Los últimos tiempos y el amor cristiano
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
En algunos ambientes cristianos se vive con una gran preocupación ante la “inminente” llegada de los “últimos tiempos”.
Todo inicia con mensajes que surgen aquí o allá, o desde una lectura inquieta de revelaciones privadas, o a través de conferencias o de libros publicados recientemente. Poco a poco crece la idea en los corazones de que ya está cerca el momento decisivo, de que el fin del mundo llegará próximamente.
Es cierto que Cristo nos avisó de sufrimientos, pruebas, terremotos, guerras y señales terribles que prepararían la hora final (cf. Mt 24,7-42). Es cierto también que el mismo Señor pidió que no nos alarmásemos, ni que nos dejásemos engañar por falsos profetas que realizarán prodigios o anunciarán profecías engañosas. Además, ¿no dijo Jesús que “de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre”? (Mt 24,36).
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1040) explica la llegada del fin del mundo con estas palabras:
“El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces, Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8,6)”.
Además, el Catecismo (n. 1041) subraya que el mensaje del Juicio final nos invita a la conversión mientras tengamos tiempo:
“Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la bienaventurada esperanza (Tt 2,13) de la vuelta del Señor que vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído (2Ts 1,10)”.
Dios, ciertamente, puede enviar mensajes y señales que ayuden a recordar estas verdades y nos aparten de la mentalidad del mundo y del pecado. Otras veces, sin embargo, nos llegará la noticia de personas que, o por mala voluntad, o sugestionadas de buena fe, hablan sobre supuestos mensajes divinos sobre la llegada del fin de mundo que son, en realidad, falsos.
Corresponde a la Iglesia emitir un dictamen sobre si algunas personas han recibido un mensaje de Dios, o si están engañando a otros cristianos con historias falsas. Este juicio es realizado normalmente por el obispo local y, en casos de mayor importancia, por el Papa y sus colaboradores,
En el camino de la historia humana, y mientras llega la hora definitiva del Juicio, los bautizados tenemos que acoger el Evangelio y vivir todos los acontecimientos personales y sociales desde la fe, la esperanza y el amor que enseñó Jesucristo con sus palabras y con sus acciones.
La idea de la llegada de los últimos tiempos, ese día y esa hora que solamente conoce Dios, nos impulsa a vivir la caridad de Cristo (cf. 2Cor 5,14). Porque la caridad es “la ley en su plenitud” (Rm 13,10). Porque la caridad “no acaba nunca” (1Co 13,8). Porque en el día del juicio seremos examinados del amor (cf. Mt 25,31-46).
Sería triste que el ansia por escuchar novedades, por conocer apariciones más o menos confusas, por hacer peregrinaciones a lugares que no tienen la aprobación de la Iglesia, por leer textos que repiten una y otra vez que el fin del mundo es inminente, nos apartase de la unión con nuestros obispos, crease divisiones en la parroquia, nos llevase a criticar a otros hermanos en la fe, y nos impidiera dedicar nuestro tiempo y nuestras ilusiones a los enfermos, los ancianos, los pobres, los tristes, los necesitados de amor y de esperanza.
Sería especialmente lamentable que, bajo apariencias de apariciones y revelaciones, muchos católicos fuesen engañados. Jesucristo nos avisó de este peligro. “Entonces, si alguno os dice: ‘Mirad, el Cristo está aquí o allí’, no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho! Así que si os dicen: ‘Está en el desierto’, no salgáis; ‘Está en los aposentos’, no lo creáis. Porque como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre” (Mt 24,23-27).
Para el cristiano, cada instante es un momento de gracia, de salvación (cf. 2Co 6,2). Cada instante es una invitación a tener encendida la lámpara a la espera de la llegada del Esposo (cf. Mt 25,1-13).
¿Cómo podemos tener encendidas nuestras lámparas? Con la vigilancia, la penitencia, la oración, las buenas obras. Sobre todo, con el amor. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa. Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras” (Hb 10,23-24). “Manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna” (Judas 21).