«Semillas de esperanza»
Mentira

Autor: Padre Fernando Torre, msps. 

 

 

Vivimos en un mundo de engaño y mentira: funcionarios públicos que hacen promesas sin tener la intención de cumplirlas, esposos que se traicionan mutuamente, comerciantes que estafan a sus clientes, testigos que hacen declaraciones falsas… ¿Y acaso nosotros no mentimos también? ¿Cuáles son nuestras mentiras más frecuentes?

En algunas culturas la mentira ha dejado de considerarse como algo malo; es mala, dicen, sólo si se llega a descubrir. A veces, incluso, es motivo de orgullo tener la astucia suficiente para mentir sin ser descubierto. Y si otra persona llega a encontrar el engaño, el mentiroso se siente ofendido, inventa excusas o agrede a quien lo desenmascaró. ¡A nadie le agrada ser considerado mentiroso!

Lo que sucede entonces en esas culturas (familias, comunidades, empresas, países) es que cada uno desconfía de los demás, sospecha de su veracidad y se predispone para impedir ser engañado. Y, fingiendo, le hace creer al otro que acepta como verdadero lo que dice, cuando en realidad lo considera falso.

Si decimos una mentira, es probable que después tengamos que decir otra para cubrir la primera, y así sucesivamente. La mentira nos esclaviza; sólo la verdad nos hace libres (cf. Jn 8,32).

Cuando Jesús se presenta a sí mismo, dice: «Yo soy la verdad» (Jn 14,6). Mientras que del diablo afirma: «es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44). No hay mentiritas ni mentiras piadosas; la mentira es diabólica. Por eso, pidámosle a Dios: «aleja de mí la mentira y la palabra engañosa» (Pr 30,8).

Pero que no quede todo en súplicas. Te invito a hacer el propósito de no decir hoy ni una mentira, ni la más pequeña. E incluso, si nos descubrimos diciendo una, en ese momento detengámonos y, frente a los demás, corrijamos nuestra afirmación.