«Semillas de esperanza»
En equipo o nunca

Autor: Padre Fernando Torre, msps.

 

 

El martes, a la hora del desayuno, vimos nuevamente a Juan. Tenía una clara expresión de cansancio y su rostro bronceado dejaba ver los efectos del sol y la nieve. El domingo en la noche, después de cenar, se había despedido de nosotros. Iba a subir el Popocatépetl en compañía de Arturo, Luis y Raúl. Mientras desayunábamos, Juan, emocionado, nos contaba sus experiencias de la ascensión al Popo. Ésta había sido la séptima vez que había logrado conquistar esa cumbre de 5,452 m. Todos nosotros lo escuchábamos con atención.

Habían salido de la ciudad de México rumbo a Amecameca el domingo a las 9 de la noche. Durmieron en el refugio de Tlamacas. El lunes, a las 5 de la mañana, comenzaron a subir. Para eso de las 11 ya habían llegado a la cumbre.

Juan seguía comentándonos lo que les había sucedido: el amanecer, el paisaje que desde allí se contempla, la alegría al llegar a la cima, etcétera.

De entre todo lo que nos contó hubo algo que a mí me interesó en especial: en el segundo refugio, el de Teopixcalco, se habían encontrado a un canadiense que estaba haciendo la ascensión solo. Yo le pregunté si había alguna ley que exigiera que la ascensión fuese hecha en equipo. Juan respondió que no, pero que para subir individualmente era necesario, además de todo lo que se requiere para hacerlo en grupo, tener mucha experiencia. Nos dijo también que el subir solo aumenta enormemente el riesgo, puesto que en caso de accidente, aunque fuera pequeño —una luxación de tobillo, por ejemplo—, podría ser mortal, dado que no hay nadie que pueda ayudar. Y que hay ciertas montañas que, ya sea por lo accidentado de su terreno o por su altura, es imposible escalar individualmente.

En equipo, por el contrario, todo se facilita. Un novato puede conquistar una cumbre, si va con un equipo experimentado. Los riesgos se reducen, pues en caso de un accidente todo el grupo puede ayudar. Si el terreno es muy accidentado, los que están haciendo la ascensión se unen en “cordada”, esto es, se unen entre sí con una cuerda, amarrándola cada uno a una argolla de su cinturón; de esta manera, en caso de que alguno resbalara o cayera, sería detenido por los demás del grupo. Para subir montañas muy altas es necesario hacerlo en grupo, pues se tienen que ir haciendo campamentos a diferentes alturas; además, es imposible que uno solo pueda cargar todo el equipo que se necesita: hay que tener en cuenta que a más de 7,000 m. de altura la temperatura es aproximadamente de 40º bajo cero, por tanto se necesitan botas especiales, ropa especial; y el oxígeno que hay en el aire a esa altura es insuficiente para vivir, por tanto se requieren tanques de oxígeno[1], tiendas de campaña especiales, etcétera. Ascender solo es imposible; en equipo, es posible.

En 1953 una expedición inglesa conquistó la cima más alta de la tierra: el monte Everest con sus 8,848 m. Entre 1950 y 1960 las catorce cumbres de más de 8,000 m. que tiene la cordillera del Himalaya fueron conquistadas.

Y nosotros, cristianos, que pretendemos conquistar el mundo para Cristo, que luchamos por instaurar aquí y ahora el Reino de Dios, somos tan individualistas, tan independientes, tan autosuficientes…

Dios eligió a Abraham y, en él, al Pueblo de Israel con sus doce tribus. El número 12, para los hebreos, es un número simbólico que expresa la idea de comunidad.

Jesús eligió a doce hombres y los hizo sus apóstoles. Formó con ellos una comunidad. La comunidad apostólica tiene como centro a Jesús.

La Iglesia es, esencialmente, comunidad. Es el Pueblo de Dios, al que cada hijo de Dios pertenece como ciudadano. Es el Cuerpo de Cristo, del que cada uno es un miembro con una función específica, que, junto con los demás miembros, vive una misma vida y realiza una misma misión. Es Templo del Espíritu, en el que todos, como piedras vivas, contribuimos a su edificación. Cristo es el Pastor de este Pueblo, la Cabeza de este Cuerpo, la Piedra Angular de este Templo.

La Iglesia es comunidad —debe ser comunidad— en todos sus niveles: Iglesia Universal, Iglesia Local (o Diócesis), Parroquia, Comunidad Eclesial de Base. Por tanto, todo lo que participa de la vida de la Iglesia, necesariamente debe tener una dimensión comunitaria: congregaciones religiosas, movimientos eclesiales, obras apostólicas, asociaciones laicales, etcétera; la Liturgia, la evangelización, los carismas, el ministerio jerárquico, etcétera; incluso la misma oración personal, la cruz de cada uno, el servicio apostólico de cada cristiano deben tener una dimensión comunitaria. De no ser así, no serían eclesiales.

Es posible que alguien trabaje individualmente por extender el Reino, pero sería contradictorio, pues el Reino es comunidad de hermanos, hijos de un mismo Padre.

Trabajar solo lleva siempre el riesgo del desánimo y dejar así la obra sin terminar. A la hora de la crisis, de la duda o del fracaso —que muy frecuentemente se hacen presentes en nuestra vida—, si no tenemos a nadie a nuestro lado, todo está perdido.

Hay quienes buscan unirse a Dios solos, sin relación alguna con sus hermanos; sin referencia a ellos. Quizá lo puedan lograr, aunque me cuesta trabajo creerlo; en caso de que fuera posible, implicaría muchos riesgos, muchos. Cabe aquí hacernos la pregunta que Ch. Péguy se hacía: “¿Qué nos diría Dios, si llegamos hasta Él los unos sin los otros?” Por eso, quien ha elegido un estado de vida contemplativo debe ser quien más se preocupe por sus hermanos, los del mundo entero. Su oración, su trabajo, su vida toda debe estar consagrada en favor de ellos.

¡Ay de nosotros tan autosuficientes! No sabemos colaborar en los proyectos de otros, no queremos pedir ayuda para nuestros proyectos. Cada vez nos convertimos más en “hombres orquesta”, con quienes nadie puede colaborar, a no ser como simples ejecutores de nuestras órdenes.

Somos Iglesia. Debemos ser comunidad. Debemos aprender a ser comunidad. Y se aprende sólo en la práctica: viviendo con otros, trabajando con otros, orando con otros, sufriendo con otros. Allí aprenderemos a conjugar en la vida los verbos servir, compartir, dar y recibir, comprometerse, luchar, esperar, comprender, perdonar… allí aprenderemos a amar.

Las montañas peligrosas, las altas cumbres, únicamente se logra conquistarlas en equipo. Si amamos, si hemos aprendido juntos a amarnos, entonces sí podremos conquistar el mundo para Cristo, entonces el Reino de Dios será una realidad entre nosotros y podremos trabajar, juntos, para que cada día sea una realidad más viva en el mundo.


[1] Algunas personas han logrado subir la cumbre del Everest sin necesidad de tanques de oxígeno. No corregí el texto para respetar la redacción original (tal como lo expliqué en el prólogo).