«Semillas de esperanza»
Falsas excusas

Autor: Padre Fernando Torre, msps.  

 

 

Una religiosa mexicana estaba muy molesta porque una muchacha española, a la que había invitado a un retiro, simplemente le respondió: «No iré, pues no me apetece». La religiosa me comentó que en lugar de esa respuesta, le habría gustado que la muchacha le hubiera dicho que tenía algo que hacer; o que sí quería ir al retiro, pero que no podía.

A algunas personas les parece inadecuado que les digan las cosas como son; les suena agresivo. Prefieren escuchar una mentira piadosa.

A otras les es difícil decir lo que realmente piensan, sienten o quieren. Y, para librarse de la necesidad de decirlo, inventan falsas excusas. Lo peor es que hay quienes se sienten orgullosas de su buena educación, pues evitaron que los demás se sintieran mal. Lo que deberían sentir es vergüenza por haber mentido, y por no haber tenido el valor de llamar a las cosas por su nombre.

Evitemos personalizar las cosas. Si un amigo rechaza mi invitación a comer hoy, no significa que desprecie mi amistad, sino simplemente que hoy no aceptó comer conmigo; pero tal vez otro día sí lo haga. Si rehusó, fue quizá porque estaba enfermo del estómago, porque tenía otra invitación, porque iba a salir de viaje, porque tenía ganas de comer en casa o porque estaba a dieta.

Lo normal sería decir siempre la verdad. Las falsas excusas lo complican todo. Al que las dijo, le queda la sensación de ser hipócrita, y teme ser descubierto. Quien prefiere recibir excusas, siente la molestia de ser incapaz de soportar la verdad.

Desde luego que no se trata de decir nuestra palabra de manera ofensiva sino con amabilidad y tino, pero siempre con verdad.