No basta con saber

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)   

 

 

La vida nos pone ante mil opciones. Una carrera a realizar, un trabajo que puedo aceptar, un coche que me alquilan, un torneo este fin de semana, un paseo con los amigos a las montañas o al mar.

El tiempo no perdona, hay que decidir. Para hacerlo, sin embargo, necesitamos saber. Estudiamos la situación, pedimos consejo, buscamos la ayuda de un buen libro. Queremos saber para no equivocarnos, para no hacer algo malo, para no provocar dolor en los demás, para no dejar en nosotros mismos alguna herida psicológica o física por haber decidido lo que era peligroso, perjudicial o, simplemente (y tristemente), pecado.

Los cristianos podemos ayudarnos, en las elecciones, con lo que nos aconseja el Espíritu Santo a través de sus luces y su gracia, con la ayuda de la Biblia. Tenemos, además, la posibilidad de leer lo que nos explica el Catecismo de la Iglesia católica o lo que nos enseñan el Papa y los obispos en otros documentos, o podemos pedir consejo a un sacerdote o a un seglar bien formado.

Tristemente, también entre los cristianos hay algunos que recurren a “métodos” incompatibles con nuestra fe para conocer su futuro, para tomar una buena opción. Entre esos métodos no cristianos se encuentra el leer los horóscopos como si fuesen verdaderos, el recurrir a algún mago “profesional”, a las cartas o a otros métodos más o menos ocultísticos y carentes de valor a nivel humano y a nivel cristiano.

Dejemos de lado esos métodos no cristianos. Supongamos, por lo tanto, que nos hemos informado bien, que hemos recurrido a las fuentes de nuestra fe y escuchado al Espíritu Santo, que hemos analizado bien nuestra situación y las alternativas que se nos ofrecen. Al final del itinerario de reflexión y búsqueda, estamos listos para decidir. Entonces... nos damos cuenta de que no basta con saber.

Conocer lo que está bien o lo que está mal es el primer paso para caminar hacia el bien, para tomar una decisión justa. Pero sentimos, al mismo tiempo, fuerzas dentro o fuera de nosotros que nos impulsan a no escoger lo bueno y a optar por algo menos bueno o, en ocasiones, por algo que es claramente malo.

Un chico o una chica ha leído la Biblia, ha hablado con un sacerdote, ha dedicado tiempo a la oración. Al final, concluye que Dios le llama a darlo todo, a ser religioso. Pero la claridad de mente no basta. Tiene miedo, sus padres le presionan para que escoja una carrera y se case, para que atienda los negocios de la familia, para que no “arruine” sus muchas cualidades en algo tan “pasado de moda” como es el “darse a Dios”.

Unos novios han estudiado, con un deseo sincero de coherencia, cuál es la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad, sobre el noviazgo, sobre el matrimonio y la familia. Pero sienten la presión de los amigos, del ambiente, del propio deseo de placer, para alguna vez permitirse una relación sexual que va más allá de lo permitido. Saben, a nivel intelectual, que está mal lo que hacen, pero necesitan algo más que la simple información para decir un no a algo que es pecado (que es lo mismo que dar un sí a una madurez en el noviazgo, a ser honestos en su camino de preparación hacia el matrimonio).

Un trabajador sabe que lo correcto es cumplir con el horario de la oficina o de la fábrica: llegar a tiempo, no salir antes de hora, dedicar el tiempo a las propias obligaciones y no a hacer crucigramas o a pasearse por internet. Pero luego, la curiosidad ejerce su atractivo, y lo que es una clara norma ética no basta para que la voluntad diga “no” a esa salida furtiva para tomar unas copas en el bar de la esquina...

La línea divisoria entre la santidad y la mediocridad se encuentra en ese gran don de Dios que es nuestra libertad. La libertad acoge informaciones obtenidas gracias al estudio, a la investigación honesta, y luego recibe fuerzas de la voluntad. Una voluntad que necesita también ser formada, ser alimentada a través de opciones concretas, de actos buenos, a veces a través de pequeños sacrificios.

Es importante estudiar bien nuestra moral católica. Es importante, además, formar ese tesoro de la voluntad. Con ella podremos escoger bien, trabajar en serio por el bien de los demás, dejar egoísmos para servir, para amar, para crecer, para entregar tantas cualidades que hemos recibido de Dios.

Hoy es un día nuevo para mi vida. Hoy puedo construir, con pequeñas o grandes decisiones, una voluntad que me haga activo en el amor y coherente con el Evangelio. Hoy puedo decir no al mal, para decir sí al amor y a la esperanza. Así nuestro planeta percibirá una nueva luz, una alegría inesperada, al descubrir la belleza del amor de quienes viven según las enseñanzas de Jesús, el Galileo que supo lo que el Padre le pedía y dio un sí generoso, total y confiado.