Hay otro modo de vivir

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Un adolescente se acercó al párroco. Le dejó un sobre y le dijo: “Me gustaría que lo leyese. Si piensa que lo que escribí puede ayudar a otros, tiene mi permiso para compartirlo. Gracias y hasta luego”.

En la noche el párroco abrió el sobre y empezó a leer.

«Ya he crecido. Se nota en la cara, en el cuerpo. Mis padres me dejan salir hasta más tarde, alargan las horas en las que puedo ser “libre”. Mis amigos me tratan como si fuese “grande”. Me piden que haga cosas más “atrevidas”, que deje los miedos de niño, que no viva pendiente del miedo o de los disgustos que pueda dar a los míos.

También hoy dejé sin hacer los trabajos del colegio. Preferí el juego electrónico, esas continuas llamadas con el móvil, ver qué pasaba en los últimos partidos. Me siento cansado, pero quizá cansado de haber hecho tan poco. O de haber hecho tantas cosas que no sirven para nada.

No sé qué me pasa. Después de las fiestas me siento insatisfecho. Tras una aventura con los amigos, creo que soy menos libre y más cobarde. Cuando recibo un suspenso me siento acomplejado, con miedo al futuro.

Es fácil callar la inquietud con la música, ponerme los audífonos y escuchar una tras otra las canciones de moda. Pero después de aquella que tanto me gusta, ¿la repito o busco otra? Y duran poco, y hay que llenar el tiempo. Y luego...

Es cierto que algo muy extraño se produce en mí cuando me enamoro. El otro día una chica de 15 años quedó grabada en mi corazón. Era especial: no había visto nunca a alguien como ella.

Guapa, muy guapa, sin ser creída. No buscaba miradas que la llenasen de orgullo. Iba a lo suyo. No metía la mano al bolso a cada instante para ver el móvil, no miraba a todos los lados, no presumía de su belleza.

Pasó ante una iglesia e hizo la señal de la cruz. Me dejó petrificado. Luego, la perdí de vista, pero dejó una herida dentro, muy dentro, que no acallo cuando voy a bailar con algunas que se dan tan fácilmente...

¿Quién era? ¿Cuál sería su nombre? ¿Por qué esa sencillez? ¿Es posible juntar belleza y amor a Dios? Esta noche la almohada se me hace más inquieta, más dura. Siento a veces vergüenza de mí mismo, de mis sueños bajos, de esos actos que me esclavizan y de los que otros tanto presumen.

Una niña de 15 años me ha dejado algo dentro, un deseo de cambio, el sueño de empezar a ser yo mismo, de no dejarme llevar por mis caprichos o por los planes de los amigos.

Suena el móvil. No quiero responder ahora, ni ver quién ha llamado. Saldré a la calle, preguntaré al silencio quién era ella, quién soy yo, y si existe un Dios que me permita, un día, volver a verla, para recordar que la pureza es posible, que existe una belleza distinta, grande, propia de corazones buenos... Una belleza interior que puede caber dentro de mí si renuncio al pecado, si digo no a mis sueños malos, si busco respetar a mis padres y a los amigos sinceros, si dejo una rendija a Dios para que ilumine mi vida y me conduzca a un mundo abierto sólo a las almas puras...».