Religión y determinismo

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Se ha dicho en el pasado y se repite en el presente que la ciencia, algún día, descubrirá en qué parte del cerebro “surge” la religión humana, o con qué sustancias químicas será posible producir “experiencias místicas”. 

Se ha respondido, con un tinte de ironía, que sería mejor buscar en qué parte del cerebro nace en algunos el deseo de explicarlo todo a través del cerebro... 

Más allá de la “respuesta” irónica, lo cierto es que la religión expresa dos dimensiones humanas que la ciencia no podrá explicar con el uso de pesos y medidas, con fórmulas químicas y con nuevos estudios sobre el sistema nervioso central.

Por un lado, la apertura del alma, que está orientada hacia horizontes que van más allá de los límites del espacio y del tiempo. 

Por otro, la búsqueda de una ayuda en Dios, para superar los numerosos males que afligen al mundo y a cada uno en el camino de la aventura humana. 

El determinismo no permite explicar correctamente la condición religiosa de los hombres. Como tampoco puede explicar el amor, ni la filosofía, ni tantos pensamientos profundos que alcanzan verdades más allá de la materia. 

La religión, en cambio, nos permite desarrollar dimensiones fundamentales en el hombre, las del espíritu, que nos relacionan con Dios y nos disponen a acoger su acción en el mundo. 

El determinismo no puede entender esto, porque tampoco es capaz de explicarse a sí mismo. Sólo porque tenemos inteligencia y porque podemos actuar desde principios profundos, con una voluntad libre, podemos caer en errores como los del determinismo. Igualmente, porque somos inteligentes y libres, podemos salir de esos engaños ideológicos y abrirnos a un horizonte superior, en el que descubrimos que existe Dios y que hay motivos para la confianza. 

El hombre es un mendigo de esperanzas. Desde el reconocimiento de la existencia de Dios, desde la apertura a su Bondad y a su Amor, el hombre encuentra el sentido pleno de su vida y las fuerzas necesarias para que ni el desgaste del tiempo ni los fracasos personales o sociales destruyan sus deseos de hacer el bien. 

Si luego, desde la experiencia de Cristo, somos capaces de reconocer que Dios ya ha actuado en el mundo, ya ha vencido a la muerte y al pecado, dejamos espacio a una vida nueva donde la esperanza se convierte en pasaporte seguro para el cielo, y donde la caridad es el distintivo propio del cristiano.