«Semillas de esperanza»

Yo

Autor: Padre Fernando Torre, msps.  

 

 

«Yo». Una sola palabra. La más densa. La que encierra mi propio misterio. La que expresa mi ser.

El mayor regalo que Dios me ha dado es ser yo mismo. Dios me ama por ser quien soy.

Yo soy yo desde que nací; lo soy ahora, a los 48 años; lo seré a los 75 (si es que llego). Con el paso del tiempo han cambiado las células de mi cuerpo, pero sigo siendo yo; ha ido cambiando mi personalidad, pero no mi persona. Y no cambiará: seré yo aunque me amputen un brazo o me convierta en delincuente, aunque pierda la fe o me vuelva loco. Podré cambiar y ser mejor o peor, pero jamás dejaré de ser yo mismo. Ni siquiera la muerte es capaz de destruir mi yo; seré yo por toda la eternidad; yo viviré para siempre con Dios.

Soy mi permanente compañero. Puedo convertirme en mi mejor aliado o mi mayor enemigo; pero no puedo separarme de mí.

Soy único e irrepetible. Sólo yo tengo la experiencia de ser quien soy.

Sobre mi persona se apoya una serie de cualidades y defectos, de rasgos físicos y habilidades. Mi yo está atrás de todas mis vivencias: pienso, me duele la rodilla, soy abrazado, siento frío, amo, estoy enojado, disfruto una taza de café.

Mi persona está esencialmente referida a un cuerpo, pero no se identifica con él; tampoco se identifica con mi alma. Yo no sería yo sin este cuerpo concreto. No puedo decir que “tengo” un cuerpo y un alma, como digo que tengo unos zapatos; yo soy cuerpo y alma; soy espíritu encarnado.

Aunque a veces me rebelo contra mí mismo por mis defectos, limitaciones o fallas, no estoy dispuesto —si pudiera— a cambiarme por otro. No me importa que ese “otro” tenga mejor salud, más fuerza de voluntad, más simpatía, más inteligencia, mejor relación con Dios. No me importa que ese “otro” sea como sea; yo me quedo con este “yo”, pues es el mayor regalo que Dios me ha dado.