manos de Dios. Solamente un instrumento (acueducto y caño por donde cruzan los tesoros del cielo[13]; taquígrafa, amanuense o máquina que Jesús utiliza para comunicar su doctrina[14]), pero un instrumento necesario, sin cuya colaboración no habría sido posible que se realizaran las obras que Dios quiso hacer a través de ella[15].

Ella es auténtica: vive lo que dice; busca cumplir siempre y en todo la voluntad del Padre. Su vida —mucho más que sus palabras o sus escritos— es su mejor predicación.

Conchita tiene un atractivo divino[16]. Los que la conocieron personalmente, así como quienes la conocemos sólo a través de testimonios o por sus escritos, nos sentimos arrastrados, no hacia ella, sino hacia el Dios que vive en ella.

Quien se encuentra con esta mujer‑llena‑del‑Espíritu, entra en el ojo de un tornado y se experimenta lanzado hacia Dios y hacia los hermanos. Así le sucedió a Félix de Jesús. Así nos sucedió a muchos de nosotros. Le pido a Dios que así te suceda a ti.

Ella nunca nos deja tranquilos en nuestra mediocridad; nos impulsa a ser santos.

Conchita no sólo es fecunda, es fecundante: engendra a Cristo en los demás[17]. Quienes toquen a esta mujer, «tocarán al Verbo»[18].

Ella no nació para sí misma; Jesús le dice: «Naciste para los demás»[19]. Por eso, los anhelos misioneros de esta madre de familia nunca fueron saciados[20], incluso le reclama a Dios: «¿Por qué no me hiciste misionero?»[21] Ella siempre tuvo sed de salvación; así escribe a su director espiritual:

He palpado que de mí, nada puedo: he tocado mi nulidad, y sufro con esas promesas del Señor, Padre, con esa misión de levantar a las almas a muy alta perfección y unión con Él. Pero, al mismo tiempo de sentirme aplastada, siento fuerzas sobrenaturales, siento bríos para emprender la cruzada entre mil espadas, entre el martirio mismo. Siento fuerzas de atleta, siendo un gusano.

Ha crecido, se ha encendido el celo en mi alma, y me quemo, porque el celo también es fuego, es una derivación del amor. Me ardo, Padre, quisiera encender a los Directores de Comunidades, quisiera coger sacerdotes, Padre de mi alma; yo creo que se les comunicaría este fuego y se incendiarían y arderían por las almas.

Me bulle la sangre, me hierve en ansias de lanzarme a infundir el espíritu de la Cruz. ¿Qué hago, Padre Bernardo?, éste es un martirio; siento que el Señor me empuja, que me pide, que me da para dar... pero ¿dónde me derramo... en dónde están los recipientes? Siento un volcán en ebullición dentro del pecho: ¿en dónde están, ¡ay Dios mío! los Sacerdotes de la Cruz...?

Las palabras del Señor obran, y yo siento un nuevo incendio que me consume, que me mata. ¿Qué hago, Padre Bernardo?

Veo a las gentes, como en inacción, y quisiera ponerles inyecciones de fuego, para que amaran, para que se crucificaran[22].

¿Y nosotros? ¿Estamos tranquilos en la inacción dejando que el mundo siga destruyéndose y que millones de personas vivan sin conocer a Dios, o tenemos dentro del pecho un volcán en ebullición (que nos hace gritar: «Jesús, Salvador de los hombres, sálvalos, sálvalos»[23]) y queremos poner a todos inyecciones de fuego?



[1] Cabrera de Armida C: Cuenta de conciencia (en adelante citado como CC) 18,15: ene 1903; cf CC 56,256-257.

[2] Cf CC 27,36.49-50.

[3] Cf Cabrera de Armida C: Autobiografía 1,51.

[4] CC 27,366: 26 ago 1907.

[5] Cabrera de Armida C: Autobiografía 2,33.

[6] CC 22,412-413: 21 jun 1906.

[7] CC 25,300-301: 18 feb 1907; cf CC 37,36; 50,263-264.

[8] Cf CC 27,365.

[9] CC 53, 15: 28 nov 1928; cf CC 37,63; 47,161-163; 50,176-178.

[10] Cf CC 18,221-222; 53,371-376.

[11] Cf CC 50,263. Esas confidencias han sido publicadas: Cabrera de Armida C: A mis sacerdotes. México, La Cruz, 19977.

[12] Cf CC 34,279-280.

[13] Cf CC 27,367.

[14] Cf CC 51,129; 13,263.

[15] Cf CC 35,37.

[16] Cf CC 34,280-281; 38,215.

[17] Cf CC 19,321-322.

[18] CC 30,71: 26 may 1908.

[19] CC 11,114: 30 jun 1899; cf CC 10,218.295-296.

[20] Cf CC 21,354-359.

[21] CC 28,325: 7 dic 1907; CC 37,63-66.

[22] CC 27,377-379: 29 ago 1907.

[23] Cabrera de Armida C: Autobiografía 2,33.