Libertades

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

No todas las libertades son idénticas. Existen libertades eliminadas, libertades fracasadas y libertades realizadas.

Se dice que todo hombre y toda mujer nacen libres. En realidad, la libertad es algo que se construye, que se conquista, que se desarrolla un poco cada día.

Encontramos, así, que hay muchos seres humanos que nunca pudieron ejercer su libertad. Son “libertades eliminadas”.

Unos, porque murieron o fueron suprimidos antes de nacer.

Otros, porque después de nacer, encontraron una muerte prematura. No pudieron ejercer su libertad por ser abandonados, por sufrir hambre, por padecer enfermedades que en los países ricos son un recuerdo del pasado, mientras en los países pobres son una realidad cruel y muy presente.

Otros viven, desde niños, como esclavos, en medio de golpes, sin instrucción, sin respeto, sin afecto: carecen de ese clima normal, de esa situación de amor y de cultura que es tan importante para el desarrollo de una psicología sana y de una libertad responsable.

Muchos de nosotros, gracias a Dios, hemos gozado de protección, comida, afecto, enseñanza. Todo ello nos ha abierto al mundo de los seres libres, nos ha permitido crecer hasta la madurez de las opciones responsables. Pero no basta eso para que la libertad llegue a ser plena. Muchas veces opciones equivocadas nos llevan al fracaso existencial, que es lo mismo que el fracaso de la libertad. Existen, hay que reconocerlo, “libertades fracasadas”.

Pensemos en el drama de la droga. Algunos, ciertamente, han sido introducidos en el uso de drogas cuando eran muy niños, cuando no podían distinguir entre lo bueno y lo malo. Otros, en cambio, inician a tomar drogas mal llamadas “ligeras” de un modo plenamente libre, para conseguir nuevas experiencias, para ponerse a la altura de los amigos, o simplemente como manera de lograr un placer barato y rápido.

La libertad, de este modo, escoge equivocadamente, elige el mal. Como cuando decidimos, libremente, no ayudar a un amigo para ir a una fiesta. O cuando dejamos de ser fieles en el matrimonio para seguir el capricho del momento. O cuando permitimos que las sábanas nos aprisionen mientras en la familia todos esperan que dejemos esa pereza y apatía que nos ha hecho perder el puesto del trabajo.

La libertad puede, por lo tanto, fracasar, puede llevar a la ruina la vida de quien escoge seguir la voz del egoísmo, del placer inmediato; o de quien se somete al miedo de lo que otros digan, a la ambición que busca el triunfo a costa de traicionar al mejor de los amigos o a esa compañera muy íntima que se llama la conciencia.

La libertad, finalmente, puede llegar a realizarse plenamente. Tenemos, entonces, “libertades realizadas”.

Si buscamos hacer siempre lo justo, lo bueno. Si queremos ayudar a los de casa, a los amigos, a quienes comparten el puesto de trabajo. Si renunciamos a unas copas de más para dedicar esos ahorros para la formación de los hijos o para ayudar a los necesitados. Si buscamos mil maneras de comprometernos por la justicia y la paz en este mundo de injusticias. Si damos amor a quien más nos ama, al Padre de los cielos. Si rompemos con ese egoísmo y ese miedo que ahoga (no elimina) nuestros deseos más buenos...

Si somos, en definitiva, fieles a la voz de la conciencia buena, entonces nuestra libertad crece, se agiganta. Nos hace fuertes, capaces de saltar barreras, de vencer defectos, de conquistar metas luminosas, de comprometernos en el trabajo por un mundo más humano, más feliz, más bueno.

Hay libertades realizadas, hay libertades plenas. Hay libertades que no tienen miedo a la verdad, que buscan amar sin límites, que se dinamizan, se potencian, en el dar, en el servir, en el compromiso por el bien ajeno. Son libertades bellas, grandes, posibles.

No son un tesoro para pocos. Es algo a lo que estamos llamados todos, mientras brille en lo más profundo de nuestra vida esa luz que viene del espíritu, esa llama de fuego que es el alma humana. Un alma libre, capaz de escoger el bien, de luchar por la justicia, de amar con la única medida del amor: no tener medida alguna...