«Semillas de esperanza»
Dueño de mí

Autor: Padre Fernando Torre, msps. 

 

 

Ser persona es una gracia y una tarea. Implica ser libres, responsables de nuestros actos, constructores de nuestro futuro; implica llegar a ser dueños de nosotros mismos. A nadie podemos echarle la culpa de ser como somos, de pensar como pensamos, de actuar como actuamos. Es cierto que algunas personas han influido mucho en nosotros, que algunas circunstancias nos han condicionado, pero nada nos ha determinado. Nuestra libertad, aunque se vea reducida, no podrá ser eliminada (salvo en casos de enfermedad psíquica severa).

Se dice fácil eso de «ser dueños de nosotros mismos», pero es un enorme reto. Poco a poco tenemos que ir arrancando, de la mano de otros tiranos, espacios de autonomía en los que nosotros mandemos. Las circunstancias, el consumismo, la publicidad, la moda, la opinión ajena… son tiranos externos que nos quieren dominar. Nuestros estados de ánimo, fantasías, obsesiones y vicios, nuestra pereza y pesimismo… son tiranos internos. El mal, en cualquiera de sus formas, es el gran tirano. Por eso, san Pablo exclamaba: «¡No me dejaré dominar por el mal!» (1Co 6,12).

Ser autónomos significa obedecer nuestra propia ley. Y es nuestra esa ley que Dios ha escrito en nuestra conciencia: «Haz el bien y evita el mal». También son nuestras las demás normas que hemos ido formulando para nosotros a lo largo de la vida.

Para ser libres, hemos de vivir el Evangelio y oponernos a seguir las normas que nos dictan nuestros caprichos, el mundo y el pecado.

Ser dueños de nosotros mismos implica pensar coherentemente, actuar conforme a lo que debemos hacer y controlar nuestros hábitos, pues de otra manera nuestros hábitos nos controlarán a nosotros.