«Semillas de esperanza»
Alegría compartida

Autor: Padre Fernando Torre, msps. 

 

 

«Alégrense con los que se alegran, lloren con los que lloran», nos dice san Pablo (Rm 12,15). En general, hemos hecho caso a la segunda parte de la recomendación. Pero, por haber olvidado la primera, muchas veces vivimos entre llantos y lamentos, como si estuviéramos en un funeral.

Si somos solidarios en las desgracias, también debemos serlo en las dichas. No sea que al tocar las puertas del cielo Jesús nos diga: «Tuve hambre y no me diste de comer; estuve alegre y no te alegraste conmigo». ¿Por qué en algunas congregaciones sí permiten a los religiosos ir al entierro de sus parientes y no a las bodas? Descubrir las pequeñas o grandes alegrías que viven los demás y alegrarnos con ellos es una buena manera de amarlos. Agradezcámosles que nos permitan compartir su dicha, haciendo así más agradable nuestra vida.

Por nuestra parte, busquemos la compañía de los demás, no sólo cuando tengamos algún sufrimiento o cuando una pena nos agobie, sino también para compartirles nuestras alegrías. Una buena noticia exige ser comunicada. Gozar una alegría a solas es como disfrutar un litro de helado de chocolate sin convidar a nadie, o como comprar todos los boletos de un concierto para que el artista cante únicamente para mí. No seamos tacaños: comuniquemos con sencillez a los demás los motivos de nuestro gozo. Sólo así ellos podrán alegrarse con nosotros.

La solidaridad sigue una extraña ley matemática: una tristeza compartida se divide, una alegría compartida se multiplica.

Si soy seguidor de Jesucristo, si amo, tengo que descubrir las alegrías de los demás para alegrarme con ellos, y compartir mis alegrías para que ellos se alegren conmigo.

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