«Semillas de esperanza»
Atracción y vulnerabilidad

Autor: Padre Fernando Torre, msps.  

 

Cada persona posee e irradia belleza, verdad y bondad. Nos sentimos atraídos por ella; tiene algo que nos fascina; queremos conocerla. El encuentro con una persona toca nuestra afectividad, inteligencia y voluntad. Nos afecta en cuanto personas.

Por otra parte, los humanos estamos aún sin terminar, somos sujetos en proceso. Buscamos el encuentro con los demás, porque queremos dar y darnos; pero también porque tenemos necesidad de recibir. Sin los demás, nos sería imposible llegar a ser lo que anhelamos.

Deseamos el encuentro con los demás, pero al mismo tiempo lo tememos, pues el encuentro nos vuelve vulnerables. La mirada del otro nos desnuda y, por lo mismo, puede herirnos profundamente o afirmarnos en las raíces mismas de nuestro ser. Su palabra nos afecta, tanto si nos critica como si nos exhorta o alaba. Sus reacciones ante nosotros estimulan o inhiben nuestra conducta.

Al establecer una relación con alguien le damos poder sobre nosotros y corremos un riesgo, pues siempre está en libertad de abandonarnos.

El encuentro nos afecta: nos lleva a gozar, pero también a sufrir. Y porque muchos se espantan ante la posibilidad de cualquier sufrimiento, levantan en torno a sí una muralla que los defiende de los demás; evitan toda relación significativa o huyen —como si se tratara de un perro rabioso— de cualquier compromiso, en especial si es para toda la vida. Esta actitud se ve reforzada cuando previamente ha habido una relación que terminó en ruptura: «no vuelvo a amar, porque después se sufre», dice la canción. Por sustraerse a un sufrimiento, pierden también la posibilidad de gozar las alegrías que nos brinda la relación interpersonal, y jamás llegarán a saborear una amistad.