La verdadera muerte hermosa

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Karl Unterkircher encontró la hora de la muerte en el Himalaya, entre las montañas que tanto amaba. Al subir una ladera del Nanga Parbat, cayó en una grieta y quedó atrapado sin posibilidad alguna de rescate. Era el 16 de julio de 2008, el último día de su vida terrena.

 

Alguno tal vez piense que para un alpinista es hermoso morir así, entre la nieve y el hielo, a más de 6000 metros de altura. Pero la verdadera “muerte hermosa”, la muerte que todos quisiéramos, es mucho más profunda y más bella.

 

Porque hay dos modos de morir que se oponen radicalmente. El primero es la muerte de quien siente el reproche constante de su conciencia: porque ha vivido de espaldas a Dios, porque se ha encerrado en el egoísmo, porque ha dañado a familiares y amigos, porque no supo pedir perdón ni perdonar.

 

El segundo consiste en morir con una conciencia que ha logrado una paz que no viene de los hombres, sino de Dios. Porque ha sabido mirar al cielo para dar gracias y para pedir perdón. Porque ha buscado reconciliarse con algún enemigo y ha querido hacer el bien a quienes estaban a su lado. Porque buscó acabar con ese terrible mal del egoísmo para vivir preocupado por los pobres, los enfermos, los hambrientos, los encarcelados, los ancianos, los tristes.

 

Son dos muertes muy distintas. Lo importante no es morir en casa o en el hospital, en la carretera o en un accidente aéreo, en plena juventud o rebosante de canas. Ni es hermoso morir entre las montañas que uno siempre amó o entre los libros que más gustan. Lo importante es saber si uno ha vivido este tiempo caduco para Dios y para el prójimo, o si lo ha vivido para su egoísmo y para llenar bolsas rotas de mil cachivaches que no sirven para lograr una “muerte hermosa”.

 

Tenemos ahora este día de vida. No sabemos si veremos mañana la salida del sol, si moriremos entre la nieve de una montaña o en el asfalto de una ciudad llena de humo y de prisas. Lo que sí sabemos es que lo único que importa, lo que vale la pena, es amar a Dios y al hermano.

 

Quien ama, no pierde su tiempo: está preparado para la verdadera muerte hermosa, la que nos lleva al encuentro eterno con Dios y con los santos que supieron lavarse en la Sangre del Cordero...