¿Hacer “menos malo” lo malo?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Un terrorista decide asesinar a un presidente. Lleva una granada en la mano. Se acerca a la víctima mientras saluda a la gente en la calle. Va a arrojar su bomba de mano, pero se detiene: el presidente está acariciando a una niñita. Es demasiado matar al presidente y a una niña al mismo tiempo... Espera unos segundos. Cuando la niña se aleja, arroja la granada: acaba de matar al presidente y a otras tres personas adultas.

Un médico que practica abortos tiene remordimientos. Sobre todo cuando le toca hacer abortos tardíos (fetos de varios meses). Después de pensarlo seriamente, ha tomado una decisión: usará la anestesia antes de abortar a los fetos más desarrollados.

Una persona que ha contraído una enfermedad de transmisión sexual (ETS) no es capaz de controlar sus deseos de placer. Quiere ir con una prostituta para “desahogarse” un poco. Pero antes de la cita, reflexiona: sería injusto contagiar a la prostituta, que, a su vez, contagiará a otros muchos “clientes”. Por lo mismo, usará un preservativo.

Un niño de 12 años ha sacado un 5 en matemáticas. Lleva la hoja de notas a casa, y quisiera presentar a sus padres una nota más elevada. Coge un bolígrafo, y está a punto de cambiar el 5 en 9. Pero la conciencia da una voz de alarma: hay que alegrar a los padres, pero sin pasarse... Será mejor cambiar el 5 “solamente” en un 8...

Estos ejemplos (y podrían añadirse muchos más) nos permiten hacer dos reflexiones, y ofrecer luego una especie de conclusión sobre la intervención de la Iglesia en temas parecidos.

La primera reflexión es ésta: un acto malo es siempre malo, aunque le pongamos “adornos” o añadidos para hacerlo “menos malo”. Asesinar es asesinar, abortar es abortar, cometer adulterio es cometer adulterio, y falsear las notas es falsear las notas. Siempre, sin excepciones.

La segunda reflexión es más compleja: a pesar de que algo sea éticamente malo en sí mismo, siguen en pie restos de conciencia en el hombre o la mujer que hacen el mal. Un criminal que decide no matar a una persona a base de machetazos, sino con anestesia y guante blanco, es siempre un criminal. Pero algo dentro de él, a pesar de toda su maldad, le ha llevado a ser menos cruel con la víctima. Lo mismo podemos decir de los otros ejemplos que hemos presentado hasta ahora.

Hay que reconocer también, con gran dolor, que no pocas veces ocurre lo contrario: algunos, en su maldad, no son solamente malos sino perversos. Pensemos otra vez en el caso de alguien con una ETS. Podría ser que decida ir con la prostituta, e ir con el deseo directo y explícito de contagiarla para que luego ella contagie a otros, movido por un incomprensible deseo de venganza contra la vida y la sociedad por el hecho de que él ha sido contagiado por otros...

Intentemos ahora aplicar estas ideas a la enseñanza moral de la Iglesia. ¿Tiene sentido que la Iglesia predique y pida a los malhechores una “reducción” de daño o un poco de humanidad en medio de sus delitos? La verdad es que resultaría extraño que la Iglesia sacase un documento con esta conclusión: nadie debe matar a nadie; pero si alguien decide matar a otros, que lo haga sin causar dolor en la víctima. O a esta otra conclusión: abortar es siempre un crimen. Pero si un médico aborta, que al menos use anestesia.

Alguno ya habrá intuido lo extraño que resultaría que la Iglesia pudiese enseñar esto: está siempre mal cometer adulterio; pero si uno comete adulterio, que lo haga con mujeres solteras y no casadas. O decir: el adulterio es siempre pecado (contra el sexto mandamiento); es un pecado más grave aún si el adúltero tiene ETS y pone en peligro la vida o la salud de su pareja (algo que iría contra el quinto mandamiento). Pero si alguno con ETS va a ser adúltero, use el preservativo...

La ética en general (y la Iglesia en concreto) enseña que el mal es siempre mal, y que nadie debería cometerlo. Pero enseñar que uno que decide hacer el mal debe hacerlo “bien” es algo contradictorio, casi como aceptar que uno tiene permiso de hacer algo malo si lo hace con ciertas precauciones.

Ello no quita, como dijimos, que el pecador, el malvado, pueda acoger en su corazón “residuos” de conciencia. Pero no por ello deja de hacer mal por haber evitado algún “detalle” negativo de su acto (que sigue siendo malo).

Lo importante, entonces, no es decir a los asesinos o a los médicos abortistas: “no maten, pero si matan háganlo sin hacer sufrir a sus víctimas”, sino ayudarles a superar odios o intereses que les llevan a matar.

Simplemente, sin rebajas, con claridad. Esa es la verdadera ética. Y esa será siempre la enseñanza moral de la Iglesia. Aunque algunos insistan en que la Iglesia debería ser “realista” y rebajarse a decir lo que no tiene ningún sentido: “si haces algo malo, intenta hacerlo menos malo”. Más bien dirá: “deja de hacer cualquier mal, e inicia así a realizar ese bien que te dignifica como hombre, que te permite participar en la construcción de un mundo más justo y más feliz”.



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