«Semillas de esperanza»
Alegría

Autor: Padre Fernando Torre, msps. 

 

 

La alegría es el termómetro de nuestra persona. Si falta alegría en el corazón, algo anda mal; lo mismo que si la temperatura corporal se aparta de los 36.5º C. Cerramos los ojos ante ese termómetro, tan sensible, pues nos echa en cara nuestra incoherencia, nuestros errores; pero sólo mirándolo de frente podremos poner un remedio adecuado.

A veces intentamos alterar el termómetro de la alegría. Aunque podamos provocar placer y risa, no podemos producir artificialmente alegría. Ésta, al igual que la temperatura corporal, surge del interior de manera espontánea. Quien busca estar alegre a través del alcohol, la droga, las diversiones, los bienes materiales… se hunde más y más en su tristeza.

La alegría no está determinada por el exterior, aunque las circunstancias pueden favorecerla o dificultarla. Algunas personas sienten alegría, a pesar de la enfermedad, la pobreza, los problemas familiares, las críticas o amenazas; mientras que otras, ricas y famosas, bellas y sanas, saborean una amarga tristeza.

La alegría no es un rasgo del carácter ni una actitud adquirida. Es un sentimiento, un efecto efímero, como el sonido de la guitarra, que sólo se escucha mientras vibra una cuerda. No es exacto decir que una persona es alegre, pero sí que en este momento está alegre.

Para que surja la alegría es indispensable que nos reconciliemos con nosotros mismos y con nuestra historia, que aceptemos con sencillez las dificultades y limitaciones de la vida, que hagamos el bien a los demás, que vivamos coherentemente nuestros valores y que amemos y seamos amados.

Es difícil aparentar alegría cuando carecemos de ella: nos delatan la mirada, el rostro, el tono de voz, las posturas… pero más difícil aún es ocultarla cuando abunda en nuestro corazón.