La prostitución, ¿un amor en venta?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

La vida de cada ser humano depende de un motor fundamental, el amor. El amor late, como el corazón, con dos movimientos fundamentales: uno hacia afuera y otro hacia adentro, amar y sentirse amado. Quien ama a algo, a alguien, es capaz de todo. Quien se siente amado, protegido, ayudado, de un modo desinteresado y pleno, recoge energías para superar la enfermedad, el fracaso o la tristeza, y para construir todo lo bueno y grande que escribe las mejores páginas de nuestra historia.

Muchos matrimonios nacen precisamente del encuentro de dos amores. Ella y él aman y se aman. Las dos fuerzas se unen, el amor corre en los dos sentidos, y la alegría y el entusiasmo del matrimonio nos hacen sentir envidia a todos los que encontramos a esos esposos que se dan sin reservas, sin egoísmos, sin cansancios.

Esos matrimonios que nacen del amor y viven con amor son capaces de una vida sexual plenificante. El sexo, a pesar de lo mucho que nos ha presentado la televisión o de los comentarios jocosos que se dicen de vez en cuando, es una parte fundamental de la donación entre los esposos que se aman. Si se aman de verdad, lo harán con un compromiso total, sincero, hasta la muerte, sin sótanos escondidos, sin escapadas deshonestas...

Existen, sin embargo, diversas experiencias humanas que nos dicen lo que no es el amor. O, para ser más claros, lo que es vivir el sexo como puro placer sin compromiso. La masturbación y la prostitución son dos de esas formas de “vida sexual” en la que el placer ocupa el primer lugar y el amor queda en la penumbra. Si nos fijamos en la prostitución, nos daremos cuenta de que nació precisamente cuando hombres quisieron poder “gozar” un poco, egoísticamente, de mujeres que tal vez ni conocían. Ante la exigencia del “mercado”, pronto otros hombres o mujeres esclavizaron a las que hoy llamamos “prostitutas”, y las vendieron en mercados, en plazas, en carreteras, para que los “clientes” pudiesen tener, a cualquier hora, siempre que pagasen, las prestaciones sexuales que quisieran.

Cuando se habla de la prostitución, se habla de un drama. Porque si el amar y el ser amado son las fuerzas que más pueden hacernos felices, la esclavitud del sexo, el abuso por dinero de un gesto que debería ser de amor, empobrece de un modo inimaginable a los clientes, y humilla en su dignidad, en su humanidad, en sus capacidades de amar y de ser amada, a cada prostituta (o a cada niño del que se abusa sexualmente).

Quizá nos hemos acostumbrado a ver tantas chicas, algunas jovencísimas, que lucen sus ofertas sexuales en público, incluso a pleno día. Quizá nuestros ojos no se atreven a mirarlas, o las miran con compasión, con pena, como quien quisiera hacer algo por redimirlas. Quisiéramos comprender su drama personal, su historia, sus dolores, sus penas.

Estas mujeres, estas adolescentes, están con muchos, y ninguno las ama de verdad. Quisieran también ellas tener un amor fiel, un hombre con quien casarse para siempre, y se ven burladas y usadas por personas a las que difícilmente se les puede calificar sin caer en la tentación de un insulto que refleje nuestra condena y nuestra rabia. Quisieran una mano amiga, una oportunidad para salir de esa situación, y se encuentran con auténticos esclavistas que las tratan y las venden como si fueran mercancías en un mundo que se dice defensor de la libertad y de la democracia. Quisieran una palabra de perdón, de aliento, una oración, y tal vez se encuentran con el desprecio de personas que tal vez se creen honestas y justas...

El drama de la prostitución nos interpela un poco a todos. Por ellas y por ellos. También el cliente, a pesar de toda la pobreza afectiva que muestra con su comportamiento, merece una ayuda, quizá un tratamiento psicológico, para aprender a amar, para dejarse amar. O, si tal vez no merece un poco de comprensión, sino una condena severa, al menos necesita que alguien le tienda una mano. También los criminales, que han perdido “méritos” ante la sociedad, necesitan que alguien les perdone.

Amar y ser amados. Cuando triunfe el respeto del amor desaparecerán las cadenas y las presiones que llevan a tantas mujeres a la prostitución. Cuando triunfe el amor, el sexo será vivido en su dimensión verdadera, dentro de la vida matrimonial que lleva a los esposos a la fidelidad más entusiasmente que podamos imaginar. Cuando triunfe el amor, habrá menos clientes que busquen “pasarla bien” con un rato de placer que no puede ser completo si es sólo con una extraña, a la que quizá se desprecia, como también ella no puede no sentir desprecio hacia esos “hombres” que pagan por un rato de placer porque no han logrado una profunda madurez en el amor.

Amar y ser amados. Nos toca a todos miran con nuevos ojos a las prostitutas. Quizá con unos ojos parecidos a los de Cristo. Jesús supo amar más que nadie. Por eso, ante su mirada, todos nos sentimos amados, perdonados, acogidos. Ese es el camino de la redención. Si queremos ayudar a las prostitutas, hemos de cambiar nuestras miradas y nuestros corazones. Y, si nuestro amor lo permite, también habrá nuevos modos para ofrecerles un camino de liberación y de vida. Sólo así algún día ellas podrán experimentar en plenitud un amor que habrá nacido de la experiencia del haber sido amadas y respetadas...