«Semillas de esperanza»
¿Cuál compañía telefónica y cuál iglesia voy a escoger?

Autor: Padre Fernando Torre, msps.

 

 

Durante muchos años, en México la única compañía que ofrecía servicios telefónicos era Telmex. En 1995, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes anunció que, a partir de 1997, se abriría la posibilidad de que otras compañías ofrecieran servicios de llamadas de larga distancia.

La respuesta no se hizo esperar. Unas semanas después, ocho compañías comenzaron a hacer campañas publicitarias. Todas querían ganar el mayor número posible de clientes.

Una pregunta que frecuentemente se hacía entonces entre las gentes era: «Y tú, ¿cuál compañía vas a escoger?» Las respuestas variaban: «Me cambiaré a AT&T, pues tiene mucha experiencia»; «Me atrae Avantel, pues es más barata»; «Yo prefiero a Marcatel, pues ofrece mejores servicios»; «Voy a contratar a IUSACELL, pues también ofrece servicio de telefonía celular»…

Cuando Telmex vio que estaba en peligro de perder muchos clientes, hizo una agresiva campaña publicitaria: ofrecía descuentos especiales, mejor servicio, facilidades de pago, etc. Como ejemplo, en el periódico Siglo 21, de Guadalajara, del 28 de febrero de 1997, Telmex publicó ocho anuncios; en cada uno aparece la fotografía de una persona, y al pie está escrito: «Yo me quedo con LADA», y luego dan las razones de su elección: «Porque puedo llamar a donde yo quiera», «Porque tienen un servicio excelente», «Porque salen baratísimas las llamadas»…

Los usuarios del teléfono escogieron tal o cual compañía basándose en los beneficios reales que les reportaba.

 

Parece que la Iglesia Católica ha olvidado una ley elemental de mercadotecnia: El cliente elige el mejor servicio, el más barato o el que mejor satisface sus necesidades o expectativas.

Antes nos gloriábamos de que México era una nación 100% católica. Las estadísticas de 1990 indicaban que sólo el 89.6% de la población era católica1. Y muy probablemente ese porcentaje disminuyó en el año 2000.

Y ante el enorme número de mexicanos que dejan la Iglesia y se unen a otros grupos religiosos, lo único que los católicos hemos hecho es quejarnos de la actividad proselitista de las “sectas” (diciendo esta palabra con desprecio y una camuflada envidia) y criticar a esos “malos católicos” que no supieron defender su fe.

Pero ¿por qué dejaron la Iglesia Católica? Porque las otras iglesias les ofrecieron algo que les pareció mejor, más atractivo y que respondía más plenamente a sus necesidades. Al fin y al cabo, cuestión de mercadotecnia.

Y ¿qué ofrecen esos grupos religiosos? Nada nuevo ni extraño; sólo lo que antes ofrecían las primeras comunidades cristianas y que ahora con frecuencia descuida la Iglesia Católica. Me refiero a estos elementos:

[  El anuncio gozoso y entusiasta de Jesucristo, muerto y resucitado, que ofrece la salvación.

[  Un encuentro personal con Jesucristo y la experiencia viva de la acción poderosa del Espíritu Santo.

[  Un camino de vida nueva: la conversión constante, el seguimiento de Jesucristo, la oración, el amor al prójimo, el servicio al pobre, la coherencia de vida.

[  Ritos sacramentales que comunican la gracia y que son verdadera iniciación a la vida comunitaria.

[  Celebraciones litúrgicas festivas, fraternas, llenas de fe, en las que se celebran las intervenciones salvíficas de Dios en la vida del pueblo.

[  Una catequesis basada en la Biblia, que no es sólo transmisión de verdades abstractas, sino, principalmente, acercamiento vital al misterio de Dios.

[  Una comunidad pequeña que comparte su vida y sus bienes, en la que cada miembro es esencial y realiza un servicio en favor de la misma comunidad.

[  La posibilidad de un contacto personal y frecuente con los dirigentes de la comunidad. Pastores que conocen a sus ovejas y a cada una la llaman por su nombre (cf. Jn 10,3.14).

[  Una misión evangelizadora, abierta al mundo, en la que todos participan. Misión impulsada por el Espíritu Santo, que incluye anunciar la Buena Noticia a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos y oprimidos… (cf. Lc 4,18-19).

[  Una iglesia que crece no como masa informe sino como comunidades de creyentes que se multi­plican y se relacionan entre sí.

[  Un proyecto de transformación del mundo: la construcción del Reino de Dios. Un Reino de amor, verdad, justicia, vida y paz; un Reino en donde cada quien puede vivir como hijo/a de Dios y hermano/a de todos.

¿Brindamos, de veras, los católicos todo esto a los hombres y mujeres de hoy? ¿O será que sólo les ofrecemos normas y prohibiciones, ideas y clericalismo, ritos vacíos y anonimato de los miembros, pasividad y conformismo, estructura y burocracia?

Nos quejamos de que muchos católicos se estén yendo a las sectas, pero no hacemos nada. «Hace diez años en este pueblo todos éramos católicos, pero nos cambiamos, pues el padre nunca venía a visitarnos».

Un verbo importantísimo en la evangelización es “ir”: «Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15). Por eso, Pablo repite las palabras del profeta Isaías: «¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian el bien» (Rm 10,15; Is 52,7). No dice “los labios”, sino “los pies”. ¿De qué nos sirve tener boca, si no vamos a donde están los que necesitan escuchar? Y el mandato de Jesucristo, «vayan y proclamen», no es sólo para los misioneros, es para todos los cristianos, para ti y para mí.

Hablando de los católicos en comparación con los protestantes, oí dos frases que me impactaron: «Los sacerdotes católicos vienen a visitarnos, mientras que los ministros protestantes están aquí». La otra es: «La Iglesia Católica llega hasta donde llega lo pavimentado; los protestantes van más allá». Pueden ser exageraciones, pero algo nos indican respecto de lo que está pasando. Con humildad y vergüenza tenemos que reconocer que muchos católicos —laicos, religiosas/os, sacerdotes y obispos— estamos muy lejos de tener el celo apostólico de los protestantes y los testigos de Jehová. ¿Cuántas puertas he tocado para anunciar el Evangelio? ¿Cuántas horas a la semana dedico al apostolado?

Tomemos ejemplo de Telmex: en cuanto vio que las otras compañías le podían quitar a sus clientes, actuó para ofrecer mejores servicios, a mejor precio…

No se trata de ofrecer una vida cristiana «light», cómoda, sin exigencias ni compromisos, adecuada a los caprichos de la sociedad actual. Se trata, más bien, de ofrecer, con entusiasmo y claridad, la vida cristiana en su más pura esencia: una vida comprometida y apasionada, comunitaria y misionera, centrada en Jesucristo y con incidencia en el mundo. Eso quieren muchos católicos y, como no lo encuentran en la Iglesia, lo van a buscar a otros grupos religiosos.

Los protestantes, los testigos de Jehová, los evan­gélicos, los adventistas… han venido a llenar el vacío que hemos dejado los católicos.