La muerte, ¿decisión o encuentro?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

En el mundo moderno hay quienes buscan controlar la muerte. Sueñan con lograr que cada uno decida cuándo y cómo morir: si en casa o en el hospital, si entre máquinas sofisticadas o sin atención técnica, si con una dosis de morfina o tras la llegada de un infarto.

 

Para algunos, no basta con controlar la propia muerte, sino que buscan caminos para controlar la muerte de los demás. ¿No serían los médicos quienes mejor podrían escoger cuándo y cómo muere cada ser humano?

 

Este modo de pensar ve la vida humana como algo que está totalmente en nuestras manos, que depende de nosotros. Es cierto que ninguno ha decidido cuándo ni cómo nacer. La existencia nos llegó de maneras muy diferentes, pero nunca según preferencias ni deseos manifestados por un embrión mudo y minúsculo. Pero la existencia puede terminar según una opción, como si la hora de encontrarse con lo que haya tras la muerte fuese una decisión que corresponde a cada uno.

 

En realidad, no somos capaces de asegurar ni siquiera un segundo de nuestra vida terrena. Aunque la mayoría de las veces todo ocurre según lo que hemos planeado, existe un margen de imprevisión que nos debería hacer prudentes y humildes. Basta muy poco para que en la marcha ordinaria de la vida algo aparezca y todo cambie bruscamente.

 

Pensar en la muerte como en algo controlable es engañoso. Porque el hombre no es el resultado de casualidades o imprevistos. Porque ninguna existencia depende solamente de fuerzas físicas, de galaxias o de moléculas. Porque la riqueza de nuestra inteligencia y la capacidad de amar vienen de un alma espiritual que va más allá de lo empírico.

 

La maravilla de la existencia humana nos pone en una red magnífica de relaciones. Los padres, los familiares, los amigos, los conocidos, los compañeros de trabajo: son miles los corazones de los que dependemos y que dependen, de maneras no sospechadas, de nuestros respiros y de nuestras palabras.

 

En esa red de relaciones entramos en contacto con Alguien que dirige y mueve el Universo; Alguien que da origen a la vida (a mi vida) y, sobre todo, al espíritu. Hay un Dios del cual dependemos, del que venimos y hacia el que vamos. Hay un Dios que sabe por qué estoy aquí, en un mundo inquieto, lleno de maravillas y de problemas, sorprendente y misterioso en lo más grande y lo más ínfimo.

 

La muerte debería ser, entonces, como la vida. No una decisión tomada libremente por cada uno, sino un encuentro, una cita, con quien nos dio el ser y con quien nos espera, más allá de las estrellas.

 

Si Dios nos dio el don de la existencia, sólo a Él le corresponde decidir cuándo y cómo llegará la hora de la cita, el momento de la muerte.

 

Mientras, seguimos de camino. El amor será la fuerza que nos permita dar nuevos pasos, sobre todo para tender la mano a quienes avanzan a mi lado. Ese amor se abrirá un día, disponible, al momento del encuentro eterno con un Padre que nos ama desde siempre.