¿Acumular o dejar lastre?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

No sé si se trate de dos etapas que se dan en la vida de los seres humanos: una etapa para acumular, y otra etapa para deshacerse del lastre.

Lo que sí ocurre muchas veces es que guardamos cientos de papeles, fotos, libros, revistas, archivos de internet, presentaciones en pps. Queremos conservar datos importantes, o textos muy hermosos, o músicas grabadas, o regalos llenos de recuerdos, para “luego”.

Pasan los años, y el material acumulado ocupa espacio. A veces buscamos un tiempo para ver qué tenemos en el armario, qué hay en un fólder de “pendientes”, qué libros están más cubiertos de polvo.

Pero notamos que falta tiempo. Cada papel nos susurra: “léeme”. Cada mensaje evoca un hecho del pasado o un proyecto que nunca llevamos a la práctica. En otras ocasiones, una música resulta casi desconocida, incapaz de evocar recuerdos. O no podemos reconocer a las personas de esa foto, o quién es aquel señor que había enviado este e-mail.

En otros momentos entra la euforia de la criba: sobran tantas cosas... Empezamos a tirar carpetas, a vaciar libreros, a limpiar la computadora. Llega el tiempo de “dejar lastre”.

Al final, ¿con qué me quedo? ¿Qué es lo que vale la pena? ¿De qué objeto no prescindiría nunca? ¿Qué cartas volvería a leer una y otra vez? Son preguntas que desnudan el corazón, que permiten ver qué es lo que más amo, cuáles son los sueños más acariciados y las experiencias más profundas.

Cada uno puede reconocer dónde se encuentra: si vive en la etapa del coleccionista que busca conservarlo todo, o si ha entrado en la edad de quien deja lastre y quiere tener lo esencial, lo que vale.

Para un cristiano, sólo vale realmente una cosa: el amor. Porque el amor “hace posible la eternidad” (José María Pérez Lozano). Todo lo demás, por muy bello y costoso que sea, terminará bajo una capa de polvo, o será “rescatado” por familiares o amigos que todavía desean acumular más y más en los rincones de su casa.

En este día, en estos momentos de mi vida, ante mi armario más o menos lleno, ¿con qué me quedo? Sería hermoso decir que me quedo con un crucifijo, con el recuerdo de quien dio su Sangre en un madero, con quien me amó y me dice, cada día: ven conmigo al Reino de los cielos, donde no hay polillas ni carcoma, donde cada hijo es plenamente feliz en el amor del Padre eterno.